El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Qué excelso bribón eres, Aramburu

QUÉ EXCELSO BRIBÓN ERES, ARAMBURU

FINGIDOR Y GRANUJA, COMO POCOS

A lo ancho y a lo largo de mi existencia de pecador empedernido, he leído y oído llamar a la casualidad o suerte favorable de diversas maneras: chamba, chiripa, potra, serendipia, etc. Así que, me temo, aseveraré (en puridad, repetiré) aquí, a continuación, cuanto dijeron y dejaron escrito en letras de molde, negro sobre blanco, antes muchos otros (ellas y ellos): que, en el supuesto de que exista, se dé y/o sea cierta esa circunstancia propicia, el estro o la inspiración, convendría que esta me cogiera trabajando o, al menos, con un bolígrafo con tinta y un papel a mano, para poder apuntar ese pensamiento fértil sobre el que (o a partir del cual) tal vez monte y desarrolle más tarde una historia, al objeto de que el susodicho no caiga en saco roto y, de resultas de todo ello, se me olvide y este se pierda como lágrimas en la lluvia.

¿Dónde te suele acontecer la serendipia, que te gusta mentar con la locución nominal “pozo de razones”? A mí la tal acostumbra a sucederme mientras estoy leyendo e, inopinadamente, advierto, por arte de birlibirloque, cuanto quedaba arrumbado u oculto entre líneas. El otro día, concretamente, el pasado martes 14 de los corrientes, me acaeció lo propio, mientras aguardaba mi turno en la sala de espera de la clínica dental FARMADENT, de Tafalla, que regentan mi amigo del alma, Luis Calvo Iriarte (que tiene mucho de lo que cabe leer en las cuatro letras últimas de su segundo apellido, arte), y sus hijos Leyre e Íñigo Calvo Archanco (que, por comentarios que he escuchado, no le van a la zaga, por la sencilla razón de que lo aventajan), sita en el número 9, trasera, de la calle San Martín de Unx.

Sosegado por la música relajante que sonaba en la citada estancia, confortablemente sentado, leía con placidez la pieza literaria titulada “San Manuel Bueno, revisitado”. Había pasado mi vista por la frase que apunté y me sirvió para trenzar la idea que me había aflorado o brotado en mi cacumen, y sobre la que empecé a redactar los prístinos renglones torcidos del primer borrador (suelo hacer dos de cada texto a mano, luego paso el segundo a ordenador en la biblioteca municipal “Yanguas y Miranda”), que rematé luego, tras permanecer sentado un buen rato, una hora larga, en el potro de tortura (eso es, Otramotro, o una mera hipérbole, o una cochina mentira; en el útil sillón, sin sentir una pizca de dolor), en el mismo asiento del mencionado lugar, antes de despedirme, marcharme y acudir a la parada del autobús, donde tomé el que me retornó a Tudela.

Una vez sentado en el autobús, seguí leyendo a Aramburu, y cacé, pesqué o pillé, a renglón seguido, otro pensamiento feraz, que ha devenido hoy en la siguiente y presente urdidura o “urdiblanda”, que me hallo redactando en estos precisos momentos. En el mismo párrafo de la mentada, que no lamentable, página, la 223, del volumen misceláneo rotulado “Utilidad de las desgracias y otros textos” (Tusquets Editores, 2020), su hacedor, el escritor donostiarra, residente en Alemania, Fernando Aramburu, archiconocido por “Patria”, su multipremiada (con sobrado motivo o razón) novela, había dejado escrita (comentando la obra unamuniana) esta otra perla: “La circunstancia de que un hombre vinculado a cierto cargo finja convicciones durante el desempeño de su función se me figura un asunto de actualidad, por no decir un asunto de siempre. A solas, delante del espejo, ¿cree el papa en Dios, el legislador en el beneficio social de sus leyes, el juez en la justicia de sus sentencias?”.

¡Qué bien lo sabes tú, bribón!, me ha nacido seguir escribiendo. ¿Acaso eso no es lo que tú, Fernando, haces, desde que escribes, y cuantos, como tú, trenzamos ficciones, desde que el mundo sabe leer y escribir, o viceversa? ¿Acaso no hizo eso mismo Homero en sus dos obras clásicas, la “Ilíada” y la “Odisea”? ¿Acaso no hizo tres cuartos de lo propio quien escribió una oda, un relato, una novela?

Desde que traduje (“traduttore, traditore”, se dice en italiano; el traductor es un traidor) del portugués (sin problemas) esta cuarteta de Fernando Pessoa (“¿El poeta? ¡Un fingidor! / Finge tan completamente, / que hasta finge que es dolor / el dolor que en verdad siente”), no me cabe la menor duda; todo escritor de ficciones, sin excepción, es un fingidor; diré más, un plurifingidor.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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