El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

El mejor escribano un borrón echa

EL MEJOR ESCRIBANO UN BORRÓN ECHA

“Exitosa es la persona que ha vivido bien, reído a menudo y amado mucho, que se ha ganado el respeto de los niños, que deja el mundo mejor de lo que lo encontró, que nunca ha carecido de apreciación por la belleza de la tierra, que nunca deja de buscar lo mejor en los demás o dar lo mejor de sí mismo”.

Ralph Waldo Emerson

Desde que el mundo es (in)mundo, no ha existido, ni existe, ni existirá un solo ser humano que no cometa errores, que no se equivoque, falle, fracase o naufrague. Así que cabe aseverar que quizá la única persona que jamás falló fue la que nunca hizo ni intentó nada (de nada). El quid de la cuestión, por ende, está en cómo nos enfrentamos a ese desafío. Fracasar no es ningún desastre, si de él extraes enseñanzas o provecho, si aprendes.

En el número 378 del suplemento “ideas” del diario EL PAÍS, correspondiente al domingo 7 de agosto de 2022, apareció publicado un artículo extenso que llevaba la firma de su hacedor, Patricio Pron, y ocupaba las cuatro primeras páginas del mismo. Dicho artículo portaba el rótulo de “El error nos hace (más) humanos”. En el arranque, la primera página del susodicho, su autor escribe: “Como un lunar en una cara perfecta, el error es fuente de singularidad, de belleza y nos vuelve más accesibles al otro”. Abundo y disiento de tal parecer; coincido y discrepo de la tesis que desarrolla Pron a lo largo de las cuatro mencionadas páginas. El error es un borrón, una mancha que, a veces, solo en contadas ocasiones (ergo, extraordinaria y/o excepcionalmente), puede ser “la fuente de singularidad, de belleza y…” de la que trenza Pron.

Está claro, cristalino, que sigue estando vigente la verdad que acarrea ese latinajo que dice así: “Errare humanum est” (errar es humano; aquí no hallo, porque acaso no la haya, objeción al respecto), mas insistir en el yerro es diabólico, como seguía la frase latina: “sed perseverare diabolicum”.

El abajo firmante de estos renglones torcidos, a lo ancho y a lo largo de las seis décadas cabales que ya ha vivido, ha incurrido en numerosas equivocaciones. Algunas, lo reconozco hoy, sin ambages, de bulto: verbigracia, cuando escribió “hayamos”, ya que debió urdir el correcto “hallamos”, como le enmendó oportunamente Jesús Manuel Arellano Barja en un texto que servidor le envió antes de que este viera la luz en su bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro; o “pliege”, en lugar del fetén “pliegue”, como le corrigió, in illo tempore, en cierto examen de Ciencias Naturales, uno de sus maestros más inmarcesibles e inolvidables del seminario menor de Navarrete (La Rioja), Jesús Arteaga Romero.

Este menda es un lector avezado, empedernido. El sábado y el domingo son los dos únicos días de la semana que servidor adquiere la prensa, EL PAÍS. Unos textos de dicho periódico los lee por la mañana, después de desayunar, y otros por la tarde, después de comer. Creo que soy igual de severo por la mañana que por la tarde, con los errores ajenos que con los propios. (Ur)diré más; me huelen a cuerno quemado y, si los tales son de bulto, aún más o peor, a azufre, a demonio. Cada vez que reparo en un yerro propio, me hago la misma pregunta: ¿Cómo es posible que haya cometido dicho fallo, si tengo la sana costumbre de releer tres veces, al menos, mis textos, antes de darlos por buenos? Deduzco o infiero que me acaece al leer lo mismo que otras veces me sucede al sumar ciertas cantidades, que me equivoco o marro en el mismo paso o lugar, una y otra vez; hasta que me doy cuenta del yerro en el que he incurrido, sumo bien y, por fin, atino.

Todo lo anterior viene a cuento de lo que sigue. En el número 1.604 del suplemento “Babelia”, de EL PAÍS, del pasado sábado 20 de agosto de 2022, en el último SILLÓN DE OREJAS (si no se molesta el artífice del tal, me gustaría mudar hoy, solo hoy, su marbete por este otro, TIRÓN DE OREJAS) de Manuel Rodríguez Rivero, que lleva el título ¿profético? de “De liana en liana hasta el charco”, en la página 11 de dicho suplemento literario, su autor dejó escrito lo que el lector (ella o él) lee: “(…) con Johnny Weissmüller y Maureen O´Sullivan, cuyo cortísimo traje selvático me encrestoriaba, me extrayuxtaba y paramovía, por decirlo en el gíglico cortaziano (sic) (Rayuela, capítulo 68)”. Lamento tener que enmendar a MRR, pero debió escribir lo correcto: glíglico cortazariano (aunque este adjetivo tampoco lo ha admitido aún el Diccionario de la lengua española, DLE, es más ajustado). Y es que, como afirma la paremia española, hasta “el mejor escribano echa un borrón”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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