NUESTRO PRISMA DEPENDE DE LA FUENTE
A lo largo de las tres postreras décadas del siglo pasado y las dos primeras del presente, no han faltado las investigaciones científicas llevadas a cabo por quienes pretendían acopiar información exacta, precisa, datos fehacientes, evidencias e/o indicios, al objeto de apoyar la tesis generalizada, extendida y común, entre el vulgo, de que algunos de nuestros sueños son proféticos, pues no han sido escasas las personas que han informado a sus seres más allegados (deudos y amigos) sobre acontecimientos o sucesos que, apenas unas horas después, se han demostrado (o estos han devenido) ciertos.
Y esto es así, incontestable, y no tiene vuelta de hoja, aunque, dependiendo de la fuente (si esta es singular) o las fuentes (si son plurales o varias) de las que bebamos o extraigamos la información, tendremos una perspectiva, prisma o punto de vista sobre el asunto en cuestión u otro. Quien haya leído el Libro I (que versa sobre el divino César) de las “Vidas de los doce césares”, de Cayo Suetonio Tranquilo, sabe, por haberlo colegido o deducido así, tras pasar su vista por él, que, durante la noche anterior o previa a su asesinato, Julio César soñó que, alado, volaba por el cielo, que se encontró con Júpiter y que este le estrechó su diestra como a un hermano, como si se tratara de otro dios. Su cuarta y última esposa, Calpurnia (si seguimos la estela o el rastro dejado por Suetonio, las tres esposas anteriores fueron Consucia, Cornelia, madre de Julia, el único descendiente directo y legítimo que tuvo César, y Pompeya) tuvo un sueño agorero, en el que la casa de ambos se desplomaba. Sus esfuerzos por prevenirle cayeron en saco roto, pues fueron en vano. Los dos sueños son premonitorios. El sueño de Calpurnia predijo el futuro tal cual, aunque, dada la pésima relación de César con el Senado, cabe hallar en él una predicción del futuro no tan descabellada, sino más que probable.
Ahora bien, si creemos que puede haber información real en la ficción, verbigracia, en la tragedia de “Julio César”, urdida por William Shakespeare, Calpurnia tuvo un sueño en el que con la sangre que manaba de una estatua de César muchos romanos se lavaban las manos.
Bueno y, tras dar cuenta de toda la información precedente, el atento y desocupado lector (ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él, ora sea o se sienta no binario) de estos renglones torcidos acaso se pregunte, y no le faltará un ápice o pizca de razón para ello, ¿esto a qué viene? Pues, sencillamente, a que esta pasada noche he soñado que la biblioteca pública “Yanguas y Miranda”, sita en el número 14 de la tudelana calle Herrerías, donde sus responsables, Pilar, Teresa y Luis, siempre que me hallo en su sala de adultos en estado de vigilia, me tratan estupendamente, pues contribuyen a que me sienta como en mi casa, que cabe comparar, asimismo, con la misma gloria, se venía abajo, mientras yo pulsaba con las yemas de los dedos índices de ambas manos (no con todos, que no aprendí otrora a hacerlo con método, pero, debido a la costumbre, voy relativamente rápido) las teclas de uno de sus ordenadores; de los tres que están en fila, el que queda en la esquina izquierda.
Mientras me hallaba descansando en los mullidos brazos de Hipnos o Morfeo, dentro del sueño, milagrosamente, lograba salir de entre los numerosos escombros, que se habían producido, tras venirse abajo el edificio, sin una sola erosión o rasponazo, indemne, ileso, sano y salvo. ¿Cuál era la explicación de dicho prodigio? Tras darle muchas vueltas al asunto, tras comentarlo e inquirirles los porqués a varios especialistas (hembras, varones y no binarios) en la materia, no he hallado una explicación científica al respecto, así que no he descartado que haya habido mediación divina. Pero ¿tal vez no había sostenido este menda, cierta y recientemente, en una de sus urdiduras o “urdiblandas” que todas las religiones eran patrañas y que Dios no existía? Pues debo reconocer, sin requilorios, que hay tantas cosas que desconozco o ignoro, de manera fehaciente, que puede que marrara morrocotudamente cuando escribí lo que quedó registrado de esa guisa, negro sobre blanco, o que, para el suceso concreto soñado, que confiaba y deseaba que este no tuviera lugar, pero aún esperaba que acaeciera, gracias a Dios (acaso esta expresión no sobre y sea oportuno que aparezca aquí), no ha acontecido (y ojalá no ocurra jamás).
Nota bene
Para quitarles en un santiamén el miedo que les haya podido generar a algunos lectores pasar su vista por el cuerpo de este escrito, les aseguro, de veras, que esto no ha sido más que una digresión fantasiosa (y, por tanto, apócrifa, falsa, ficticia) o excursión literaria del abajo firmante, que le ha apetecido hacer hoy, sin fundamento en el mundo real ni en el onírico. Y les pido perdón por la inquietud generada, si aún hay alguien que se acerque a la bitácora que gestiona servidor y todavía considera que cuanto sale de mi magín y/o pluma es fetén, ciento por ciento. Mucho de lo que escribo es auténtico, sin duda, pero luego suelo pasar al resultado obtenido mi detector de mentiras, que no es un aparato que exista (aunque acaso alguien ya lo haya ideado e inventado) y, si no pita, hago todo lo posible para que pite y, tras agregar uno o diversos embelecos, por supuesto, pita.
Ángel Sáez García