El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Todo conocimiento es poderoso

TODO CONOCIMIENTO ES PODEROSO

“Nadie es héroe para su ayuda de cámara”.

Anne-Marie Bigot, Madame Cornuel (puede que pronunciara dicho aserto tras haber escuchado o leído otro de Michel Montaigne, este: “Pocos hombres han sido admirados por sus criados”; años después, Hegel, en su “Fenomenología del espíritu”, complementaría o completaría lo dicho por Madame Cornuel: “Nadie es héroe para su ayuda de cámara, pero no porque aquel no sea un héroe, sino porque este es su ayuda de cámara, que no ve en él las grandezas del héroe, sino las miserias del hombre que come, bebe y se viste; es decir, que lo ve en la singularidad de sus necesidades y de su representación”).

Aunque yo jamás fui su ayuda de cámara, sino un simple colega o compañero suyo, y él, “el Santito”, ni fue ni es aún general (mas, con la carrera que lleva, no me extrañaría nada que llegara a serlo pronto, el día menos pensado), lo que más me llamó la atención entonces, durante los siete años seguidos, siete, que coincidí y conviví con él, y lo fui conociendo paulatinamente, fue su evidente hipocresía, su manifiesta incoherencia. Me explico. Tenía “el Santito” otrora (hablo, en concreto, de nuestro último año juntos) devoción y pasión (¿verdaderas?) por el Kempis, quiero decir, por su obra más conocida, la “Imitación de Cristo”, de Tomás de Kempis (1380-1471), ya sea este el autor de la citada obra o un mero refundidor de textos de Gerardo Groote, libro que le vi sostener varias veces con sus manos; y, deduje entonces y colijo ahora, debía de leer y releer con cierta frecuencia, por ser su libro de cabecera, si cuantas veces eso mismo me aseveró no me mintió, claro, como un bellaco, mas (como hacen otras muchas personas, que pasan su vista por lo escrito, pero no lo comprenden o no sacan a cuanto leen el jugo o la lección apetecida) no lograba extraerle al piadoso manual, según inferí, el provecho adecuado, porque la humildad y la abnegación, que predicaba Kempis, quedaban en él en agua de borrajas o cerrajas, en nada, pues, un día sí y otro también, seguían sin hacer mella en él.

Su abyección, asimismo, no tenía límites, pues “el Santito”, un ególatra de tomo y lomo, era capaz de hacer juegos malabares con su ética de pacotilla, pues era susceptible de confesar que detestaba el egoísmo que imperaba en el orbe, pero él no hacía nada, ni siquiera ponía su párvulo granito de arena para desterrarlo. Conforme servidor iba haciendo su etopeya, describiéndolo, escribiendo su retrato moral, he recordado qué pergeñó Lázaro de Tormes, cuando le escuchó exclamar a su hermano pequeño de color (negro) “¡Madre, coco!”, refiriéndose a su progenitor, negro como el tizón, y el comentario que el protagonista ideó, sin llegar a proferir: “¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!”.

Y como en el convento sigue sin haber mejor maestro que fray Ejemplo, le pondré a usted uno para que entienda el caso a la perfección. Imagine, atento y desocupado lector (ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él, ora sea o se sienta no binario), que servidor escribiera un montón de piezas literarias divulgando, propagando o propalando por doquier bendiciones de la empresa energética Iberdrola, del Banco Santander o del Ejército de Tierra. Bueno, pues, son tantos los textos en los que he mencionado a otra institución que, por pura lógica, por varios canales, cauces o conductos han tenido que llegar a los oídos y ojos del mandamás de la misma, ciertamente, sin mentar, si no todos, una buena parte de esos escritos encomiásticos, laudatorios. Así que, como una mera muestra de gratitud, se esperaría que el propio mandamás escribiera o mandara escribir una nota al autor de dichas piezas literarias, dándole las gracias (¡qué menos!), pues, que si quieres arroz, Catalina, eso es lo que servidor ha recibido (y es que de ingratos está el ancho mundo lleno) como recompensa por las tales, nada (de nada), el cero absoluto, -273 grados Celsius, un silencio atronador, menudo oxímoron.

Como “el Santito” sabe cuánto (positivo y negativo) sé de él, no quiere saber nada de mí, aunque es consciente de que puedo perjudicarle sobremanera. Habiendo adquirido cierto prestigio social, habiendo alcanzado quizá su techo, no desea exponerse a que alguien venga ahora a sembrar dudas sobre él, poner pegas a su personalidad, a ponerlo a él de vuelta y media o en entredicho.

   Nota bene

Habrá quien se pregunte por qué “el Santito” ostenta hoy tanto poder dentro de la organización a la que pertenece; la respuesta, seguramente, es variopinta y la desconozco, de veras; ahora bien, me consta que, cambiando lo que debe ser cambiado para entender el caso, fue ayudante de cámara de un general. Acaso la razón mayor, la de más peso, descanse o estribe en que, ejerciendo dicho oficio, las tareas propias de dicho puesto de trabajo, adquirió mucho conocimiento sobre otros individuos del citado conjunto u organismo, y, por ende, mucho dominio. Saber lo bueno y lo malo del general y de esos otros miembros está claro, cristalino, le abrió más puertas y ventanas que a otros, acaso con una probidad insuperable y mejor fondo ético y estético que el de “el Santito”.

   Ángel Sáez García

   [email protected]

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

Lo más leído