El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Del mito o timo que será Iris, mi estro

DEL MITO O TIMO QUE SERÁ IRIS, MI ESTRO

Recuerdo haber leído la idea, pero no quién la escribió ni en qué obra: es el aspecto (terminativo o no) lo que diferencia, de veras, la realidad de la ficción, la verdad de la mentira; o, expresado de otro modo, por si se decanta por esta opción o la prefiere a las anteriores el atento lector (ella o él) de estos renglones torcidos, la existencia real, efectiva y afectiva de mi amada musa tinerfeña, Iris, del mito (o su anagrama, timo) en que ella puede devenir. Lo que sí me consta (¿de manera fehaciente?) es que fue José Ortega y Gasset quien puso las bases para que la mentada idea brotara en quien sostuvo o tuvo entre sus manos y leyó el ejemplar donde el citado filósofo sembró la semilla, germen de la susodicha.

La explicación no es baladí, sino distintiva, pertinente y relevante. Mientras que la realidad siempre anda creándose, haciéndose, metamorfoseándose, el mito (o timo), mejor o peor resuelto, ya ha sido finalizado y permanecerá así, por los siglos de los siglos, tal cual (puede que haya sufrido algunos arañazos, escasas y leves variantes), inamovible, inmutable.

Desde el señalado día en el que la conocí, para mí Iris es la mujer real ideal. Ahora bien, si me preguntaran si Iris coincide con mi prototipo de fémina (si es que alguna vez sostuve o tuve alguno, que esa es otra varilla (que desconocía que existiera) del abanico o faceta del poliedro que es la realidad, cualquier realidad, incluida Iris), diría (sin mentir en mi respuesta) que no. ¿Acaso sirve de algo tener un modelo? Cuando este, está claro, es irreal y ¡uno se enamora de personas reales (acaso no sobre apuntar y apuntalar lo que sigue, que servidor no tiene ordenador ni acceso a Internet)! Un modelo se parece mucho a un cúmulo de prejuicios. Por ejemplo, imaginemos que la mujer ideal de un universitario de primer curso de carrera tiene que cumplir tres requisitos inexcusables, tres, para serlo: rubia, con los ojos verdes y delgada. Entre las chicas que va conociendo, dentro y fuera del campus, no aparece ninguna que reúna las tres condiciones sine qua non. ¿Va a dejar de divertirse, de hablar, de tontear con ellas por esa razón, más bien sinrazón? No, ¿verdad?

Yo conocí a Iris durante un estío inolvidable. Entonces contaba la friolera de cincuenta y siete primaveras. ¿Se es viejo a esa edad para enamorarse? Quedé prendado de ella por cómo era, por cómo se comportaba (con los demás y conmigo). ¿Me hubiera llamado la atención, como así hizo, si, aun siendo bella, como era, sin duda, yo hubiera captado lo que tal vez, se hubiera aprestado a ocultar (negar) o silenciar, alguna actitud suya, claramente desaprensiva o sencillamente borde? Seguramente. Y de forma negativa, por supuesto. Pero, prodigiosamente, toda nueva acción que protagonizaba, todo nuevo gesto que tenía, venía a confirmar o ratificar mi primer parecer, que Iris era aún más bella. Presentí (tuve la corazonada de) que, amén de una mujer de bandera, un bombón, podría ser la fémina que me haría inmensamente feliz si conviviera a diario con ella, si la tuviera, de ordinario, a mi vera.

Acepto (¡qué otra opción tengo!, ¿acaso aquí cabe la posibilidad de elegir?) que cada quien tenga la opinión que le merezca Iris. Cuando dé por terminadas las piezas de que conste mi obra, que lleva el título provisional de “El puzle”, se publique el libro y el lector (ella o él) lo lea, acaso haya ovación e Iris devenga mito, o quizá haya abucheo y bronca, porque advierta en ella un timo.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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