El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Ayer volví a guipar a «los Mellizos»

AYER VOLVÍ A GUIPAR A “LOS MELLIZOS”

BIOGRAFÍA DE VIDAS PARALELAS

“(…) casi todas las cosas al oficio tocantes pasan por mi mano, tanto que, en toda la ciudad, el que ha de echar vino a vender, o algo, si Lázaro de Tormes no entiende en ello, hace cuenta de no sacar provecho”.

Anónimo, “La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades” (1554).

Ayer, escudriñando, entre las numerosas cajas de cartón y navetas de plástico duro que nos legó nuestro tío (mi hermana dice y repite, hasta la sucia saciedad, que en ellas hay el doble y aun más del triple de lo que contenía y fue saliendo, paulatinamente, del famoso baúl, repleto de papeles y de gente, que heredaron los beneficiarios del testamento del escritor luso Fernando Pessoa), volví a guipar la foto que, convenientemente retocada, con rostros masculinos creados por ordenador, aparecerá en la portada de la novela, la única que urdió nuestro dilecto deudo, que llevará el título definitivo que él eligió, “Los Mellizos”. Eso sí, sus herederos deberemos cumplir, de manera estricta, precisa o rigurosa, que eso significa la locución adverbial “a rajatabla”, la conditio sine qua non que él dispuso e impuso en sus últimas voluntades, que los dos protagonistas de esas historias y el testigo y narrador de esos hechos hubieran muerto: “que ‘Los Mellizos’ solo pueda ver la luz cuando quienes coronaron lo contado y quien lo narra en ella hayamos fallecido. Sobre todo, las dos personas reales que, con mínimos cambios, mudas o variaciones, llevaron a cabo al alimón cuanto dejé constancia en ella”.

En la instantánea concreta de la que hablo, los dos Pepes (“Los Pepes” fue el primer y provisional rótulo que llevó y tuvo la obra), pues José era el inicial de los dos nombres compuestos de sus respectivas gracias de pila, están vestidos de igual guisa. A excepción del calzado, que no se ve, y no merece la pena dilapidar el tiempo especulando con ello, la indumentaria exterior de ambos coincide: pantalones y niquis blancos; estos portan una banda horizontal de unos quince centímetros de ancho y treinta de largo, aproximadamente, formada por varias rayas de estrecho grosor y de diversos colores, a la altura del apéndice xifoides y/o de las tetillas.

En el primer capítulo de la novela (donde abundan los datos fetenes, reales, más que los ficticios, pero, ya se sabe, como una sola gota de tinta de ficción consigue entintar toda la obra, qué capacidad o potencia, sí, tiene la susodicha, convierte en apócrifo todo ese montón de recuerdos fidedignos; debajo del título aparecerá la palabra NOVELA así, escrita en letras mayúsculas) se explica el porqué. Al parecer, siendo ambos mayores de edad, “los Pepes” acudieron a unos grandes almacenes de la capital (a quienes quieran saber cuáles, en concreto, y de dónde, les propongo un juego, que, tras entremezclar o revolver bien y dar un corte a los naipes de la primera baraja que encuentren, poco importa que sea la española o la francesa, volteen, de arriba abajo y una a una, las cartas que contiene el mazo que sostiene en la mano, el del corte; les aseguro que, si tienen paciencia, que era, según nuestro abuelo materno, la “madre de la ciencia”, al darle la vuelta a la última carta, la final, por arte de magia, sabrán de qué almacenes se trata y de qué capital) y estuvieron curioseando en la planta de textil, siendo más específico, en la sección de moda joven y de caballero. Se metieron en los probadores con varias prendas, para constatar que estas les quedaban más que bien, pintiparadas. Salieron por la puerta de los susodichos (pero no desvelados) grandes almacenes con una bolsa que contenía unos pantalones y un niqui, que pagaron, y otros tales y otro tal debajo de la ropa de uno (no diré quién de los dos, para no destapar y destripar la biografía de vidas paralelas). Ambos habían leído en su más tierna infancia, parcialmente, y en su adolescencia, de manera completa, las andanzas de Lázaro de Tormes en su anónima y falsa autobiografía, y habían extraído algunas consecuencias lógicas, ¿enseñanzas para la vida normal, la de cada día, la pícara? Eso es, al menos, lo que parece. Como en todo grupo humano cabe hallar a quien gasta una lengua viperina, en este asunto tampoco faltó la de quien adujo que esa idea no la pergeñaron ellos, ninguno de los dos Pepes, sino que la plagiaron o tomaron prestada de quien la contó, un bululú, como si la hubiera protagonizado él mismo, pero solo la había oído referir a otro cuentacuentos. Ellos, empero, la llevaron a feliz término con provecho, pues las prendas les costaron la mitad (las pagaron a medias) y no fueron pillados in fraganti.

   Uno de los sobrinos del autor

   Ángel Sáez García

   [email protected]

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

Lo más leído