Un vídeo rápido, con diversos fragmentos de los sucedido en las últimas horas, que pone en evidencia el hartazgo de la gente y la creciente indignación con este infame Gobierno socialcomunista, que pacta con los proetarras, claudica ante los separatistas y abandona a las víctimas de tragedias como el Diluvio en forma de Dana, que se ha abatido sobre el Levante.
De todos los tonos y de todos los colores.
Esto no queda así, esto se hincha como dice con sorna una parte del periodismo patrio, la que no está amarrada al pesebre de La Moncloa.
En 2018, Sánchez hizo algo que muchos en el mundo político solo se atreven a soñar: liderar una moción de censura contra Rajoy.
Y no fue por un simple capricho, sino porque el ambiente de corrupción que rodeaba al gobierno del PP era tan denso que uno podía cortarlo con un cuchillo.
Con la bandera de la «regeneración» ondeando, un término que Ciudadanos había impuesto como si fuera el nuevo mantra del día, el PSOE y su líder mesiánico se presentaron ante el público como los héroes de la transparencia política.
Claro, porque nada dice «honestidad» como una historia de corrupción que se repite durante seis años.
Es crucial recordar que no estamos ante un gobierno normal; esto es más bien una mafia bien organizada.
Utilizan las instituciones del Estado como si fueran su propio buffet libre, robando a la nación con la impunidad que les otorgan sus siglas y unos medios de comunicación comprados que pintan un cuadro de honradez donde solo hay sombras.
El PSOE, en el mismo mes en que lanzaba su moción contra el PP, se opuso a eliminar los aforamientos.
¿Por qué? Porque protegerse es lo que hacen los privilegiados cuando saben que la tormenta se avecina.
Y ahora, el hedor que emana de Moncloa es inconfundible.
Aldama, el nexo corruptor del sanchismo, ha declarado ante un juez que su gobierno tenía vínculos con sus negocios turbios.
Desde cenas con la narcodictadora venezolana Delcy Rodríguez hasta pagos a miembros del PSOE en su sede, la lista es larga y no muy digna.
Sánchez apareció en el Congreso de los Diputados como si estuviera en una pasarela de moda: mandíbula apretada, gestos nerviosos y una mirada desafiante pero evasiva.
Su sonrisa era tan auténtica como un billete de tres euros.
Sánchez caerá, probablemente por algo tan trivial como Al Capone, quien fue atrapado por evasión fiscal mientras su legado era un país destrozado y una población dependiente del Estado.
Pero no será por lo que todos sabemos que hace; será por lo que hizo sin pensar en las consecuencias.
La opinión pública solo importa para los socialistas cuando les favorece; si no lo hace, simplemente la compran.
La pretendida regeneración que llevó a Sánchez al poder es ahora su cadena de arrastre.
Como diría Kierkegaard, el socialista Sánchez es un esteta creado por él mismo y sus secuaces, una especie de homenaje a la nada.
En este teatro político donde todo es ficticio, el oxímoron «socialista honrado» brilla con luz propia.
El día en que el PSOE decida acabar realmente con la corrupción, se quedarán sin partido… y sin público para aplaudir su actuación.