¿POR QUÉ LLAMAN AL CULO ORTO Y NO OCASO?
Imagino hechos (gestas y gestos) que jamás presencié (ni los vi ni los oí), pero puedo (me siento capacitado para) testimoniar ante un juez (si existe Dios, ante Él —aquí no hallará quien precise buscar para cerciorarse y creer y quien no, por ser omnisciente, un ápice o pizca de irreverencia—, dicho Ser Supremo), con absoluta convicción, sin tener conciencia ni constancia servidor de que vaya a mentir, que los hechos narrados por el abajo firmante fueron reales, porque sucedieron (ante mis ojos y oídos fantasiosos), me sedujeron (Iris logra culminar tal cosa, sencilla y simplemente, cada vez que opta por ponerse y vestir de nuevo esa blusa blanca, traslúcida, con rosas rojas bordadas en ambas solapas, que ofrecen su apetecible y pecaminoso escote a las pupilas y las narices salaces del viento) y persuadiéndome (reinspirándome lo que a otras/os les fue concedido en exclusividad, primero, pero, por unos motivos u otros, no consiguieron extraerle ni el suculento jugo ni el valioso provecho) con razones como puños, de peso.
Cada escritor (ella o él) tiene un territorio propio, donde fue dichoso, que hace las veces de fetiche, donde se siente incólume, sano y salvo. El mío di en llamarlo Algaso, porque es donde algo (sin especificar, inconcreto) puede tener acaso su ocaso. Si eso es así (los días que no dudo), Algaso tuvo su fundación, su orto (por cierto, ¿no deberían haberle llamado los argentinos al culo, por ser más apropiado, en lugar de orto, ocaso?; nada más formular la pregunta he caído en la cuenta de que, tal vez, quien tuvo la genial idea de denominarlo de esa guisa y el grupo de parroquianos o epígonos que lo secundaron o le siguieron la boutade eran, como servidor, unos coñones redomados; y es que, en sentido estricto, pudo tratarse de una mera ironía).
Ángel Sáez García
