El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

De un prodigio he sido hoy destinatario

DE UN PRODIGIO HE SIDO HOY DESTINATARIO

   Dilecta Iris:

   Hace pocos días, escribí un texto en el que aseveraba que los milagros ocurren más de lo que creemos; y hoy de un prodigio he sido el destinatario. Tus pocas líneas han venido a corroborar o ratificar dicho aserto y me han hecho sonreír, de veras.

   ¿Que qué tal estoy? ¿Que qué tal Tudela y los tudelanos (ellas y ellos), tras el enésimo desbordamiento del río Ebro? No les he preguntado a todos los vecinos que somos de la Muy Leal y Muy Fiel Ciudad, más de treinta y seis mil, si no me invento la cifra, pero, intuyo que intentando cada uno de nosotros (más, los que sufrieron las consecuencias directamente, claro) volver a la normalidad (como otro tanto ocurrirá en la isla canaria de La Palma con los palmeros, tras dejar de expulsar lava y rugir el volcán Cumbre Vieja, supongo; y, asimismo, a vosotros en vuestra casa y a mí en la mía; mañana, día de los Santos Inocentes, me ponen la tercera vacuna, de Moderna, para ver ¿cómo resulta mezclar?, con lo mal que eso va con las bebidas alcohólicas, como comprobé antaño, cuando salía de marcha, que salí poco, pero salí, en aquel tiempo remoto de la juventud, in illo tempore).

   ¡Qué bonito fue enamorarme de ti! ¡Cuánto y cómo te amé! Ojalá un día, cuando seas una anciana y rememores, te des cuenta de ello. Reconozco que, al principio, fue sin querer, más por prurito literario que por auténtica emoción amatoria, pero luego, cuando empecé a soñar contigo, a… no sigo: imagínatelo, pero no pudo ser. Todo el montaje se vino abajo, como un castillo de naipes, en un pispás, en dos, en tres, en…, cuando tú me dijiste que no, que no, que no; ni sé las calabazas que me diste. Cuando fui en septiembre a Tenerife, me hubiera conformado con verte y que me lanzaras un beso desde la otra acera de la calle, verbigracia, pero, tras mucho llorar, admito que ocurrió lo mejor. Ni siquiera fui al locutorio a escribir, por si aparecías. Porque hubiera cogido esos pocos rescoldos, esas brasas, y hubiera hecho lo posible por avivar de nuevo el fuego del amor. Qué feliz fui amándote, aunque tú no me amaras ni siquiera un ápice o pizca, nada. Qué versos más auténticos me brotaron y surgieron, sin parar. No sé cuántos sonetos te escribí. Seguro que hay varios que aún no han visto la luz. No creo que, en el supuesto de que me enamore algún día de nuevo, pueda escribirlos tan perfectos (según mi parecer, qué va a decir el autor) a otra fémina.

   Lamento que sea la peque la causante y sufridora de vuestro segundo confinamiento casero. Que salgáis del presente aprieto o brete airosos, sin sufrir un solo rasguño.

   De la lotería de Navidad no me hables, porque por estos lugares la gente de la capital de la ribera de Navarra gastó, invirtió y poco sacó en claro; muchos nada.

   Pasé solo la Nochebuena (así será el resto de las Navidades; qué se va a hacer, aguantar estoicamente; no queda otra). Después de cenar (básicamente, el noventa por cierto de cuanto despaché, fue lo que me había regalado y traído mi amigo Luis Quirico Calvo Iriarte de Tafalla; aún me quedan filetes de jamón de Jabugo, exquisito), fui a darme el paseo habitual. Salí un poco más tarde de lo normal, de nueve y media a diez y cuarto. ¿Puedes creer que vi a ocho personas andando y una veintena de coches circulando? El día de Navidad salí, tras terminar de cenar (más o menos, la mitad de lo que me habían obsequiado para comer dicho día mi cuñada Alicia y mi hermano Miguel Ángel, “el Chato”), y puse los pies en la calle antes de dicha hora, pero tampoco vi a mucha gente y pocos coches.

   Celebro que tengas buenos compañeros en el hotel. Trabajar a gusto es fundamental para crecer como persona, y una medio bendición, cuando coincides en el curro con buena gente, que suele ser gente buena. Hoy por ejemplo, he hablado con Gema, compañera que lo fue de Bocatta, y hace unos días hablé con Maripaz, ídem, porque me enteré que había sido abuela. Me lo había comunicado el director de la unidad o restaurante, Moisés. Ya te dije que había trabajado más en el ámbito o mundo de la hostelería que en el de la educación. Pero, cuando ejercí de profe, también disfruté un montón. Hoy seguramente, si pudiera impartir clases, que a veces pienso que puedo, con más tablas, la cosa iría (lo haría) infinitamente mejor.

   Te agradezco sobremanera el abrazo que me mandas. Me diste pocos, pero cómo y cuánto los saboreé y valoré. Te envío, como corresponde, otro/s. No te odio, y no te detesto por darme calabazas; que conste en acta. En esta vida son pocos los sueños que se cumplen, si es que se cumple alguno. Te estaré siempre agradecido por lo poco que me diste, que, a veces, me engaño y pienso que fue mucho, más de lo que fue en realidad. Bienvenidos son tus deseos de salud para mí. Solo puedo anhelar para ti y los tuyos tres cuartos de lo propio.

   Ya ves. Me ha salido otro texto. En casa lo releeré y, si no hay que corregir nada, nada enmendaré y lo publicaré tal cual me ha salido, del tirón, próximamente. ¿Mañana, pasado mañana? Veremos.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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