No es tiempo de quejarse, sino de protestar.
Hay demasiado en juego, está tan en entredicho España y pende de un hilo tan fino nuestro futuro, que sería delito dejarse llevar por la congoja o la melancolía.
Antes de enzarzarme es esto tan divertido que es Periodista Digital, estuve más de treinta años dando tumbos por el mundo, saltando frenéticamente de un punto a otro del Planeta, para cubrir como reportero guerras y desastres provocados casi siempre por la estupidez humana.
Conozco más de un centenar de países y soy incapaz de imaginar uno -decente, civilizado y democrático- en el que la oposición no se hubiera ya comido con patatas a un presidente de gobierno con su mujer, su hermano, su conmilitón de confianza y su fiscal general imputados por corrupción.
Un político que miente más que habla, chalanea con terroristas, debe su cargo a los separatistas, asalta la televisión pública, manipula hasta los sondeos oficiales, ha colonizado el Tribunal Constitucional, dispara la deuda pública y fríe a impuestos a los ciudadanos.
Y que para colmo tiene como vicepresidenta a una insulsa que gasta su tiempo en peluquerías y encubría y promocionaba en su partido a un tipo acusado de abusador sexual.
Y que encima, cuando la tragedia se abate en forma de diluvio sobre su territorio, se pone de perfil, arrastra los pies indiferente al dolor de las víctimas y oculta lo que hizo o no hizo durante las primeras horas de la tragedia en Levante.
Recuerdo vívidamente, porque residía entonces en Nueva York y después entré en Afganistán a través de la antigua frontera con la Unión Soviética, el momento en que informaron a George Bush de que los terroristas de Al Qaeda a las ordenes de Bin Laden habían atacado las Torres Gemelas.
Bush estaba en una escuela de Florida, delante de 16 niños, leyéndoles un fragmento de ‘La cabra mascota‘, cuando se acercó a él su entonces jefe de gabinete, Andrew Card, y le susurró algo al oído.
Michael Moore se burló con crueldad, en su documental Fahrenheit 9/11, de esa escena, pero creo que injustamente.
Durante 40 segundos, visiblemente impactado, Bush se mordió el labio inferior con la mirada perdida.
Observó a los periodistas ubicados al fondo de la sala, que ojeaban en sus móviles el mismo mensaje que él acababa de recibir y durante dos minutos y medio simuló seguir leyendo el libro infantil.
Después se levantó, enfiló hacia la biblioteca del centro y media hora más tarde lanzó su primer discurso a la Nación.
Pues Sánchez, el marido de esa Begoña que este miércoles ha peregrinado a la Asamblea de Madrid para dar cuenta de sus apaños y chapuzas, siguió tan pancho luciendo palmito en los estudios de cine de Bollywood, cuando el martes, 29 de octubre de 2024, le avisaron de que la Dana ya había causado muertos.
No hizo ni referencia al tema, cuando habló de ayudas económicas al cine, con los periodistas adictos que le acompañaban.
Siguió otras ocho hora en territorio indio, como si nada, antes de emprender rumbo a España.
Fue a eso de las 22.50, sobre el Golfo Pérsico y después de cenar, cuando envió al popular Mazón un Watsapp con el mensaje «a disposición”.
Y no fue hasta el día siguiente, al mediodía, cuando reunió por primera vez al mal llamado ‘gabinete de crisis’.
Si a un facineroso así, a un tipo tan poco empático, tan ajeno al dolor de la gente, no lo puede sacar a patadas de La Moncloa la oposición, que Feijóo, Abascal y todos los demás, se lo hagan mirar.
Ellos y el antaño noble e indómito pueblo español.