El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Me recuerda el anuncio del conejo

ME RECUERDA EL ANUNCIO DEL CONEJO

“Eso de la raza, la nobleza y la bravura es una cosa muy difícil de explicar; es como el español que está tranquilo mientras no le tocan la querencia, que no ataca si no le molestan, pero en cuanto algo se tuerce, te arrea sin más, aunque primero avise, eso sí”.

Manuel Vicent, en “Domingo Ortega, con los pies entre dos surcos”, artículo que apareció publicado en la edición impresa del diario EL PAÍS el viernes 28 de agosto de 1981.

Puede que a quien no le venga ocurriendo cuanto me acaece, a quien no tenga que soportar mi averno, erebo o infierno, una madrugada tras otra, que los ruidos, de todo jaez, ocasionados por las personas que viven en o acuden al piso de arriba le hurten, velis nolis, sus horas de descanso y sueño, sagradas, no entiendan por qué estoy hasta más arriba de la coronilla, sumamente cabreado, indignado, pero en grado superlativo, con las tales (ellas y ellos).

Cuando no es por esto, es por eso, por aquello o por lo de más allá. Cuando no es por una causa conocida, es por otro motivo, cuyo origen tal vez sea ignoto, pero, por los indicios, quepa barruntar, intuir o sospechar (o quizá no, de ninguna de las maneras). ¿Servidor puede olvidar acaso la bulliciosa fiesta que montaron los mentados vecinos y sus invitados la madrugada del primer día del año en curso? A las cinco y media de la mañana, harto de escuchar la música que no deseaba oír y, a pesar de los tapones que me había colocado en los oídos, que la atenuaban, di varios golpes en una de las paredes de mi habitación para que cesara la misma. ¿Sabe usted qué decente e ingenioso ruido recibí como respuesta? El taconeo irrespetuoso e irresponsable, con recochineo inaceptable, de una fémina, asistente entusiasta a dicha celebración. ¡En tiempo de pandemia, sí, con un par! Llamé dos veces esa noche al 092, teléfono de la Policía municipal o local, pero, al parecer, estaban hiperatareados, superocupados, intentando resolver otros problemas ocasionados por otros ciudadanos, procurando darles las soluciones oportunas, porque esta vez no atendieron ninguna de mis dos llamadas y, por tanto, no pudieron solventar mi problema, en puridad, el que me causaban los alegres vecinos de arriba.

Tampoco he echado en saco roto la jarana que montaron durante todo el santo día del Padre. Entre las interminables risas femeninas y el atropellado y pastoso parlamento (es un decir) del dipsómano, que había bebido y semejaba ir como una cuba, hasta los topes, fueron pasando las horas, hasta que decidieron ponerle fin a la una y media de la madrugada. Al día siguiente, ¡menos mal!, lo lógico y normal, deduje, tras los excesos de la víspera, del piso de arriba no llegó a mis oídos ruido alguno, porque nadie dijo ni mu ni musitó nada.

Le propongo un juego. Imagine el atento y desocupado lector (hembra o varón) de estos renglones torcidos una posible panoplia o colección de sonidos inarticulados desagradables que sean los más habituales; haga un listado pormenorizado de todos ellos. Bueno, pues me apuesto con usted doble contra sencillo a que, si lo invito a mi piso durante un finde, tendrá la oportunidad de comprobar cómo en el piso de arriba se originan ruidos de causa desconocida, que no logra identificar, a pesar del cúmulo acopiado por usted de los tales.

Durante las dos últimas noches, a eso de las cuatro de la mañana (no sé si es porque él llega del trabajo o es ella la que lo hace, lo ignoro, insisto), las continuas risas de la fémina (vaya usted a saber qué las origina, pero le recomiendo que descarte, por si había pensado en ellos, los jocosos comentarios del varón, porque solo se escuchan las risas de la hembra; como la situación se brinda a la especulación, el abajo firmante infiere, pero acaso se deba a que este menda gaste mente calenturienta, que es una de estas dos opciones cuanto acaece arriba: que ella es adicta a ver ciertas imágenes y estas le resultan, sin duda, hilarantes; o que él le está haciendo un estupendo cunnilingus y a la fémina, cachonda, excitadísima, le da por reír a mandíbula batiente; y como ambos son jóvenes, colijo, y la mujer, por fin ha logrado empoderarse, que me parece lo cabal, justo y más que bien, ese trabajo lo hace él con parsimonia, y dura y dura, como las pilas de ese anuncio de antaño, protagonizado por un conejo rosa), indefectiblemente, me despiertan.

   Ángel Sáez García

   [email protected]

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

Lo más leído