GILIPOLLAS SIN FRONTERAS

Las mentiras históricas sobre Hernán Cortés que cuenta el bobo que tiene México como presidente

Andrés Manuel López Obrador ha solicitado que el Rey y el Papa pidan perdón por la conquista hispana sucedida en el siglo XVI

Hernán Cortés y el presidente de México
Hernán Cortés y el presidente de México RS

No se pueden decir más tonterías en un mismo discurso; decía Einstein que es mejor no hablar y parecer tonto que abrir la boca y demostrarlo. «Hasta los cojones de oír hablar a los masones y sus vasallos de la izquierda del tema de la conquista española».

Cuando parece que hemos logrado extirpar la Leyenda Negra que persigue a España desde hace más de cinco siglos, la mentira y la exageración brotan de nuevo de la mano de alguna figura pública con pocas ganas de acercarse de forma rigurosa a la historia. Los mamarrachos de Podemos apoyan que el Rey de España pida perdón a México por la conquista de América.

Es lo que tienen los mitos, que suelen estar tan arraigados que extraerlos del imaginario colectivo supone un esfuerzo hercúleo. Si hace poco fue Teresa Rodríguez (coordinadora andaluza de Podemos y presidenta del grupo parlamentario Adelante Andalucía) la que enarboló el cliché de la Córdoba de las tres culturas y la barbarie de los Reyes Católicos, en este caso el que ha pedido la vez ha sido el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, según recoge C.Cervera en ABC.

Más conocido como AMLO, el político tuvo el pasado lunes la feliz idea de solicitar al Rey Felipe VI y al Papa Francisco que se disculpen por la conquista de México. Así lo corroboró el presidente minutos antes de dar un discurso para conmemorar los 500 años de la batalla de Centla, el primer enfrentamiento de cierta envergadura entre las tropas de Hernán Cortés y los mayas-chontales.

Durante su intervención, el político afirmó que los españoles protagonizaron «una invasión» en la que «hubo matanzas e imposiciones». «La llamada conquista se hizo con la espada y con la cruz. Se edificaron iglesias encima de los templos», añadió. Herrera: «Ya está tardando algún tonto como Monedero en decir que Obrador tiene razón».

Por si fuera poco, también se armó de ironía e hizo referencia a la «Noche alegre», un sustituto de la « Noche triste», el término histórico con el que la historia se refiere al día en el que Hernán Cortés y sus hombres se vieron obligados a huir de Tenochtitlán para evitar ser masacrados por la población local. No terminó en este punto su ristra de golpes.

Por el contrario, López Obrador también cargó contra las matanzas que, según él, perpetraron los españoles en el Imperio mexica (que no México, creado nada menos que tres siglos después). Entre ellas señaló la de Cholula, sucedida en octubre de 1519 y en la que fallecieron entre 3.000 y 6.000 nativos.

Lo que el político ha evitado señalar es que existe una gran controversia sobre este hecho y que, según los cronistas, las bajas fueron perpetradas tanto por los españoles como por sus aliados tlaxcaltecas (nativos).

Y todo, después de saber que los dignatarios de la ciudad habían urdido un plan para acabar con los conquistadores y, así, evitar su entrada en la región. Tampoco afirma que el extremeño intentó por todos los medios que los lugareños abandonaran prácticas tan extendidas en la zona como el canibalisnmo y los sacrificios rituales. Eventos documentados (a pesar de que a muchos les duela reconocerlo) y que los mexicas practicaban mucho antes de que aparecieran por allí los súbditos de la corona.

Es lo que tiene, en definitiva, la historia, que siempre alberga sorpresas…

Lejos de la imagen pretendida por la Leyenda Negra, Cortés exhibió una enorme inteligencia política y un impresionante verbo durante su conquista. Moctezuma quedó encandilado por la figura del español en una mezcla de síndrome de Estocolmo y de extraña amistad hacia el hombre que pretendía derribar su imperio.

En medio de un tumulto de profecías que advertían al Emperador Moctezuma II de la llegada de «hombres blancos y barbudos procedentes de Oriente» con la intención de conquistar el Imperio azteca, los malos augurios se materializaron con el desembarco de Hernán Cortés, 518 infantes, 16 jinetes y 13 arcabuceros en la costa mejicana en 1519. El conquistador extremeño, tras varios meses de batallas contra tribus menores en su camino hacia la capital azteca, tomó una decisión radical, destruir las naves: o ricos, o no volverían a Cuba.

El 8 de noviembre de 1519 iniciaron el viaje definitivo hacia Tenochtitlán los 400 españoles supervivientes, acompañados de 15 caballos y siete cañones, que pasarían a la historia como los principales responsables del derrumbe del estado mexica. El Imperio azteca, por su parte, era la formación política más poderosa del continente que, según las estimaciones, estaba poblada por 15 millones de almas y controlado desde la ciudad-estado de Tenochtitlan, que floreció en el siglo XIV.

Usando la superioridad militar de sus guerreros, los aztecas y sus aliados ya habían establecid un sistema de dominio a través del pago de tributos sobre numerosos pueblos, especialmente en el centro de México, la región de Guerrero y la costa del golfo de México, así como algunas zonas de Oaxaca.

Los sacrificios humanos masivos eran un mecanismo clave en el sistema azteca. Cada año entre 20.000 y 30.000 personas, capturados entre las tribus vecinas, eran inmoladas en estas ceremonias.

Cientos de tribus celebraron con júbilo la desaparición de aquella máquina de matar que, define María Elvira Roca Barea, como «un totalitarismo sangriento fundado en los sacrificios humanos». Como señala la historiadora australiana Inga Clendinnen, lamentar la caída del Imperio azteca es como sentir pesar por la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial.

Hernán Cortés aprovechó en beneficio español este odio extendido. En su camino hacia Tenochtitlán, los conquistadores lograron el apoyo de los nativos totonacas de la ciudad de Cempoala, que de este modo se liberaban de la opresión azteca. Tras imponerse militarmente a otro pueblo nativo, los tlaxcaltecas, los españoles lograron incorporar a sus tropas también a miles de guerreros de esta etnia.

El plan de Cortés para vencer a un ejército que le superaba desproporcionadamente en número, por tanto, se cimentó en incorporar a sus huestes soldados locales. Junto a los 400 españoles, formaban 1.300 guerreros y 1.000 porteadores indios, que se abrieron camino a la fuerza hasta la capital.

Además del odio común contra el terror sembrado por los aztecas, el conquistador extremeño percibió otro síntoma de debilidad en el sistema imperial y lo explotó hasta sus últimas consecuencias.

Moctezuma II -considerado un gran monarca debido a su reforma de la administración central y del sistema tributario- se dejó seducir, como las serpientes, por Hernán Cortés y fue claudicando ante sus palabras, en muchos casos con veladas amenazas, hasta terminar cautivo en su propio palacio.

López Obrador ha cargado contra la matanza de Cholula, perpetrada presuntamente por Hernán Cortés y sus hombres. La realidad sobre este evento es, sin embargo, bien distinta (y bastante más gris) que la que afirma el presidente de México. El evento comenzó allá por 1519.

Por entonces, el extremeño se hallaba en Tlaxcala, una ciudad gigantesca que el propio conquistador definió como «mucho más grande que Granada» en su Segunda Relación. La situación era halagüeña para los peninsulares, pues contaban con la ayuda de cientos de miles de tlaxcaltecas y acababan de confirmar la alianza con la vecina Uexotzinco.

En esa tesitura, sabedor de que empezaba a contar con un ejército potente de nativos, Cortés recibió la visita de una embajada enviada por Moctezuma que le invitaba a viajar hasta Cholula, una imponente urbe leal al Emperador. Según le informaron, allí recibiría instrucciones del mandamás. La región no representaba una amenaza ya que, en principio, también mantenía buenas relaciones con Tlaxcala. Por ello, el extremeño decidió cumplir los deseos del monarca. En su mente había dos ideas: aumentar su ejército y seguir forjando buenas relaciones con las tribus locales. «El 11 de octubre, Cortés salió de Tlaxcala, acompañado por cien mil guerreros indígenas. Su ejército se agigantaba», explica el historiador galo Christian Duverger en «Hernán Cortés, más allá de la leyenda».

Una jornada después, los pocos españoles que acompañaban a Cortés arribaron hasta Cholula. Fueron recibidos entre sonidos de caracolas por los sacerdotes de la ciudad, quienes se habían engalanado con sus mejores trajes. Sus hombres (apenas unos centenares) fueron instalados en el interior de la urbe, pero no ocurrió lo mismo con los 100.000 tlaxcaltecas que le acompañaban. Y es que, estos fueron obligados a mantenerse fuera de los muros de la ciudad. Aquel fue el primer comportamiento extraño de otros tantos. «Los emisarios de Moctezuma, que no dejan a los españoles ni un segundo, se vuelven día a día más enigmáticos. Ninguna cita con el soberano azteca se fija todavía. Pronto, por instrucciones del tlatoani mexicano, les cortan los víveres a los españoles. El ambiente se vuelve extraño, malsano y opaco», añade el experto.

Según las crónicas, Cortés pronto se enteró de lo que sucedía gracias a Malinche, la interprete nativa que se hallaba entre sus hombres. Ella le reveló que todo era parte de una conspiración: al parecer, los gobernantes de Cholula habían planeado disfrazar a sus combatientes de porteadores para, poco antes de la partida de las tropas, acabar con los españoles. No quedaba más que prepararse para evitar el desastre.

A la mañana siguiente (el 18 de octubre) Cortés reunió a los dignatarios del Emperador y a los señores de Cholula en los alrededores de la casa en la que se hospedaba y les informó de que sabía que todo era una trampa. Acto seguido, ordenó a sus soldados que acabaran con esta treintena de desgraciados, aunque dejó vivos a los emisarios para que informaran a Moctezuma de que el extremeño no tenía un pelo de tonto.

A partir de entonces se desató la batalla. O, al menos, así lo afirma el autor francés: «Españoles armados abren las puertas de la ciudad a los tlaxcaltecas que la cercan. La confusión es general; los españoles libran cinco horas de combate. Cortés hace quemar los edificios públicos y los templos que servían de refugio a los arqueros cholultecas». Tras la contienda (en la que fueron respetadas las mujeres y los niños) el extremeño contó 3.000 bajas, mientras que el cronista López de Gómara, el doble. En todo caso, ambos coinciden en que los caídos fueron guerreros preparados para acabar con la partida de peninsulares. Al final, y siempre en palabras del historiador, los dignatarios locales se rindieron y admitieron que habían sido obligados a preparar esta treta.

A su vez, el experto confirma que Cortés quería evitar el enfrentamiento: «No hay alegría alguna en el triunfo español; el propósito de Cortés no era verter la sangre de los indios. Contrariado, hará levantar una cruz en la cúspide de la gran pirámide y trabajará en la reconciliación con Tlaxcala y Cholula, que se habían enfrentado a causa de su presencia». El conquistador también les exigió detener los sacrificios rituales y el canibalismo. A partir de este punto se puede especular sobre qué versión es la más acertada, la que afirma que fue una masacre o la que explica que fue en defensa propia. En todo caso, conviene conocer los promenores del acontecimiento para entender que existe una escala de grises en la historia.

A lo que tampoco ha hecho referencia López Obrador es al canibalismo y a los sacrificios rituales que se llevaban a cabo antes de la llegada de Hernán Cortés. Aunque las cifras son discutidas según las fuentes, todas convergen en la misma conclusión: la ingente cantidad de sacrificios humanos (entre 15.000 y 250.000) que perpetraban anualmente los sacerdotes mexicas antes de la llegada de los españoles al Nuevo Mundo.

Y si los números del llamado «Holocausto azteca» causan tanta controversia, no parece extraño que suceda algo similar con la cantidad de cadáveres que -tras cada uno de los mencionados rituales- eran desmembrados, cocinados e ingeridos por este pueblo. Aunque algunos historiadores han llegado incluso a negar que se produjera tal antropofagia, los escritos de aquellos que acompañaron a Hernán Cortés (1485-1547) en sus conquistas corroboraron la triste verdad.

Y es que, los españoles que atravesaron el Atlántico dejaron constancia de las prácticas caníbales con las que se toparon en el mismo instante en el que desembarcaron en Tabasco allá por 1519. Desde Bernal Díaz del Castillo (1492-1584), hasta el franciscano Bernardino de Sahagún (1499-1590). Todos ellos pusieron sobre blanco el viaje que hacía el cuerpo de una víctima desde que era sacrificada en el altar, hasta que era devorada por los aztecas. «Después de que los hubieran muerto y sacado los corazones, llevábanlos pasito, rodando por las gradas abajo; llegados abajo cortábanles las cabezas y espetábanlas en un palo y los cuerpos llevábanlos a las casas que llamaban Calpul donde los repartían para comer», explicaba el segundo.

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