¿EXISTE EL TEXTO QUE NO LEE NADIE?
¿Y LA ROSA ANTE UN CIEGO CON ANOSMIA?
Ignoro con qué propósito (había conjeturado que, tal vez, podía ser para disculparse de algún error mayúsculo cometido, pero acaso dicho juicio sea arbitrario, tendencioso; así que me conformo con que aparezca encerrado entre los signos de apertura y cierre de este paréntesis, no como certeza, sino como mera posibilidad) arrancó el maestro (lo es para mí y para muchos otros, ellas y ellos; aquí no abrigo ninguna duda al respecto) Fernando Savater su colaboración sabatina en el prestigioso diario EL PAÍS, que vio la luz el 29 de abril de 2023, en el sitio habitual, la contraportada, y encabezaba el rótulo que le puso “Claves” (de razón práctica), título completo de la revista (con guiño u homenaje a Immanuel Kant, colijo) que dirigió durante muchos años: “Según Freud, hay tres tareas a fin de cuentas imposibles: educar, gobernar y psicoanalizar. Yo añadiría a tan sabio dictamen que hacer una revista de pensamiento tampoco es fácil”.
Tengo para mí, sin ánimo de sentar cátedra, por supuesto, que las dos primeras labores aducidas, educar y gobernar (si no son la misma cosa, que yo diría que lo son, se parecen bastante; al menos, advierto en las susodichas dos facetas de un mismo poliedro; si tres verbos entran a formar parte de la primera, regir, dirigir y corregir, esos mismos intervienen en la segunda), se pueden llevar a cabo, sin mayores problemas, siempre que no se pretenda adoctrinar. Considero que esas dos tareas las culminaron con éxito los religiosos Camilos con cuantos acudimos al seminario menor navarretano, adoctrinándonos lo imprescindible o mínimo (su intención era formar futuros religiosos de dicha orden, pero, en su defecto, ciudadanos críticos, con criterio propio) y consiguieron, supongo, con los demás, lo que lograron conmigo, que no fuera dogmático, sino abierto y amplio de mente, que tolerara otros puntos de vista, prismas o maneras de mirar o ver la realidad (la manzana orteguiana), que fueran compatibles y pudieran completar y enriquecer mi perspectiva sobre el asunto que fuera.
Entiendo a Savater cuando afirma que, en ocasiones, ha tenido la impresión refractaria de que la confección o conformación de la revista había sido el resultado de una simple cuestión de suerte, chiripa o serendipia, porque lo propio me ha acaecido a mí con la redacción de algunos de mis textos en prosa, incluido este. ¡Cuántos mosaicos habré culminado de esa guisa!, tras comprobar, media hora antes, de manera fehaciente, que me faltaban teselas para completarlo o coronarlo.
No sé si, por una neta influencia de las mismas circunstancias que rodean a este estado de cosas, las tales favorecen que las piezas del rompecabezas encajen, deviniendo en lo imposible e inesperado, el prodigio.
Si editor, autor y lector se entienden, son amigos, no puede haber temas prohibidos, tabús, entre ellos. Si no lo son, uno, dos o los tres sobran. A la hora de crear (lo hacen también el editor y el lector, que complementan y aun completan al autor —¿existe el texto que no lee nadie?; ¿y la rosa ante un ciego con anosmia?—), los obstáculos que haya en la pista por la que va a discurrir la carrera deben ser mínimos; y, por supuesto, están de más las zancadillas.
Nota bene
Yo no odio a “el Santito” (si lo detestara, abominaría de mí, y no hago tal cosa), pero en ninguna de las múltiples carreras de la vida, ni en una prueba eliminatoria, ni en la final, está permitido poner la zancadilla; así que a “el Santito”, que me la puso otrora (puedo especular al respecto, claro, pero ignoro su pretensión, de veras), hasta que no tenga constancia fehaciente de que ha enmendado ese proceder, seguiré tirándole de las orejas, aunque no haya cumplido años.
Ángel Sáez García