El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Santallana? ¡Un bululú!

¿SANTALLANA? ¡UN BULULÚ!

Dilecto amigo y heterónimo/seudónimo, Otramotro:

Como sé que te encantan los cuentos, me dispongo a narrarte (a ver si lo hago con arte y, así, logra agradarte) uno que se lo escuché relatar a un bululú que acaso ignoraba que lo fuera, y, además, excelente.

Como te consta, me encuentro, desde el pasado jueves, 20 de los corrientes mes y año, disfrutando de mis merecidas vacaciones estivales en la mayor de las islas canarias, Tenerife. Ayer, quinto (y, si hacemos caso al dicho, no lo hay malo) de mis afortunados días de asueto, me desperté sin haber puesto la alarma del móvil (ergo, sin que la mentada sonara) a las siete y media de la mañana, hora canaria, como es hábito arraigado en mí, mientras discurren, por lo general, las dos semanas placenteras que, desde hace más de tres lustros, suelen durar mis veraniegas estancias anuales en la isla donde se yergue imponente el Teide.

Recordé, nada más abrir los ojos, fielmente, el último sueño que había tenido (desconozco si, mientras dormía, tuve alguno/s más). Había escuchado, embobado, el relato preciso y precioso que había coronado uno de mis excompañeros de Navarrete, Álvaro Santallana Risueño (que, desgraciadamente, murió hace algún tiempo, tras sufrir un infarto de miocardio): después de haber padecido un compañero suyo (ahora no me cabía la menor hesitación de que se estaba refiriendo a mí) un luctuoso accidente de tráfico, no dudó en buscar y hallar apropiado compañero de viaje en un colega de ambos, Carlos Jesús Rojo Manzano, desplazarse desde Zaragoza a Tudela y acudir al hospital para hacerme un visita y darme ánimos.

Yo no viajé a la ciudad donde vivía Álvaro para darles a sus deudos más directos mi pésame, sentido y sincero (que les hice llegar por otro cauce), pero le escribí tres décimas que, según él adujo en el sueño, le gustaron mucho. Sin embargo, lo que me dejó atónito, estupefacto, patidifuso, fue lo que alegó a continuación, que le estaría eternamente agradecido a quien trenzó los catorce versos (idénticos a los que yo había juntado recientemente para conmemorar su quincuagésimo quinto cumpleaños, en el supuesto de que hubiera seguido vivo, entre nosotros, y había previsto publicar en mi bitácora el cinco de noviembre, fecha de su aniversario) que componen el siguiente soneto, que titulé “De la discordia fue y de la concordia”:

“Manzana llama el pomo de la espada, / El bocado de Adán o nuez, amigo, / Y el fruto que será, Álvarez, testigo / De mi predilección por tu alma alada; // José Luis, por tu cara arrebolada; / Por tu amplio, Santaolalla, y luengo abrigo, / Que a bien tuviste compartir conmigo / Como estudio/s, litera y/o acampada. // Así que puede ser de la discordia / Símbolo dicho fruto reputado / E imagen de su opuesta, la concordia. // Mientras viva, usaré el modo o manera, / Que aprendí en Navarrete del finado, / De en un pispás mondar manzana o pera”.

Puerto de la Cruz, martes, 25 de julio de 2017

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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