El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Tienes, verdad, carácter interino?

¿TIENES, VERDAD, CARÁCTER INTERINO?

Reconozco que, desde que la asimilé leyendo a Karl Raimund Popper, acarreo o viaja conmigo su idea de que toda verdad, sin excepción, tiene carácter interino, o sea, es provisional. Y, por ende, dura o permanece en pie sobre la peana que le sirve de base, descanso o sostén, mientras no sea contradicha por otra, que, si, a la postre, lo consigue, viene en ese mismo instante a ocupar el espacio vacío que había dejado libre sobre el pedestal la verdad abatida o derribada, que ahora yace, hecha añicos, en el suelo; hasta que la vigente, altiva o humilde, a su vez, sea refutada por otra. Y, así, hasta el infinito.

Uno de los grandes males que aqueja a la sociedad actual y que, mitad cierzo, mitad látigo, lacera nuestro rostro humano, es hacer oídos sordos, esto es, la sordera fingida que exhibe sin remordimientos quien, como cree estar en posesión de la verdad absoluta, se niega en redondo a escuchar los argumentos que esgrime quien piensa de otra manera, tal vez contraria a la suya, por un prejuicio estúpido (aunque me temo que todos los tales cuelgan y cojean de ese mismo epíteto o pie, esto es, que son de ese idéntico jaez, faltos de criterio sensato, sandios), que, porque ni siquiera se ha molestado en intentarlo, no ha conseguido cepillarse o desterrarlo previamente de su lado; y, de resultas de todo ello, se ve impedido e incapaz de poder conceder al otro (su oponente intelectual, ella o él) la capacidad de razonar y la libertad de expresar lo pensado y, en su caso, como corolario congruente, de ser convencido o persuadido por él.

Estar callado, mientras tu interlocutor habla, es el requisito fundamental, imprescindible, necesario, para poder enterarte de la argumentación o el razonamiento que te brinda en ese momento especial el contertulio que participa en el debate, si sois varios, o en el diálogo, si solo sois dos personas las que mantenéis la conversación. Aunque escuchar sirve de poco si tu propósito, antes de iniciar la tertulia, es imponer, velis nolis, por las buenas o con los peores modos, tu argumentario o ideología, de manera despótica, sin ratificar ni firmar la cláusula del consecuente compromiso de mudar de criterio u opinión en el caso de ser convencido por el argumento ideado y dado por tu adversario intelectual, interlocutor o contrincante. Aunque, como airea ese axioma que pergeñó Diógenes Laercio, para dar cuenta del absurdo al que tiende o en el que se disuelve el mero hecho de vivir, “callando se aprende a escuchar, escuchando se aprende a hablar y hablando se aprende a callar”, o sea, la lógica pesadilla que padece la pescadilla que se muerde ilógicamente la cola, o el eterno retorno del disparate, o el bucle de lo fútil. Aunque, para razón absurda, ese chiste de los dos amigos, ambos desviados o perversos sexuales, el uno, masoquista, y el otro, sádico. Se encuentran y le pide el primero al segundo: “azótame”. A lo que el segundo, negándose rotundamente a cumplimentar y cumplir su deseo, le responde al primero que no, y le aduce, de manera ¿sutil?: “así te fastidiaré un ápice más, fustigándote una pizca menos; y, de igual modo, pero a la inversa, me contentaré un poco menos, gozando infinitamente por ello”.

La libertad de expresión es un derecho inalienable, pero si no te hallas en el espacio/tiempo apropiado, en el “cronotopo” óptimo y no encuentras el continente o la forma adecuada de comunicar el contenido o fondo, acaso sea, en ese caso concreto, miel sobre hojuelas procrastinar, callarse y aguardar a que las circunstancias muden a mejor, a que el oleaje sea más favorable, el idóneo, para que lo que has pensado y vas a expresar sin falta, sea, amén de dulce, útil, como recomendaba Horacio en su “Epístola a los Pisones” (o “Arte poética”). Un verdadero ciudadano libre ha de ser honesto con los demás y consigo mismo; y si se tienen ideas contrarias a las defendidas por otro, tiene que manifestarlas, eso sí, sin dejar de tolerar las ajenas y sin ánimo de convertir al otro en un muñeco del pimpampum ni en un acólito o secuaz suyo. Refutar argumentos no debe llevar aparejado o implícito zarandear a la persona a la que te opones ni azotar o vapulear su inviolable personalidad.

Como no tengo acceso normal a Internet (salvo cuando me hallo en la biblioteca pública “Yanguas y Miranda”, de Tudela, donde Pilar, Luis y Teresa me atienden, como al resto de los usuarios, competentemente) ni redes sociales, no tengo una opinión aquilatada, consistente, sobre el uso general que se hace de ambas, pero sí he podido hacerme una idea bastante aproximada de cómo se utilizan las susodichas, tras leer un montón de informaciones aparecidas en los mass media al respecto. El abuso y el pésimo uso que un porcentaje no desdeñable de personas hacen de las mencionadas me lleva a compararlas con las primeras páginas de “San Camilo, 1936”, de Camilo José Cela, donde el narrador da cuenta de cuanto lee en los retretes matritenses (cuatro días antes del alzamiento) y algunos de sus usuarios (¿gilipuertas?) dejaron escrito en sus paredes y puertas.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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