El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

No han estado hoy geniales, cual Quevedo

NO HAN ESTADO HOY GENIALES, CUAL QUEVEDO

Más de un día (ignoro si la causa descansa en el cansancio generalizado de los contertulios o si cabe hallar su origen en el de servidor) y más de dos, tras leer en casa las notas que he tomado durante la tertulia del casino “La Fuerza”, de Algaso, a fin de desarrollar y componer la pieza literaria que me autoexijo o autoimpongo cada viernes, he tenido la misma impresión o sensación recurrente de otras veces, como suelen decir y escribir los franceses (ellas y ellos) de déjà écouté y/o déjà vu (ya escuchado y/o ya visto). Y es que no todos los viernes los tertulianos están geniales o resultan, por lo que profieren y/o cómo lo refieren, originales; no son modernos Quevedos, como don Francisco, improvisador sin par, que repentizaba algo asombrosamente divertido, que te dejaba epatado, en un santiamén.

—Se cuenta del autor de “El Buscón” (que, al final de dicha obra, en la frase que la corona, prometió al lector, ella o él, la segunda parte, que no escribió por las razones que fueran, y concentró toda la carga moral del libro: “Y fueme peor, como v. m. verá en la segunda parte, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres”) que, en cierta ocasión, fue convidado por las monjas Clarisas a un chocolate (y, como dice el dicho castellano, “las cosas claras y el chocolate espeso”), pero lo que contenía la taza que le sirvieron las bromistas monjas (¿con qué intención?) era aguachirle; así que él, en un pispás, con la gracia que le era habitual, proverbial, y derrochaba a manos llenas, raudamente trenzó esta redondilla: “Monjas claras, claro está. / Pero es un gran disparate / dar agua por chocolate / y no decir ¡agua va!” (que era la expresión que se usaba en el siglo XVII para avisar a los transeúntes de que se iban a lanzar, a través de la ventana o el balcón, a la calle las aguas menores recogidas en un orinal, verbigracia).

—A saber si esa anécdota es auténtica, fetén, o una leyenda hilarante, que acaso merezca más crédito si el bululú o cuentacuentos se la adjudica a un autor clásico, digno de tal, como Quevedo, que a un simple “juntaletras”. Eso le ocurrió a don Francisco, seguramente, con esta y con otras. Osaré poner un ejemplo. Nadie en la corte se atrevía a decirle la verdad a la reina, a la primera esposa de Felipe IV, doña Isabel de Borbón, esto es, a llamarla coja, que lo era, pues cojeaba. Bueno, pues, según se cuenta y se sigue rumoreando, fue Quevedo, que renqueaba, quien en determinado ágape, almuerzo o cena, tuvo la osadía de ponerle encima del plato regio una rosa y un clavel y, junto a los cubiertos, una tarjeta en la que el autor zumbón había escrito dos versos, un endecasílabo sáfico y un heptasílabo, que formaban un pareado y que encerraban este calambur: “Entre en clavel blanco y la rosa roja, / Su Majestad escoja (es coja)”.

—Otra extravagancia, que, de ser cierta (pero una variante de la susodicha anécdota se le atribuye, a su vez, a Rámper, Ramón Álvarez Escudero, el payaso más famoso de la Segunda República española), da cuenta de sus proverbiales gracejo y arrojo, y también se le atribuye a Quevedo, es la de apostarse con un personaje adinerado que él se atrevía a pregonar, a voz en cuello, que Madrid se rendía. Y él lo logró de esta guisa, con esta añagaza. Al parecer, compró todo el serrín de una carpintería, alquiló un carromato, donde depositó el serrín, y un tiro de dos caballos. Anduvo por las calles de la capital del reino pregonando, a voz en grito, lo que vendía a buen precio (otro calambur): serrín de Madrid (se rinde Madrid).

   Eladio Golosinas, “Metaplasmo”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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