El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Ojalá os asombréis de vuestros dones

OJALÁ OS ASOMBRÉIS DE VUESTROS DONES

(…)

Y, como acordamos, de consuno, la semana pasada, hoy será el primer viernes en el que dedicaremos los diez minutos últimos de la hora a plantear un asunto sobre el que luego podamos reflexionar. Cada viernes, un alumno (ella o él) se encargará de idear, escribir y leer aquí, en el aula, en voz alta, para perder el miedo a hablar en público, unas líneas sobre el tema que haya elegido, que desarrollará, en veinte, treinta o las líneas que sean, para que o, mejor, sobre el que el resto pensaremos atenta y detenidamente durante el fin de semana o finde, vocablo admitido y con entrada en el Diccionario de la Lengua Española, DLE, que ya se puede escribir, así, acortado.

Asimismo, como pactamos, para dar ejemplo de compromiso con lo consensuado por el grupo, de llevar a cabo ese menester se ocupará hoy servidor. A ver qué os parece:

En esta clase, todos los que nos hallamos dentro de sus cuatro paredes (incluyo, por supuesto, al resto de vuestros compañeros, quienes siguen la hora lectiva desde sus respectivas casas, en conexión directa, por Internet) estamos condenados a ser libres, a hacer uso de nuestra libertad, querámoslo o no, a elegir (de entre las opciones que se nos brindan o presentan o las varillas del metafórico abanico); puede que menos de lo que nos gustaría, pero el hecho es innegable y no se puede objetar: el hecho es el hecho, no un helecho, aunque suene parecido, como dijo y dejó sentado y sentenciado Pero Grullo.

Además, en esta clase todos estamos abocados a ser únicos, originales (por cierto, recuerdo, como si fuera ayer, cómo olvidarlo, que, en cierta ocasión, escribí en la primera redacción que hice de un texto “orinales”, sí, sin la sílaba “gi” —donde no pudieron mearse de risa los demás—, que me hizo reír a mandíbula batiente, ji ji ji o ja ja ja y demás posibles variantes, que se obtienen al mudar simplemente la vocal; yerro que procedí a enmendar, de inmediato, sí, a subsanar la falta evidente de la susodicha sílaba, sí, lavando la mentada mancha, en un pispás), irrepetibles. ¿Por qué somos libres? Porque servidor, verbigracia, podría haber empezado su planteamiento de otra manera, distinta y hasta opuesta. Probemos. Todos estamos condenados a ser esclavos de las circunstancias que nos rodean e influyen, en algunos casos, tanto que uno tiene la impresión refractaria de que lo hacen de forma definitiva. A veces, se nos acorta o estrecha tanto el abanico de posibilidades, que nuestra capacidad de decidir queda reducida a la mínima expresión, o la oferta, a la hora de elegir, tiende a devenir la unidad, ya que, en sentido estricto, no elegimos, porque la opción por la que nos decantamos se nos impuso o impone.

En esta vida, os lo aseguro, lo comprobaréis una vez y otra y otra y otra, hasta el hartazgo, todo es susceptible de aprenderse o ser aprendido. Unas o unos artes o saberes, unas asignaturas, os resultarán más difíciles que otras, pero, insisto, se puede aprender a tocar el piano (me refiero a pulsar sus teclas blancas y negras con conocimiento de causa), a conducir un coche, a jugar al ajedrez, a hacer integrales,… Reconozco que, aunque otrora, hace cuarenta y tantos años, aporreé alguna vez las teclas de un armónium (mientras estudiaba alguno de los tres últimos cursos de la extinta Educación General Básica, E. G. B., en el seminario menor que los religiosos Camilos regentaban en Navarrete, La Rioja), y antaño, hace más de treinta años, manejé el volante de un coche en marcha, a escasa velocidad, en una explanada, sin correr personas y bienes ningún peligro, supervisado todo por uno de mis hermanos, “el Chato”, no sé hacer ninguna, pero no he sentido ni siento, en estos precisos momentos, el impulso irrefrenable de ponerme ya, a renglón seguido, a subsanar esos dos vacíos concretos que llevo advirtiendo, desde ni se sabe, en mí.

Hay quien se extraña de que tenga tan buena memoria. Seguramente, ignora que esa capacidad para recordar es una facultad de nuestra inteligencia que también se puede entrenar, como la imaginación, como cualesquiera músculos del cuerpo humano.

Os animo a que hagáis el esfuerzo de admiraros, a que os asombréis cada día que viváis, a que descubráis cuántos talentos hay dormidos en vosotros, cuántos dones atesoráis; pero a vosotros os corresponde coronar el trabajo indelegable e inexcusable de despertarlos de su letargo. Recordad la docena de versos inmarchitables de la Rima VII de Gustavo Adolfo Bécquer:

 

Del salón en el ángulo oscuro,

De su dueña tal vez olvidada,

Silenciosa y cubierta de polvo,

Veíase el arpa.

 

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,

Como el pájaro duerme en las ramas,

Esperando la mano de nieve

Que sabe arrancarlas.

 

¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio

Así duerme en el fondo del alma,

Y una voz, como Lázaro, espera

Que le diga: “Levántate y anda”!

 

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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