El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Ojalá salga ileso de ese brete

OJALÁ SALGA ILESO DE ESE BRETE

SI EL OTRO SAPO ACEPTA LA ENTREVISTA

En el capítulo 149 de “Rayuela”, su autor, Julio Cortázar, transcribió (quiero pensar que como cariñoso gesto u homenaje a su colega mexicano) un poema, de apenas ocho versos, de Octavio Paz, sin el título que sí le puso su hacedor, “Aquí”; si servidor hubiera sido quien lo hubiera compuesto, lo habría rotulado “Londres”, y dice así: “Mis pasos en esta calle / Resuenan / En otra calle / Donde / Oigo mis pasos / Pasar en esta calle / Donde / Sólo es real la niebla”.

Hoy al abajo firmante le gustaría ser otro, pero no su habitual heterónimo, Otramotro, ni tampoco Jon Imanol Sapieha, “el Sapo”, de “Sapo S. A. Memorias de un ladrón”, como se titula el documental que puede verse en Amazon Prime Video, sino otro caco (de exámenes) o sapo, porque, si este menda lo fuera, acaso podría entender a la perfección su comportamiento desleal, su conducta tuerta, manca y coja, y por qué puede seguir siendo (porque antaño se le dio estupendamente aparentar, como al impostor más ducho) el que fue otrora, un cínico, hipócrita y manipulador de tomo y lomo.

Durante los años que fui compañero del otro caco (de exámenes) o sapo (suelo escribir en mi diario y en algunos de mis textos que fueron siete, pero acaso no llegaron a ser tantos, sino que a mí se me hicieron largos, diuturnos), vi en él, mutatis mutandis, a Lázaro de Tormes, y fundidos en una sola persona real, los personajes ficticios del ciego y el cura de Maqueda del texto anónimo, de la que aprendió, como hiciera Lázaro de ambos, a sobrevivir, lo mejor y lo peor de la vida (ya que solo tenemos una). En su misma determinación de arrimarse a los buenos, ignoro si se llevó más de una sorpresa agradable o desagradable chasco, pero tal vez su orden de prelación moral experimentó una (r)evolución en toda la regla.

Está claro que el roce hace el cariño, pero, en su caso, el cariño excesivo que la persona adulta tuvo con él, cuando este apenas era un niño, puede devenir, mediando estupor o sin él, en su anagrama, estupro. Y es que, a través de las paredes (que hablan y, con la ayuda de un vaso de cristal, se oye todo tal cual), se puede escuchar y, a través de algunas cerraduras de algunas puertas, ver qué es lo que sucede tras ellas.

Me gustaría mantener una interviú con el otro caco (de exámenes) o sapo, y ponerme en su lugar, calzarme sus mocasines. Me consta que hay muchos otros sapos en los distintos charcos existentes y muchos otros cacos (de exámenes) que andan por ahí sueltos, sin haber sido identificados correctamente, como acaso fuera bueno que lo fueran; que por qué, porque, por regla general, el niño que fue violado tiende a repetir, cuando es adulto, con otros niños esos mismos desmanes, esas mismas fechorías u otras peores, agravadas. De sus propias respuestas podría extraer conclusiones sobre si se puede escapar o no de esa dinámica o mecánica iterativa.

Sé que me puedo meter en camisa de once varas y, aún peor, en la guarida del lobo o en una osera. No me gustaría tener que arrepentirme, pero ¿me ocurrirá lo mismo que le acaeció al gato, del que se airea que tiene siete vidas, al que la curiosidad lo mató? Confío, deseo y espero que pueda salir ileso, sano y salvo, del brete, en el supuesto de que el otro caco (de exámenes) o sapo acepte que la entrevista tenga lugar en un sitio frecuentado, con testigos, verbigracia, en la terraza de un bar que haga esquina (por si hay que darle esquinazo).

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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