El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

De Navarrete siempre tengo mono

DE NAVARRETE SIEMPRE TENGO MONO

ESA JORNADA FUE DÍA DE MUCHO

Hace seis meses (¡cómo pasa el tiempo! o, mejor, ¡cómo se nos escapa el tiempo, como el agua, entre los dedos de las manos!; evidentemente, unos días o, quizás, dos o tres semanas antes, de la fecha elegida para la escapada, el ocho de diciembre del año pasado), mi amigo Pío Fraguas me propuso ir a pasar el día festivo de la Inmaculada Concepción a Navarrete (La Rioja), y, como lo cierto y verdad es que yo siempre tengo (unos días más, otros días menos) dependencia o mono de dicho espacio (me refiero al que ocupó otrora el seminario menor camiliano, que ha devenido o se ha metamorfoseado en hotel “San Camilo”), por considerarlo servidor mi cielo o edén en el planeta Tierra, le dije, nada más formular él y escuchar yo su propuesta, que sí, que contara conmigo. Y así lo hicimos el día de marras él, su esposa Diana, el nieto mayor de esta, Jordan, y el abajo firmante de estos renglones torcidos, en el coche de Pío.

Al día siguiente, escribí en mis asiduas medias cuartillas, de diversos colores, una crónica bastante detallada de cuanto nos acaeció durante la gozosa jornada (las patatas a la riojana y el pan que degustamos en el restaurante del centro de la villa estaban para no olvidarlos fácilmente, y ni las unas ni el otro han caído en saco roto por ahora), que no fue día de todo, pero sí de mucho.

Ignoro si en el susodicho texto que trencé otrora, hace medio año (no voy a invertir mi precioso tiempo en buscarlo y consultarlo; lo escrito escrito está), dejé constancia de cuanto sentí, siento y sentiré, que aquel edificio (me refiero al central del hotel actual) me brindó, concede y procurará, mientras viva, tranquilidad mental, equilibrio psíquico, en una palabra, ataraxia, en una más corta aún, paz.

Sí recuerdo con fidelidad que, mientras estuve allí, de Sexto a Octavo de la extinta Educación General Básica, EGB, desde el año 74 hasta el 77, el ocho de diciembre se celebraba, regularmente, en dicho colegio el festival de la canción, y a mí no hay manera de que se me olvide o de que se me vaya de la testa la propuesta (¿original?) de un compañero (¿zumbado?) de un curso inferior, al que le dio por presentar a dicho certamen una melodía de misa, “Una canción alegre cantaré”, interpretada al revés: en lugar de entonar el estribillo “yo canto, yo amo, / sin miedo avanzaré; / con Dios y mi alegría / ya no temeré”, él gorjeaba “yo tocan, yo moa, / sin domie reavanzá; / con Dios y mi gríale / ya no retemé”. No me extraña nada (de nada) que entonces alguien advirtiera y aun hoy o mañana vea en la susodicha elección del espécimen la mano deletérea o la influencia perniciosa de Satán (si se acepta la hipérbole, armada con zumba o bañada en sarcasmo).

Cuando crucé el umbral de la puerta de entrada al hotel, hace seis meses, tuve la sensación refractaria de que volvía a traspasar el quicio que daba acceso al vestíbulo del colegio donde fui un adolescente feliz. Supongo que tuve allí momentos de desventura o infortunio, pero fueron tantos y tan gratificantes y tan abrumadores los instantes de dicha plena, que los infelices quedaron reducidos a la mínima expresión, a agua de borrajas o cerrajas.

Muchas veces, cuando hago referencia a los excelsos e inmejorables educadores que tuvimos allí, digo que nos/me desasnaron. Y me pregunto, de no haber pasado esos tres inolvidables años allí, qué hubiera sido de nosotros, de mí. Estoy completamente convencido, persuadido, seguro, de que otros docentes no se hubieran ocupado ni preocupado tanto por nosotros, lo que sí hicieron ellos, ni se hubieran implicado a la hora de despertar nuestros dones o facultades. Puede que algunas de las virtudes que acarreábamos y atesoramos hubieran quedado sin salir a relucir, al no haber quienes las espabilaran.

Aquel edificio (mientras tuve fe religiosa; incluso hoy que la he sustituido por fe humana, humanitaria) me ayudó a encontrar mi lugar en el mundo, en el complejo cronotopo que me tocó vivir.

Cuando volví la última vez allí, recobré la seguridad que, alejado de aquellos lares, deviene indefectiblemente en realidad amenazante y pierdo o se me escapa, como el tiempo y el agua mentados arriba, entre los dedos de mis manos.

Lo mismo que me sucede con la canción mencionada me acaece con una postal del edificio del colegio, que viaja conmigo adonde sea que vaya, como otro tanto hacen los finados Arteaga, Piérola, Puerto, Pellicer y un puñado inmarchitable de colegas.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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