El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Seres únicos sois/sed e irrepetibles

SERES ÚNICOS SOIS/SED E IRREPETIBLES

“Cuando yo era profesor, solía decirles a mis alumnos el primer día de clase: ‘Ahora que es tiempo de novedades, y antes de que descubráis que yo no tengo mucho que decir, que apenas soy un anfitrión que está aquí para hacer las presentaciones entre vosotros y Cervantes o Chéjov —aquí un escritor, aquí un lector—, y que serán ellos, Cervantes o Chéjov, los que os enseñen literatura, y si ellos no lo consiguen no lo conseguirá nadie, antes de eso, antes de que mis palabras se conviertan en lluvia, quiero que me escuchéis bien por una vez, y que apuntéis en vuestros cuadernos lo que voy a deciros, y que de vez en cuando lo leáis, hasta que estéis seguros de no olvidarlo nunca’”.

Luis Landero, “El huerto de Emerson” (2021).

Hace dos meses cabales (aprovechando —supe luego— que una vecina entraba con su carro de la compra por la puerta del edificio, y sin saber, a ciencia cierta, si yo estaba o no en casa, se coló en la finca una adolescente que subió por las escaleras hasta la planta donde vivo y pulsó el timbre de mi piso, que sonó), tras escuchar la doble emisión rauda de dos sonidos intermitentes, abrí la puerta y la “mueta” (en Tudela llamamos así a la que en otros lugares denominan muchacha o moceta) que hallé enfrente dijo buenas tardes y se presentó: soy Maribel, hija de Beatriz. Nada más fijarme en su pelo pelirrojo y en los rasgos de su faz, deduje (de tal palo, tal astilla) lo certero, que esa gracia de pila correspondía a alguien que conocía, y con su mención la púber hacía referencia, sin atisbo de duda, a la señora a quien suelo comprarle, cada dos o tres días, en la tienda de la esquina, la fruta y la verdura que consumo.

Mi madre me ha mandado preguntarle, prosiguió, desenvuelta, si me puede dar clases de literatura española, que es la parte de la asignatura que peor llevo, pues la lengua la domino. Le aduje a ella lo mismo que otras dos veces, si no lo recuerdo mal, le había argumentado antes a su progenitora, que yo no impartía clases particulares (aunque puede que lo haga “sin querer queriendo”, como solía decir el “Chavo del Ocho”, en alguno de los textos que trenzo), pero que, con sumo gusto, podía orientarle e indicarle dónde iba a aprender, si leía detenidamente, acompañada y asentada en ese inexcusable trípode que conforman el diccionario, la soledad y el silencio, estupendos fautores para un/a estudiante responsable. Dile a tu madre que te compre en la librería/papelería “El Cole”, o que encargue a Nabil, Silvia o Susana, si aún no lo han recibido, “El huerto de Emerson”, de Luis Landero; y que te lo regale. No lo podrá igualar el mejor obsequio que haya pensado hacerte para tu próximo cumpleaños (sea este cuando toque). Te recomiendo, con especial encarecimiento, que las páginas que van de la 69 a la 87, el entero capítulo 5, que Landero rotuló así, El niño y el sabio, sean las primeras que te lleves a los ojos y hagas el esfuerzo de entender.

El mes pasado, Maribel volvió a tocar el timbre (esta vez del portero automático) y se limitó a decirme ocho palabras: Ángel, soy Maribel; muchas gracias por todo; adiós. Cumplió, a rajatabla (a los dos días me enteré de la razón), con lo que le había mitad aconsejado, mitad encargado, que hiciera su madre: acércate hasta su casa y demuéstrale con brevedad, sin molestarle, tu agradecimiento.

Hoy, en el buzón, Maribel me ha dejado una copia de su trabajo de literatura. La profesora les había propuesto a los alumnos que quisieran mejorar o subir la nota obtenida durante la última evaluación hacer un trabajo personal, individual. Tenían que coronar un comentario de texto de “El Lazarillo de Tormes”, en concreto, de dos párrafos del Tratado primero, estos:

“Allende desto, tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían, para las que estaban de parto, para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien; echaba pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso de medicina, decía que Galeno no supo la mitad que él para muela, desmayos, males de madre. Finalmente, nadie le decía padecer alguna pasión, que luego no le decía: —Haced esto, haréis estotro, coged tal yerba, tomad tal raíz.

“Con esto andábase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les decía creían. Destas sacaba él grandes provechos con las artes que digo, y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año”.

He aquí, a continuación, el original trabajo de Maribel:

“He pensado mucho en lo que mi profesor particular, Ángel (aunque, si van a su casa y le preguntan a él al respecto, negará, rotundamente, que lo es), me dijo un día por teléfono; en las líneas que aquella tarde me leyó de “Amor y pedagogía” (1902), de Miguel de Unamuno (en este punto de su escrito Maribel yerra, porque las líneas que aduje, estas, “—Extravaga, hijo mío, extravaga cuanto puedas, que más vale eso que vagar a secas. Los memos que llaman extravagante al prójimo, ¡cuánto darían por serlo! Que no te clasifiquen; haz como el zorro, que con el jopo borra sus huellas; despístales. Sé ilógico a sus ojos hasta que renunciando a clasificarte se digan: es él, Apolodoro Carrascal, especie única”, no se las leí, sino que las recordé de memoria, como vengo haciendo desde hace la tira de años, desde aquella jornada remota en que decidí aprenderme las susodichas palabras de carrerilla o coro); y en las exactas que leí del libro de Landero, que él me recomendó que leyera con suprema atención, sobre todo, en que cada una/o de nosotras/os debemos esforzarnos en ser originales, especies únicas.

“Así que, en lugar de hablar de la misoginia que destilan o exudan los dos párrafos escogidos o propuestos por la profesora, sobre la que versarán, seguramente, muchos de los trabajos de mis compañeras/os, me he atrevido a hacer algo distinto, como me sugirió, sin que mediara imposición, que culminara Ángel, cambiarme de carril, pero sin descarrilar, porque esta estrategia siempre le había dado a él buenos y aun óptimos resultados. Y me he decantado por escribir un poema, al estilo de los cantares de ciego de antaño, en versos octosílabos, que acabe con las mismas palabras que concluye el segundo de los párrafos seleccionados; y lo he titulado “A mi ciego Luis Chamorro”: “Fui mozo del invidente / que se llamó Luis Chamorro. / Se le calentaba el morro / cuando le daba la gente. / Despertaba al diligente / que abría el géiser y a chorro / su discurso inteligente / salía y formaba corro / en derredor; no lo borro. / Amén de astuto vidente, / fue tan sagaz como un zorro; / donde colocaba el gorro / caía una reluciente / moneda, a la que seguía / otra, que la perseguía / hasta que contaba veinte / y su mano era un tridente. / Como Luis argumentaba, / es mejor que no haya nada / a que abunde. La manada / o el racimo no ayudaba. / Mi maestro ciego, antaño, / cosechó un gran palmarés: / ganaba más en un mes / que cien ciegos en un año”.

“Maribel”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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