CONVIENE COLOCAR BIEN LAS TESELAS
PARA HALLARLE AL MOSAICO SU SENTIDO
“El escritor, tal es su función, dice siempre más de lo que tiene que decir: dilata su pensamiento y lo recubre de palabras. De una obra solo subsisten dos o tres momentos: relámpagos en un fárrago. ¿Le diré el fondo de mi pensamiento? Toda palabra es una palabra de más”.
Emil Cioran, en “Adiós a la filosofía y otros textos”.
Nada existe si no lo cuentas a alguien. Como carezco de sociales redes, por eso se lo narro a mi libreta, a la que denominan otras/os diario, que es modo mentiroso de llamarlo, porque esa forma apesta a pretenciosa.
Quise saber el quid de los ladridos y ella me respondió alzando la vista. Le pedí que su nombre me dijera y me diera su número de móvil, y lo hizo sin pedirme nada a cambio, o sea, do ut des no hubo, solo des.
Dijo varias veces y dejó escrita en letras de molde Emil Cioran esta verdad incontrovertible, que “toda palabra es una palabra de más”, pero olvidó complementarla o completarla, pues también es una certeza apodíctica, de modo irrefutable, que toda palabra es una palabra de menos, si no se dijo, cuando convenía hacerlo, ya que esa palabra hubiera podido salvar de la quema y, por ende, la vida a la persona que no la oyó, porque tú no tuviste los redaños de decirla.
El grueso de mis lectores asiduos (ora sean o se sientan ellas, ellos o no binarios), los que de vez en cuando me escriben y mandan correos para que les explique algo que no han entendido, no comprenden (no les entra en su testa) que, tras haber visto cuatro veces y cruzado dos docenas o decenas de palabras con Paula, no más, me haya enamorado de ella hasta los tuétanos. Y menos aún comprenden que le haya escrito varios sonetos, aunque no todos hayan visto la luz. Desconocen, seguramente, que Dante Alighieri atisbó, si es que logró avistarla y distinguirla, porque se hallaba a larga distancia, durante escasos segundos, a Beatriz, pero bastaron para sucumbir a sus encantos, para caer embelesado por sus prendas, rendido a sus pies.
A Paula no le tuve que dar nada, solo prestarle máxima atención, y me dio amor del óptimo, el sincero, sin saber que a porrillo me lo daba, y por esa razón, precisamente, la amo, sí, y la amaré, aunque ella no sepa que la amé, como Dante a Beatriz.
Ángel Sáez García