El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Marifé es una fémina estupenda

MARIFÉ ES UNA FÉMINA ESTUPENDA

En mi casa está claro quién lleva los pantalones, yo, pero, a renglón seguido viene Paca con la rebaja, o sea, que debo admitir sin reservas la salvedad, que eso es así porque no otra cosa manda quien dispone cuanto ha de hacerse en ella, sin necesidad de tener que argumentar el porqué ni que nadie ose rechistar, si no quiere oír su contundente y desapacible “porque lo digo yo, y basta (este basta es lo que más cuesta arriba se me hace y lo que más me desagrada, por dictatorial o autoritario)”, que cierra el paso a formular cualquier réplica y pone fin a cualquier disputa, ora procedimental, ora verbal, entre nosotros; y debo reconocer, sin ambages, que es mejor que la cosa sea así, porque yo a Francisca Marifé la quiero más que a nadie en este mundo, mayoritariamente inmundo; y no sé qué hubiera sido de mí, en el supuesto caso de que no la hubiera conocido y no me hubiera casado con ella.

A mí no me extraña (nada de nada) que mis amigos, unos zumbones redomados, mofándose de la mujerona que tengo por cónyuge, me llamen, esté este menda ausente (pues me lo han contado varios confidentes voluntariamente, el dueño de la taberna “¿Está Berna?”, entre otros) o presente, el BBC, “el bebe, bebe, cariño”, desde que les conté qué solía decirme ella cuando le comía la almeja, esto es, cuando le hacía el cunnilingus (que tanto le gusta, y no porque hubiera trabajado un año en la sección de Internacional de la British Broadcasting Corporation, mundialmente conocida por sus iniciales, BBC, pues periodista fue mi primer oficio, y acaso hubiera seguido siéndolo de no haber ocurrido el atentado terrorista de Londres del sábado 3 de junio de 2017, que me acongojó, forma verbal más eufemística que acojonó), sino porque en la cuadrilla, desde que contraje nupcias con  “Chisca” (Chitón) Marifé, me llaman de tres maneras distintas: o baldragas, o bragazas, o calzonazos, tres vocablos distintos, pero sinónimos, que he reconocido antes, reconozco hoy y reconoceré después, si no cambio o sufro una completa metamorfosis, que cuadran conmigo, que me identifican.

Ayer, por ejemplo, nos encontramos en el Eroski con Susana, la directora del colegio público donde mi esposa y yo ejercemos nuestra profesión de maestros de Primaria; y, cuando la mandamás (que manda bien, no mal) nos invitó a tomar una copa de cava en la cafetería, pues habíamos decidido, de consuno, tras democrática votación a mano alzada, suspender la cena de docentes prevista, como adelanto de la Navidad, por culpa de la escasamente virulenta, pero muy “virurrápida” variante ómicron, 70 veces más infectocontagiosa, según resultados recientes de un estudio concienzudo, que la delta, Marifé aceptó el convite al momento y a mí me miró y, como coligió lo cierto, que no tenía sed, me mandó con el carro de la compra repleto, hasta los topes, al aparcamiento para que fuera cargando bebidas, viandas y demás enseres o útiles caseros en el maletero del coche, mientras ellas se refrescaban las fauces. Ella, aunque tiene carnet de conducir, como yo, había decidido lo acostumbrado, que quería seguir gozando de su condición actual, comodona, y cuando Susana, que no había captado nuestro explícito lenguaje corporal, se dirigió a mí y me preguntó “¿Tú, Eladio, no te animas?”, ella contestó por mí: “Como Eladio ha traído el coche, está claro que desea volver con él al volante; y no conviene que pruebe el alcohol, por si le toca la china y le hacen, nada más salir del híper, la dichosa prueba”.

Mi esposa es una fémina estupenda, una bella persona, pero, como la conozcas cabreada, átate bien los machos, porque parece lo que es, una fiera furiosa, que puede matarte con la sola mirada. Hoy, verbigracia, así como mi amigo Pío suele llamar a su cónyuge Diana “Fea”, sin que esta se moleste, porque ambos saben que no lo es, y que se lo dice de guasa, sin querer (aunque alguna vez lo había pensado, nunca lo había proferido), he llamado a Marifé “Malafé” y ¡para qué quieres más! Se ha puesto como un basilisco. He notado cómo, con sus solos ojos, me desintegraba. Hace un rato, pasadas más de cuatro horas del incidente, le he dicho, a fin de dar el primer paso para reconciliarnos, porque no carece de sentido común ni del humor, que había sido sin mala fe llamarla así, “Malafé”, y, como ha esbozado una media sonrisa, le he preguntado si le apetecía que me bajara al pilón. Me ha respondido lo que otras veces, cuando se ha enfadado conmigo por lo que fuera que hubiera dicho o hecho servidor, o hubiera dejado de decir o hacer, que no tenía el “ñete” (aféresis del diminutivo cariñoso “coñete”) para “eroskikis” (manera compartida que tenemos de referirnos a las corridas céleres, orgasmos rapiditos o polvos raudos).

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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