El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

«Los Luises» son de Navidad el Gordo

“LOS LUISES” SON DE NAVIDAD EL GORDO

JUNTARNOS A COMER ES UNA FIESTA

DESDE AYER EMPECÉ A SER VENTUROSO

“Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad!”.

   Antoine de Saint- Exupéry, en “El Principito”.

“Los Luises” (Calvo Iriarte y de Pablo Jiménez) han sido y son (está claro, cristalino, que puedo augurar y conjeturar, por los antecedentes, que también serán, pero discurrir o disertar del futuro suele llevar aparejada una evidente y vergonzante panoplia de yerros; ese aprendizaje se lo debo a “Queteapuestas”, uno de mis heterónimos) una casa, el séptimo piso de un edificio de la zaragozana Avenida de Valencia, donde conviví con ellos y otros compañeros (éramos siete) durante dos años. Y esa casa, con los dos Luises dentro, va conmigo desde entonces (no tiene nada que ver con la pesada roca que acarreaba Sísifo, pues la tal es liviana). El techo, las paredes y el suelo, o sea, los muchos metros cuadrados que medía y sigue midiendo la susodicha, no, sino los pensamientos que ideamos, los desafíos o retos que nos pusimos, y las emociones y sentimientos que tuvimos y compartimos.

Ahora bien, no puedo olvidar y sí reconocer sin ambages ni requilorios que las baldosas y la pintura de sus paredes y techo seguían cuadrando, encajando, cuando nos desplazábamos a nuestros respectivos domicilios familiares y volvíamos a juntarnos de nuevo, verbigracia, para trabajar de camareros, formando una piña, en el bar “El Andaluz”, de Rincón de Soto (La Rioja), regentado por Joaquín Félix y Teresa. Qué buena pareja formaban y cuánto les estamos agradecidos, y qué bien nos comportamos nosotros, los tres, con ellos, el onubense y la riojana.

Hace casi cuarenta años que los conozco, y no me he llevado a los ojos (bueno, acaso exagero y, por ende, miento, sin pretender hacerlo, por supuesto; el lector asiduo ya sabe dónde estriba o radica la causa, en el agua o las aguas del Ebro, que no son siempre las mismas, como ya adujo el oscuro filósofo presocrático que nació en Éfeso; eso ha podido ocurrir, que haya visto a personas mejores, que los aventajaran en este, ese o aquel concreto punto o materia, pero no llegué a cruzar con ellas ni siquiera unas pocas palabras) en las más de seis décadas vividas (salvo las lógicas excepciones de Arteaga, Piérola, Puerto, Santaolalla, Arellano y Fraguas) personas por las que haya sentido y sienta tanto cariño y me hayan hecho tantos favores.

¿De quiénes o de qué te sientes orgulloso tú, atento y desocupado lector (ora seas o te sientas ella, ora seas o te sientas él, ora seas o te sientas no binario) de estos renglones torcidos? Para mí la respuesta es obvia, de tenerlos como amigos; de que sean, junto con mis deudos o familiares, los dos congéneres en cuya sana compañía no me puede ocurrir nada malo. No lo había pensado hasta que me he puesto a redactar estas líneas, pero “los Luises” son, ¡menos mal que hoy, por fin, (cuántas veces habré afirmado lo mismo, que soy de lento talento) he caído en la cuenta!, mis ángeles custodios. Si Luis XIV de Francia, el Rey Sol, escribió en sus memorias que “el bien del Estado es la Gloria del Rey”, frase auténtica, no la apócrifa que se le adjudica “El Estado soy yo”, “Los luises” son mi mejor estado de ánimo (me ocurre con ellos, mutatis mutandis, con leves variantes, algo parecido a lo que se lee en “El Principito”, de Antoine de Saint-Exupéry, en concreto, en el epígrafe que he escogido para que encabezara los párrafos que contiene esta urdidura o “urdiblanda”: como mañana nos juntamos, empecé a ser feliz desde ayer). Siempre que me reúno con ellos, aunque sea por un hecho luctuoso (me viene a la memoria, por ejemplo, que, acabado el funeral de mi progenitora, Iluminada, durante el cual no dejé de llorar, como una Magdalena; ya me había advertido mi madre, buena profetisa, que acaecería así, ellos me hicieron reír, y casi vuelvo a llorar, pero de la risa), qué ironía, sí, es un día de fiesta.

En Luis Calvo hallé a la persona que llenó el vacío que había dejado libre mi hermano y mecenas José Javier, al marcharse tan joven, recién estrenada su mayoridad, al Cielo. En Luis de Pablo encontré siempre el apoyo, y más cuando el tafallés emigró a la Argentina. Es mi hermano gemelo, la persona a la que en todo momento y lugar me esfuerzo en entender sus puntos de vista y, asimismo, quien mejor me comprende.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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