El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Cómo en una fontana me he mudado?

¿CÓMO EN UNA FONTANA ME HE MUDADO?

¿SE HACE UN DESIERTO DE UN GRANO DE ARENA?

Ruego encarecidamente al atento y desocupado lector (ora sea o se sienta ella, él o no binario) de estos renglones torcidos que no me pregunte cómo ha ocurrido la inesperada metamorfosis, pero si a Gregor Samsa nadie le exigió que dijera cómo había acaecido, en su caso, dicha mudanza, mutatis mutandis, no pido más, pero tampoco solicito menos, así que reclamo el mismo trato, idéntico contrato, y, por ende, que nadie me interrogue, por favor, a propósito de cómo ha acontecido mi transformación inopinada, porque, antes de los asiduos quince minutos que suele durar mi rato de siesta, servidor era mi seudónimo por excelencia, Otramotro, pero, tras despertar de la misma, ha devenido en más que la fontanera por antonomasia del PSOE, Leire Díez Castro, una fontana de diez caños, donde un castor hembra aparece grabado alrededor de la misma, en diferentes posturas, y que, en lugar de licenciada en Ciencias de la Información, me gradué, por arte de birlibirloque, como sui géneris ingeniera de ríos de tinta (porque me río, a mandíbula batiente, de toda esa patulea de crédulos o indocumentados, o ambos a la vez, a los que les he hecho creer que sé lo que sé, que es mucho, y que no sé lo que no sé, que es poco, como si fuera una hija legítima de Confucio, eso sí, venida a menos, o a más, ya que todo es interpretable, como adujo una portavoz de cierto Ejecutivo y otra de otro se lo aprendió al dedillo, de corrido, y lo replicó y repitió, como si hubiera sido formulado por vez primera por ella y fuera de su propia cosecha, y todos los ministros con menos lustre de ese Gobierno, que está viviendo sus horas más bajas, acaso su fin de ciclo o invierno, que son un lastre para el mismo, se dedican a lanzar bulos como las balas de paja que acarrean las acémilas, que pueden matarte si te caen, de una vez, dos o tres de ellas encima, y pueden costarte el huevo derecho y el izquierdo, o sea, los dos dídimos que guarda un escroto secreto).

Seguramente, quien haya leído hasta aquí, habrá pensado que he perdido el oremus. Eso tal vez ha podido suceder por haberme propuesto el desafío de terminar de leer “Los hermanos Karamázov”, la última novela escrita por Fiódor Dostoyevski, en tres días (con sus respectivas noches), como así ha sucedido.

Después de haber pasado mi vista por todas las páginas de la obra citada, tengo la impresión refractaria de haber sido poseído por el espíritu que recorre la misma de principio a fin. Por tanto, resumiré la obra en unas líneas que han hecho mella en mí, las que siguen en el párrafo que continúa:

Aquí lo que importa e interesa, aunque no me llame Teresa, es que yo no me mienta a mí misma. ¿Por qué? Porque quien lo hace como una bellaca o bribona y escucha absorta, ensimismada, sus propios embelecos, pero no llega a distinguir, dado el totum revolutum existente, que ha originado motu proprio, las mentiras, que son sus mentiras, de las mentiras que son sus medias verdades (acaso aquí haya echado servidora mano de una hipérbole, pues con un cuarto de la misma tenían bastante), en su fuero interno y a su alrededor, se deja de tener respeto a sí misma y a los demás. Quien no se respeta ni respeta a nadie está incapacitada/o para amar, al carecer de esa condición sine qua non. Para llenar su tiempo de ocio y divertirse puede que se entregue a las bajas pasiones que acaecen en las cloacas y las sentinas y a los placeres zafios, y llegue a hacer realidad sus vicios más inconfesables, vistiéndose de novicia o de monja que come chocolate a escondidas, para mostrar a todo quisque cuánto puede una mentirse sin mentarse a sí misma. Quien engaña tanto que no sabe ni cuándo engaña de veras, suele sentirse ofendida, pero no porque se haya sentido agredida, calumniada o vilipendiada, no, sino porque eso le resulta grato. Incluso se ofende para darse tono, postín. Sus exageraciones favorecen que los cuadros en los que ella aparece retratada sean más impresionistas y más impresionantes. Me agarro a una palabra y de un grano de arena hago un desierto, o de una gota de agua salada un océano. Sé todo esto y, sin embargo, me siento indignada, porque me resulta grato, y consigo experimentar una satisfacción extraña, que me lleva a sentir animadversión o, si lo prefieres, rencor, hacia mí y hacia los otros.

¿Qué diría, si contemplara a contraluz esta radiografía de la situación política española actual, Samuel Beckett, uno de los padres del teatro del absurdo y Premio Nobel de Literatura 1969?

   Fontana de diez caños de “el Castor”.

   Ángel Sáez García

   [email protected]

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

Lo más leído