El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Libre, sin los estorbos del consciente

LIBRE, SIN LOS ESTORBOS DEL CONSCIENTE

No sé por qué hoy he soñado con M. Á. y B., primeros dueños (puede que lo sigan siendo, si el local, que inauguraron otrora, dedicado a la hostelería, lo tienen ahora alquilado, asunto o extremo que, como no me atañe o incumbe ni interesa, no me he molestado por conocer ni profunda ni someramente, pasando olímpicamente de él) de EQP, iniciales del nombre del bar que regentaron antaño, que contenía en sí mismo, por su ubicación, a la vera del edificio donde se halla la vivienda en que resido, una evidente paradoja. Bueno, pues a lo que iba; antes de ser un bar/cafetería, en dicho espacio, pocos metros cuadrados, ciertamente, hubo una tienda de disfraces.

Fueron escasas, muy escasas, las veces en que este menda, el abajo firmante de los renglones torcidos que contenga este texto, entró, estando despierto, o sea, en estado de vigilia, en dicho establecimiento, pero en el sueño mencionado, sobre el que discurro, como si fuera servidor un mero sosia/s de Mortadelo, proteico personaje de cómic, campeón del disfraz, creado por Francisco Ibáñez, a mí me encantaba pasar y pisar su suelo y disfrazarme de este personaje, de ese o de aquel. Puede que la razón descansara, estribara o estuviera en que eso es, poco más o menos, lo que suelo hacer cuando escribo y brindo al atento y desocupado lector (ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él) de mis páginas este, ese o aquel personaje literario, real, metamorfoseado, ideado o pergeñado por mí, tras juntar en un solo ser, verbigracia, como hizo el doctor Frankenstein, por simple afán de amalgamar, partes de varios entes.

Libre, sin los estorbos del consciente, estando en los mullidos brazos de Hipnos, me ha dado por probarme y comprobar qué tal me quedaba un disfraz casi nuevo, por su escaso uso, pues suele dar grima, repugnancia o repelús a quien decide que se lo va a poner, antes incluso de coronar o llevar a cabo dicho menester. Esa es la razón de peso por la que el disfraz de pederasta apenas sale alquilado de la tienda y parece sin estrenar. Y, para hacerme una idea más aproximada del tal, he acudido a la biblioteca pública a pedir prestada una novela corta de un autor galardonado con el prestigioso Premio Nobel (de dicha obra se hizo una película o, me enmiendo al instante, varias versiones de ella; tres cintas o filmes encajan con dicha información). Para variar (o no) el punto de vista, mi perversión no será homosexual, sino heterosexual. Intentaré asumir el rol y mostrarme enamorado hasta los tuétanos de una adolescente, que ha viajado con su madre, divorciada, al edén, la mayor de las Islas Canarias, pero esta está más pendiente de exhibir su cuerpazo encima de la hamaca, ora en la piscina, ora en la playa, de ser vista y sentirse cómo es desnudada por los ávidos ojos de los varones, que de ocuparse de qué le ocurre a su hija, mustia, alicaída, una experta “revientaplanes”, según el alias o sobrenombre que le achaca y adjudicó su progenitora. No la llamaré Lolita ni le daré ningún otro nombre de pila (acaso, al final, me decante por aventurar que le cuadra el hipocorístico de “Mila”), como optó por hacer Jesús Carrasco con el personaje de su innominado niño, en “Intemperie” (2013). A fin de que la niña pase para sus coetáneas/os advertida y, al instante, desapercibida, añadiré el dato concluyente, fundamental, de que tiene sobrepeso; que está gordita, vaya.

Acabo de releer el poema que le he escrito. Contiene quince versos, uno por cada uno de los años que le asigno, atribuyo y ha cumplido, y he decidido rotular así, “Una nínfula preciosa” (lo publicaré independientemente de este texto en prosa, para volver tarumbas a cuantas/os aspiran o se empeñan en psicoanalizarme; y es que me consta que hay una legión de especialistas, ellas y ellos, y/o estudiosos literarios que andan hambrientos y sedientos de espigar en los libros de los autores, hembras y varones, con predicamento, de prestigio, a fin de hallar, de manera desperdigada, aquí, ahí y allí, teselas/tesoros y conformar con ellas/os luego un mosaico coherente, con el que poder probar documentalmente que un autor fue así, así y así, sí, como a ellos les gusta que sea, y solo a ellos se les ocurrió.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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