El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Si lo impensable fue suceso cierto,…

SI LO IMPENSABLE FUE SUCESO CIERTO,

AUN LO IMPROBABLE PUEDE SER POSIBLE

“Y a pesar de que en los sueños las cosas más inverosímiles y extraordinarias parecen ser muy sencillas y hacederas, recuerdo perfectamente que me sentí sobrecogido de terror; y tan brusco e impetuoso fue mi movimiento de retroceso, que di de cabeza con gran violencia contra el respaldo de la butaca en que dormía”.

Henryk Sienkiewicz, “Sueño profético”.

Tengo a la vista la portada del número 16.543 del prestigioso diario EL PAÍS. Bajo el marbete de GUERRA EN EUROPA, dicho ejemplar, correspondiente al domingo 6 de noviembre de 2022, abría su primera plana a cuatro columnas con el siguiente titular, “La amenaza nuclear, a examen”, al que acompañaban, inmediatamente abajo, tres subtítulos explicativos: 1. Los expertos ven un riesgo al alza, (la coma la he puesto yo, por considerarla distintiva, pertinente y relevante) pero creen muy remoto un ataque atómico; 2. La cadena de derrotas rusas desestabiliza a Putin y abre inquietantes incógnitas; 3. La dudosa eficacia militar y el riesgo de represalia hacen improbable la escalada. Los tres subtítulos, leída, de cabo a rabo, la noticia, que firman mancomunadamente Andrea Rizzi, Mariano Zafra y Jacob V. López, y que, iniciada en la portada, ocupa las páginas 2 y 3 del periódico global, me parecen ajustados, impecables. Abundo con las diversas tesis que el trío defiende o sostiene en la susodicha.

Como sabe el lector habitual de las urdiduras y “urdiblandas” que trenza y rubrica a diario Otramotro, hace pocas fechas, apareció publicado en mi bitácora un texto en prosa titulado así “¿Caerá en Playa Jardín un misil?”, que, qué a disgusto me he sentido, cuando he reparado en lo obvio, en la evidente mejoría que en el tal cabía, si hubiera prestado o puesto (no opuesto, su contrario) más atención en lo que tenía entre manos y hubiera revisado a conciencia su rótulo, pues no es un endecasílabo perfecto, como procuro que eso sea lo asiduo o usual en mis trabajos. No lo enmendaré (lo escrito escrito está, adujeron otrora los helenos en griego clásico), para mi desdoro o menoscabo y vergüenza, porque debería haberlo titulado así, verbigracia, “¿Un misil caerá en Playa Jardín?”, con el preceptivo acento en sexta sílaba, porque, aunque, ciertamente, cabe considerarlo un sáfico, con acentos en cuarta y octava, la mejora, potente, queda a la vista, patente. En el mencionado escrito en prosa hablaba de que, durante un sueño extraño, que se había iniciado en Navarrete, donde yo ubico mi edén en el planeta Tierra, mientras yo estudiaba allí, y terminaba en el Puerto de la Cruz, otro afortunado paraíso, donde suelo disfrutar mis vacaciones estivales, existía la posibilidad de que en Playa Jardín (adonde acudí todos los días de mi descanso canario, si exceptuamos los dos incompletos, que permanecí ingresado, después de desayunar en el comedor del hotel donde estaba hospedado, sito en la portuense calle Cupido), aquel benéfico entorno de paz, a pesar de la dinámica o mecánica incesante de las olas, hubiera saltado por los aires, tras impactar allí un misil con cabeza u ojiva (no giba) nuclear.

Está claro, cristalino, que no todos los sueños gozan del don, la facultad o la virtud de ser proféticos, ni este se me repitió varias veces, como narra el autor, Sienkiewicz, en el relato “Sueño profético”, del que he tomado un párrafo como epígrafe o exergo para este texto, pero…; a buen entendedor, pocas palabras bastan.

Procedo a contarle, a continuación, atento y desocupado lector (ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él) de estos renglones torcidos una anécdota apodíctica o verídica propia.

El ocho de septiembre de 2001, dos días antes de la intervención programada, que me iba a realizar el equipo quirúrgico del Hospital “Reina Sofía”, HRS, de Tudela (llevó la voz cantante en el quirófano el doctor Iñaki Alberdi, a quien le tengo un cariño especial, que seis meses antes había operado a mi padre, Eusebio, y nos recomendó a su prole, tras acabar de intervenirlo a él, que nos hiciéramos cuanto antes una colonoscopia, por si se trataba de una poliposis familiar), ingresé en dicho recinto hospitalario, a fin de ir al quirófano con el colon limpio, como una patena.

El lunes diez de los mentados mes y año del párrafo anterior, cuando terminó la intervención (me extirparon 49 centímetros de intestino grueso, para eliminar los dos cánceres incipientes que habían arraigado en él), me llevaron a la UCI, donde permanecí 24 horas.

A las 18 horas del martes once, cuando, después de experimentar servidor una excelente evolución y mejoría, y pasarme de la cama de la UCI a la de la planta/habitación, el celador o camero, que conducía, a la sazón, el lecho articulado por los pasillos de aquel laberinto y el ascensor, me iba contando lo que yo entendía que no era más que una milonga o trola (¿para ver si este menda regía lúcidamente?), que dos aviones se habían estrellado contra las dos Torres Gemelas neoyorquinas, qué disparate (parecía solo pensarlo). Como insistía, erre que erre, con lo mismo, le dije que yo controlaba un montón, que era una persona informada y leída, y lo que me estaba narrando él era meramente impensable, imposible, inimaginable. Así lo catalogué. Cuando llegué a la habitación, donde me estaba esperando parte de mi familia, y vi y reví en la tele cuanto había ocurrido y él me había referido, como santo Tomás, el discípulo de Jesús de Nazaret, creí.

Aunque de apocalíptico me tachen, sin acritud, gozoso, y más, si marro, concluyo aquí, por tanto, lo evidente: si lo impensable fue suceso cierto, aun lo improbable puede ser posible.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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