El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Debemos ser mejores cada día

DEBEMOS SER MEJORES CADA DÍA

LA OBLIGACIÓN TENEMOS DE INTENTARLO

“Fracasar y luego volver a intentarlo. Eso es el éxito para mí”.

William Faulkner

Try again. Fail again. Fail better” (“Inténtalo otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”).

Samuel Beckett

   Me consta que, para ciertos semejantes, el verbo “ambicionar” tiene mala prensa. Ahora bien, ¿alguien se avendrá a censurar que una persona ambicione ser mejor de lo que es? Lo dudo.

Confío, deseo y espero que ninguno de los individuos que conformamos hoy, miércoles 6 de julio de 2022, la sociedad actual del orbe, el planeta Tierra (ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él), ose objetar este argumento (lo juzgo apodíctico) o razón de peso: si la humanidad se hubiera conformado con haber asimilado la idea que formuló, hace veintisiete siglos, Tales de Mileto, el primer pensador de nombre conocido, uno de los Siete Sabios de la antigua Grecia, de que el “arjé”, o principio constitutivo de todas las cosas, era el agua (no marró, pues el 70% del hombre es agua y el mismo porcentaje cabe asignarle al mundo), elemento que podía hallarse y observarse en la naturaleza en los tres estados, sólido, líquido y gaseoso, ¿dónde estaríamos?

Si otro tanto hubiera sucedido con las propuestas dadas por otros filósofos, verbigracia, Anaximandro (el “arjé”, para él, era el “ápeiron”, el divino infinito o pescadilla que se muerde la cola, por ser de donde todo procede y adonde todo regresa), Anaxímenes (el aire), Heráclito de Éfeso (el fuego), Parménides de Elea (el ser), Sócrates, Platón, Aristóteles, etc., ¿dónde estaríamos? Está claro, cristalino, que muchos coincidiremos a la hora de dar nuestra respuesta, sin evolucionar lo apetecido, habiendo crecido en altura y envergadura, pero no en cultura ni en inteligencia (emocional o de cualquier otro jaez, tipo o signo).

Todos los seres humanos (salvo las excepciones a dicha regla) hemos tenido, a lo ancho y a lo largo de nuestra existencia, maestros, personas de las que hemos aprendido el manejo de ciertas herramientas, conceptos, actitudes o comportamientos. Maestros no solo han sido los que otrora ejercieron de tales, de mejor o peor manera, nuestros docentes, porque también fungieron de ellos algunos de nuestros compañeros de curso y aula, nuestros émulos o colegas, o algunos de nuestros compañeros de curro, que nos entrenaron en varias tareas, pues ningún ser humano nació enseñado.

Durante los tres años que estudié en el seminario menor que regentaban entonces los religiosos camilos en Navarrete (la Rioja), pude comprobar, de manera fehaciente, que se puede aprender de cualquier compañero, incluso de quien crees que es menos inteligente que tú. Yo hice otrora, allí, en el inolvidable colegio navarretano, sin querer, el experimento, y apunté la siguiente reflexión: Si yo he aprendido lo que fuera de quien considero menos capaz o dotado que yo, eso quiere decir, escrito a la pata la llana, sin afectación, que, en algún aspecto, en alguna de las diversas facetas de la inteligencia (tomada esta como un poliedro), él era mejor que yo. Y, por ende, que, a la inversa, también podía suceder el hecho, o sea, que él aprendiera algo de mí. Por tanto, concluí que, nos constara el hecho o lo ignorásemos, los seres humanos nos complementábamos, nos completábamos. Si eso acaecía con nuestros propios compañeros de curso, tres cuartos de lo mismo debía acontecer también con nuestros profesores, que algo aprendieran de nosotros. Transcurrido el lógico y prudente tiempo, pude comprobar que, si habías logrado cepillarte muchos de los prejuicios que acarreabas, colocado en la otra orilla del río, en un rincón del cuadrilátero, subido en la tarima, eso era innegable y mucho.

Con las herramientas que nos suministraron y aprendimos a manejar, gracias a la inestimable ayuda de nuestros profesores, puede que hoy los aventajáramos, seguramente… si el grueso de ellos aún viviera.

Conjeturo que todos tenemos la obligación ética de superarnos cada día, de ser mejores (aunque, para algunos desequilibrados, ser mejor sea o signifique, sensu stricto, lo opuesto, ser peor) personas y mejores en el oficio que ejerzamos habitualmente, sea este el de bibliotecaria, médico, azafata, juez, recepcionista, tornero, camarera, tapicero, maestra, abogado, enfermera, taxista, músico o policía, la profesión que sea. Como todo trabajo es digno, todos tenemos la misma obligación de dar lo mejor de nosotros mismos en él.

Así que, teniendo en cuenta cuanto ha quedado expresado, negro sobre blanco, arriba, complementaré o completaré el pensamiento que leí en el prólogo que Friedrich Nietzsche colocó a su obra “Ecce Homo” (y que había vertido antes en “Así habló Zaratustra”): “Recompensa mal a su maestro (ora docente, ora discente o compañero) quien quiere seguir siendo siempre su discípulo”.

Como hoy, miércoles 6 de julio de 2022, a las doce del mediodía, comienzan con el lanzamiento del proverbial chupinazo los Sanfermines, y se recuerda que, hace sesenta años, nos dejó uno de los mejores escritores del siglo pasado, William Faulkner, autor que, barrunto, ha influido en todo atento y desocupado lector (ella o él) que leyera otrora, vuelva a leer ahora o lea mañana con fruición las páginas que él agavilló (en “El ruido y la furia”, “Santuario”, “Luz de agosto”, “Una fábula”, etc.),  me brota rematar este texto recordando uno de sus inmortales (con la preceptiva te, no sin ella, porque, al principio, había escrito “inmorales”) consejos: “No te molestes en ser mejor que contemporáneos o predecesores, intenta ser mejor que tú mismo”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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