El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

En tu labor no aceptes injerencias

EN TU LABOR NO ACEPTES INJERENCIAS

Está claro, cristalino, que el talento es evaluable; se puede y se debe medir y pesar (para compararlo, encontrando semejanzas, o cotejarlo, hallando diferencias, con el de otros congéneres o semejantes, sus émulos; y, tras realizar esa doble e inexcusable labor u operación, situarlo bien, con ecuanimidad o justicia, en el escalafón, si lo hay, o jerarquía); y, como se puede contar, también existe la posibilidad de cantarlo. Basta con que alguien le ponga letra, y la misma u otra persona música (o viceversa; aunque, si consideramos el ámbito de los himnos nacionales, verbigracia, cabe identificar alguno sin letra, como el español). Como maestro, mero manipulador (si desnudamos a dicho término del ropaje negativo que porta) del estro, yo a otro no conocí que fuera más inteligente o avispado que fray Ejemplo. A ver si me explico. No quiero decir que jamás haya habido sobre la faz del planeta azul, la Tierra, otro docente más decente, o sea, más íntegro o mejor que él, sino que en los años que yo acudí, de manera habitual, semanalmente, al convento de Algaso, para departir y aprender de los frailes allí destinados, no conocí, entre los tales, a ninguno con el cacumen tan bien puesto ni claro ni preclaro como el de fray Ejemplo. Y esta conclusión, a la que llegué entonces y confirmé o ratifiqué después, le podrá gustar más o menos a la gente que me lea, pero es la veraz, la verdad, mi verdad. Y, si es necesario y pertinente, volveré a insistir en la idea de que la fetén es una manzana, de la misma clase o de distinta variedad a la que exhibió en cierta conferencia José Ortega y Gasset, que le sirvió al mejor filósofo español del siglo XX (como no soy dogmático, acepto discrepancias) para explicar su teoría del perspectivismo, que, grosso modo, viene a defender y probar la tesis de que la verdad absoluta es una, la manzana del ejemplo de marras, pero las verdades parciales o perspectivas, los pareceres, prismas o puntos de vista, son tantos como las personas que contemplaron o contemplan la susodicha fruta desde su personal posición.

Fray Ejemplo fue un genio, porque le sacó el máximo partido o provecho a su ingenio, al poner en práctica su teoría cada día. Celoso de la libertad de cátedra, nunca se metió en camisa de once varas, esto es, en cómo enseñaban otros profesores sus materias. Toleraba otras metodologías, pero él ponía en marcha la suya, proteica, mudable, cambiante, que, tras ponderar los datos, había comprobado, de forma fehaciente, que había dado mejores resultados a sus alumnos y, por ende, a él. ¿No es eso ser coherente, consecuente con quien da predilección, preeminencia o prelación al bien común? ¡El bienestar general ante todo y siempre que se pueda! ¡Cuántas veces le habré escuchado proferir ese mismo pensamiento, de distintas maneras o modos! En innumerables ocasiones les pregunté a sus alumnos, a los más aventajados y a los más retrasados. Bueno, pues unos y otros, los que pillaban antes los conceptos y los que lo hacían más tarde, eran coincidentes en su visión sobre el maestro: era una autoridad y lo que decía iba a misa, siempre que alguien no le demostrara que eso era marrado, claro. Nunca fue un dogmático (salvo en lo tocante al ámbito religioso, por supuesto, donde se confesaba un creyente a machamartillo); y agradeció, de veras, a cuantos discentes discrepaban del criterio defendido por él y le argumentaban con razones de peso su disidencia. Yo fui en dos oportunidades, al menos, testigo fiel, presencial, de ello; en la última, si no marro, le escuché admitir que todo ser humano, incluso el que lo hace con la mejor intención, se equivoca; y aducir el siguiente latinajo: “Errare humanum est, sed perseverare diabolicum”, o sea, “errar es humano, pero insistir o porfiar en el yerro es diabólico”; y, asimismo, referir que él, en sus inicios docentes, había errado mucho, pero que ese mal le había procurado mucho bien, pues había aprendido de cada uno de los yerros en los que había incurrido (tanto de los que catalogó como mayúsculos como de los que juzgó párvulos).

Mientras no caiga en las garras del alzhéimer, nunca olvidaré este consejo que me dio: “Si alguna vez te dedicas a enseñar, cuando alguien se quiera meter en tu parcela, debes advertirle de que ese terreno te corresponde cultivarlo, única y exclusivamente, a ti; y que no aceptarás intromisiones, como tú tampoco te inmiscuirás en los quehaceres de los demás. Si te equivocas, ya sabrás sacar las lecciones pertinentes, que harán sumo bien a tus alumnos y, por ende, de paso, a ti”. ¿O era al revés? Ahora dudo.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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