El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

La influencia de un maestro nunca acaba

LA INFLUENCIA DE UN MAESTRO NUNCA ACABA

Mi amigo del alma y heterónimo Emilio González, “Metomentodo”, suele tener siempre en la punta de la lengua, a punto de salirle por la boca, dos latiguillos: uno, que solo un genio es capaz de interpretar completa y correctamente a otro; y dos, que se pasa de leer a escribir por ósmosis. Puede que sea cierto el primero. Del segundo estoy seguro hoy, pero mañana o pasado…, me temo que habrá que esperar para valorar el hecho con conocimiento de causa.

Tengo para mí que el atento y buen lector (ella o él) suele sacarle el mayor partido al buen autor (hembra, varón o no binario). Y, como el buen autor de la primera parte de una obra es, asimismo, el primer lector de la susodicha, puede que este sea también el que le saque el máximo provecho a la segunda.

En el capítulo XVIII de la Primera parte de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, de Cervantes, después de ser manteado Sancho Panza en la venta de Juan Palomeque el Zurdo, y antes de la aventura de los rebaños de ovejas y carneros (que para el delirante caballero manchego son las huestes de Pentapolín del Arremangado Brazo —Cervantes, como quedó diáfano, al menos esa fue mi pretensión, en el texto que publiqué el 10 de marzo aquí, en esta misma bitácora, bajo el rótulo de “Fuente de inspiración es la lectura”, aprovechó el material de la tragedia “Áyax”, de Sófocles— y de su enemigo Alifanfarón de la Trapobana), don Quijote le replica a su fiel escudero:

“—¡Qué poco sabes, Sancho —respondió don Quijote—, de achaque de caballería! Calla y ten paciencia, que día vendrá donde veas por vista de ojos cuán honrosa cosa es andar en este ejercicio. Si no, dime: ¿qué mayor contento puede haber en el mundo o qué gusto puede igualarse al de vencer una batalla y al de triunfar de su enemigo? Ninguno, sin duda alguna”.

Esa misma idea cervantina late y cabe hallarla en el capítulo III de la Segunda parte de “El Quijote” (siempre que tomemos metafóricamente, las locuciones de “vencer una batalla” y “triunfar de su enemigo” por la publicación de la primera parte de su obra, por ejemplo), ya que, tras confesar el bachiller Sansón Carrasco que ya ha aparecido editada la susodicha y “hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia”, el autor alcalaíno pone en boca de su imperecedero personaje literario lo que él, de veras, piensa:

“—Una de las cosas —dijo a esta sazón don Quijote— que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa. Dije con buen nombre, porque, siendo al contrario, ninguna muerte se le igualara”.

Después de tomar partido don Quijote por el ejército mandado por el emperador Pentapolín del Arremangado Brazo, llamado así, “porque siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo”, según nos aporta Cervantes, en contra del abanderado por el emperador Alifanfarón, señor de la grande isla de Trapobana, y volver a salir malparado, le aduce a su escudero:

“—Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así que no debes congojarte por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas”.

Acabo de leer en la página 4 del número 411 del suplemento ideas del prestigioso diario EL PAÍS, correspondiente al domingo 26 de marzo de 2023, un extracto del libro titulado “Ensayismo”, del crítico y profesor irlandés Brian Dillon, que publicó la Editorial Anagrama el pasado 29 de marzo.

En el susodicho extracto Dillon asevera cuanto dejó escrito Michel Montaigne en su ensayo “Del ejercicio” (que me ha hecho recordar y retrotraerme a la afirmación cervantina del capítulo XVIII de la Primera parte de su inmortal obra, “cuán honrosa cosa es andar en este ejercicio”): “No traigo yo aquí a colación mis doctrinas, sino mi particular experiencia, y no debe censurárseme si la explano: lo que sirve para mi provecho, acaso pueda también servir para el de otros. Por lo demás, ningún perjuicio puede recibir con esta relación la experiencia ajena: expongo solo la mía, así que, si yo hago el loco, es a mis expensas, sin perjuicio de ningún otro, pues es una locura sin consecuencias que muere en mí”.

Releo, primero, cuanto dejó escrito, negro sobre blanco, Cervantes; releo, luego, lo trenzado por Montaigne, y constato que el autor francés fue un excelente lector del español, a cuya obra le sacó buena parte de su jugo; otro tanto había hecho Cervantes con el episodio del desvarío de “Ayax”, de Sófocles.

Dan ganas de concluir lo obvio, que el adagio orsiano, que cabe leer escrito en letras mayúsculas en la fachada norte del Casón del Buen Retiro de Madrid sigue vigente: “TODO LO QVE NO ES TRADICIÓN ES PLAGIO”.

¿La influencia de un maestro tiene fin? Que me siento incapaz de hallarlo admito.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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