El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Finita colección de holas y adioses

FINITA COLECCIÓN DE HOLAS Y ADIOSES

LA CASUALIDAD NO ES CAUSALIDAD

La vida (cabría aseverar, como posible definición) es una interminable (me enmiendo al instante, finita; y aquí hago un guiño a una prima carnal o hermana mía, a la que quiero un montón; ella sabrá, cuando lea estas líneas, que me refiero a ella, con exclusividad) sucesión de holas y adioses. La primera vez que reparé en la verdad que atesoraba en su interior dicho axioma tenía quien redacta aquí los renglones torcidos que acoge y amparará el presente texto doce años y eso aconteció a la vuelta del “cursillo” propedéutico, preparatorio, coronado por este menda en Navarrete. Mi difunto y dilecto hermano José Javier, “Javi”, que acudió a la antigua estación, sita en la calle tudelana Cuesta de la tal, a esperar que llegara el autobús que procedía de Logroño, en el que regresaba a casa servidor, fue quien, tras darme la bienvenida, me dio la mala nueva de que nuestra abuela paterna Gregoria, a quien solían llamar y conocerla en su pueblo, Cornago, con el hipocorístico de “Goya”, había fallecido al día siguiente de marcharme al seminario menor que regentaban (entonces, verano de 1974) los religiosos camilos en la localidad riojana mencionada, a fin de disfrutar allí de dos semanas de vacaciones estivales, durante las que los convocados comprobamos in situ si aquel entorno, aquel ambiente, nos sentaba bien, si nos encontrábamos a gusto, vaya; y los educadores, miembros de la orden camiliana, advertían o barruntaban que había en nosotros buena disposición de ánimo para ser candidatos a ciudadanos ejemplares y hallaban cierto fondo que fuera compatible con una futura vida religiosa, que era el auténtico objetivo de nuestra inicial estancia allí.

Aunque yo, cuando me despedí de mi yaya “Goya”, que estaba enferma, encamada (desde hacía un par de jornadas), era optimista (“a ver si, cuando vuelva, abuela, dentro de quince días, ya está recuperada y se siente lozana, como una rosa”, poco más o menos, le aduje para insuflarle ánimos y confianza), ella, que conocía su cuerpo mejor que nadie, incluido el médico que acababa de visitarla, se mostró tan pesimista que hasta me adelantó (“¡qué alarmante está usted hoy!”, le dije) que no volveríamos a besarnos ni vernos más, como así acaeció. Esa misma tarde, la de mi regreso, acudí con mi padre al cementerio. Fue sepultada en tierra, no en un nicho. Hoy, sin embargo, su osamenta descansa y comparte espacio con los huesos de su hijo, mi padre, Eusebio, y los de su nieto José Javier, y las cenizas de su nuera, mi progenitora, Iluminada, en un nicho del camposanto tudelano.

El “cursillo” navarretano, visto desde mi perspectiva o posición actual, fue un microcosmos, dentro del macrocosmos que semeja mi existencia. A la vuelta del mismo, escribí en una libreta (que debí de poner a tan buen recaudo solo Dios sabe dónde, porque no la encuentro por ningún lado, dada mi costumbre de, si no custodiar todo lo valioso, guardarlo casi todo) el apotegma o adagio con el que he arrancado el presente texto, que sigue leyendo el atento y desocupado lector, sea o se sienta ella, sea o se sienta él, porque, al parecer, no le aburre pasar su vista por cuanto aquí narro. Y es que, si algo no he olvidado, de aquellas dos semanas indelebles, son los muchos saludos que nos dimos de camino al seminario y al llegar a nuestro destino y las despedidas, algunas, ciertamente, con pena o pesar, de veras, al marcharnos del lugar que, teniendo en cuenta los tres dichosos años que pasé allí, es lógico que identifique con el edén, con mi cielo en el planeta Tierra. Otro dato fehaciente, que tampoco ha caído en saco roto, es que entre aquellas instalaciones y paredes me hice fuerte como un roble, desde el punto de vista físico y del mental, pues fui el único alumno que no recibió durante el “cursillo” una sola carta de su casa. Mi familia guardaba así el luto por el óbito de mi abuela “Goya”.

Por cierto, ¿tendrá algo que ver en este asunto que el hipocorístico de mi yaya paterna coincida con el primer apellido del genial artista aragonés, que nació en Fuendetodos (Zaragoza) un 30 de marzo (de 1746), misma fecha en la que fue alumbrado servidor, doscientos dieciséis años después? ¿La casualidad es causalidad.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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