El cerebro del fracasado golpe, el misterioso ‘elefante blanco’ que el sábado 17 de agosto de 1991 dio su beneplácito a la conjura comunista, tardó en caer.
Anatoh Lukianov, presidente del Soviet Supremo y amigo íntimo de Gorbachov desde que ambos eran compañeros de universidad, fue arrestado el viernes 30 de agosto, en su propio despacho del Kremlin.
Le quitaron el cinturón, los cordones de los zapatos, el Rolex de oro regalo de Gorbachov y lo condujeron en una furgoneta blindada a la cárcel secreta, donde permanecían recluidos Vladimir Kriuchkov y otros doce altos cargos implicados en la conspiración.
“El único privilegio que se les ha concedido es una vigilancia doble”, explicó Valentin Stepankov, fiscal general de Rusia.
“Los médicos les han examinado y están bien. Uno tiene la presión un poco alta y otro lumbago, pero gozan de buena salud”.
El fiscal Stepankov puntualizó que el mariscal Yazov y los otros militares estaban en sus calabozos con ropas de civil.
“No se les permiten contactos con sus familiares, pero sí se ha autorizado a sus parientes a enviarles ropa y casi todos visten chándales deportivos».
El fiscal ruso añadió que el despacho de Lukianov en el Kremlin estaba siendo cuidadosamente registrado en busca de documentos comprometedores.
Nacido en 1930, en la ciudad de Smolensko, escenario de una de las más terribles batallas de la II Guerra Mundial, Lukianov siempre fue el perfecto aparatchik comunista
Cuando tenía 13 años, en pleno conflicto bélico, entró a trabajar en una fábrica militar. En la Universidad Lomonosov, donde se graduó en Derecho en 1953, estableció una estrecha amistad con Gorbachov, con el que terminó emparentando.
En 1955 ya era miembro del PCUS e iniciaba una veloz escalada en la burocracia comunista. Dotado de una pluma brillante y ampulosa, fue durante décadas uno de los anónimos autores de los discursos oficiales de varios líderes del Kremlin, desde Kruschev a Gorbachov, pasando por Breznev.
En 1987, ingresó como miembro de pleno derecho en el Comité Central del PCUS.
El 15 de marzo de 1990, tras una enconada batalla política, Gorbachov logró doblegar a los diputados que se resistían a aceptar al ‘amigo íntimo’ como presidente del Soviet Supremo, cargo que detentaba el día de su detención.
Toda la familia de Lukianov, como la de los aparatchiks importantes, pertenecía a la nomenklatura comunista
Ludmila, su mujer, era doctora en Biología y miembro de la Academia de Ciencias. Su hija Elena, doctora en Derecho, y miembro del PCUS.
En la biografía oficial de Lukianov, que distribuían los obedientes medios de comunicación soviéticos, se subrayaba su afición a la Literatura histórica, a la poesía, a coleccionar voces de escritores célebres y al alpinismo.
No aparecía nada sobre su carácter, aunque resulta evidente que siempre había sido un genial simulador y un consumado maniobrero.
Durante los 17 meses que ocupó la presidencia del Soviet Supremo, manejó a su antojo a los diputados, repartiendo arteramente sanciones y prebendas.
Cuando en las bancadas comunistas o en las de la oposición aparecía un parlamentar1o brillante o molesto, Lukianov se las arreglaba para encontrarse con él y transmitirle el mensaje de que había llegado una invitación para visitar un parlamento extranjero, “con perspectivas de unos extras” y la posibilidad de retornar con un «aparato de vídeo«.
Dada la precariedad de la vida en la URSS, ese tipo de mensajes casi siempre funcionaban y el diputado díscolo moderaba su lengua a la espera del ansiado ‘chupetín’.
Una de las pruebas de la habilidad de Lukianov, es que eludió el arresto más de diez días y que dos días antes de que le encasquetaran las esposas, llegó al cinismo de hacer una defensa tan encendida de su inocencia en la sesión televisada del Soviet, que muchos soviéticos le creyeron.
Las sospechas sobre su posible implicación comenzaron muy pronto. El 22 de agosto, poco después de que el ex ministro del Interior, Boris Pugo, se disparara un balazo en el cielo de la boca y los otros siete golpistas del Comité de Emergencia fueran detenidos, Ruslán Jasbulatov, presidente interino del Parlamento ruso, le acusó de ser uno de los organizadores del fracasado golpe.
Al día siguiente lo acusaron el propio Boris Yeltsin y Alexander Yakolev. Como nadie aportaba pruebas concluyentes, Gorbachov optó inicialmente por respaldar a su amigo y desechó las acusaciones calificándolas de “calumnias”.
Una de las coartadas de Lukianov era que en el momento del golpe disfrutaba sus vacaciones en una lujosa dacha a 500 kilómetros de Moscú.
Otra, que esgrimió varias veces ante Gorbachov, era la chapucería de la intentona, aparentemente incompatible con su maestría organizadora. Otra más, que, a pesar de su relevancia personal, nunca figuró entre los miembros del Comité de Emergencia.
En realidad, había viajado hasta el Kremlin la víspera del golpe en un helicóptero que le envió Kriuchkov y participó en el cónclave secreto del sábado 17 de agosto, en la dacha del KGB, donde los conjurados perfilaron los últimos detalles del proyecto.
Otros conspiradores que habían actuado en las sombras también quedaron en evidencia.
La víspera de la detención de Lukianov, Boris Pankm, embajador soviético en Checoslovaquia, acusó al ministro de Asuntos Exteriores, Alexander Besmértnil, de haberle telefoneado personalmente a Praga aconsejándole obedecer las instrucciones del Comité de Emergencia.
Era cierto y Pankin, uno de los pocos diplomáticos que se pronunció públicamente contra los golpistas y uno de los funcionarios con menos luces del oscuro firmamento soviético, se convirtió en nuevo ministro de Exteriores de la URSS.