QUIEN BURLA LA OCASIÓN EVITA EL RIESGO
Acabo de llevarme una sorpresa (en cuyo interior no cabe hallar, no, una monja cautiva) extraña, colosal, pues ha causado en mí, casi a partes iguales, mitad y mitad, una alegría inesperada y, al mismo tiempo, un incómodo revés. Doña Pilar de Juan, la responsable de la biblioteca “Luis Cernuda Bidón”, de Algaso, sabedora de mi pretensión de publicar pronto una obra, que no es una novela, stricto sensu, pero tuvo el inicial propósito de serlo, con el rótulo de “Algaso”, me acaba de entregar en mano un libro que llevaba en el interior de su bolso, nada más darnos de bruces, mutuamente, en la calle Eusebio Zapador, que los algasianos, seguidores a machamartillo del adagio 105 del “Oráculo manual y arte de prudencia” (1647), de Baltasar Gracián (“Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo”), nos hemos acostumbrado a comprimir o concentrar en Eza, a secas, y saludarnos, para que lo leyera. ¿Que cuál es el inopinado título que obra en su portada? Admírese, atento y desocupado lector (ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él, ora sea o se sienta no binario) de estos renglones torcidos, “Algaso”.
La obra, coral, contiene 28 textos (razón por la que su título primigenio, original, fue, precisamente, “El mes de febrero en Algaso”, que luego se abrevió o acortó en el actual) en prosa. Hay de todo, semblanzas (bien prosopografías, bien etopeyas), narraciones, breves ensayos… Sus autores son otros tantos literatos algasianos (por haber nacido en la inmortal villa norteña o por residir en ella). Servidor, qué ignorante fue, es y, me temo, seguirá siendo hasta su día postrero, en el que la parca le haga su guiño fatal, letal, desconocía que hubiera en la muy noble y muy leal ciudad del septentrión peninsular tanto letraherido suelto.
Si el rótulo que aparecía en la portada y el lomo me ha admirado, aún lo ha hecho más saber que la urdidura que abría el volumen llevaba la firma de su hacedor, fray Ejemplo. Así que me ha faltado tiempo para darle las gracias a Pilar, llegar a casa y, tras acudir a mi despacho, sentarme en la silla giratoria, abrir el libro por el principio y leer el texto con el que uno de mis modelos comportamentales, el fraile dicaz, sagaz, había contribuido a enriquecer el acervo cultural de mi querida patria chica. El opúsculo lleva por rótulo “Con el pacharán no nos pasaremos”. Y dice así:
“El licor de pacharán que elaboramos, desde tiempos inmemoriales, que yo reduzco al año catapún, en el convento de Algaso (además de los componentes fundamentales, el anís y las endrinas, y el lento y prudente paso del tiempo, el de una completa y correcta maceración, con propiedades digestivas, siempre que se tome a cautas dosis), siguiendo una receta secreta en la que intervienen benéficamente más de una cincuentena de ingredientes botánicos, es un elixir que no sé si alarga la vida, pero sí contribuye, me consta, a que nuestras digestiones, las de los frailes, sean menos pesadas.
“En la actualidad, de los veinte religiosos que conformamos la comunidad del cenobio solo cuatro se dedican, además de a otras plurales tareas, a la elaboración de la apreciada bebida espirituosa. Hace diez años, de consuno, decidimos que solo produciríamos el doble del pacharán que precisáramos para consumo propio, y que regalaríamos la otra mitad a quienes colaboraran con nosotros, nuestros benefactores o mecenas. No lo venderíamos, salvo que necesitáramos ese dinero para satisfacer un pago perentorio. Valoramos, de común acuerdo, tener, siempre que fuera posible, un remanente de quinientas botellas, para que la pronta venta de las susodichas nos ayudara a salir en un santiamén de otro imprevisto apuro o brete económico.
“Como las buenas noticias (y, asimismo, las malas) no tienen la virtud de correr, sino la de volar, las bendiciones de nuestro pacharán casero han llegado a muchos oídos. Varios empresarios del sector se han puesto en contacto con nosotros (algunos más de diez veces, pues no se han conformado con recibir los nueve nones anteriores) para comprarnos la fórmula mágica, por llamarla de alguna manera, pero siempre hemos declinado la oferta, negándonos en redondo a ello. Mientras permanezca secreta, nadie nos podrá hacer un solo reproche, o sea, achacar las consecuencias indeseadas (incluso funestas) que pueda tener la producción a gran escala, industrial, de nuestro pacharán. Pues somos conscientes de que no todos lo iban a beber como nosotros hemos aprendido a hacer aquí, con moderación, tras las comidas y algunas cenas, solo algunas”.
Y es que es una verdad irrefutable / la que escuchas allí donde tú vayas: / quien burla la ocasión evita el riesgo.
Ángel Sáez García