El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CCXCVIII)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCXCVIII)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

Es mi deseo y mi esperanza que la mejoría de tu suegro sea un hecho.

Don Félix de Azúa se ganó, sin duda, su sitio, sitial o sillón entre otros académicos (ellas y ellos) por méritos propios. Pero nadie, ni él, ni Ada Colau (que se ha colado o columpiado varias veces), ni tú, ni yo estamos libres de culpa ni de tener un día malo y todavía peor, aciago. Me consta que en el cerebro del más sabio (él o ella), si uno invierte tiempo en buscar y rebuscar, siempre podrá hallar, porque lo hay, insisto, me consta, un rincón recóndito, en el que suele guarecerse, agazapada, su insensatez.

Iván te llamé (pretendía ser original y hacer uso de una figura literaria complementaria a esa variante de sinécdoque que es la antonomasia), sí, pero, más que por el nombre, por las acciones que le valieron el apodo, “el Terrible”. Y es que leer el penúltimo párrafo de tu precedente escolio, de no mediar los diversos lazos que nos unen, la amistad y la familiaridad existentes entre ambos, el mote cornagués (“Pato”) que compartimos y tu referencia sincera a que sueles estar en la higuera, en el supuesto de que no hubieras decidido lo conveniente y correcto, verter disculpas que me sonaran a contritas y ciertas, hubiera supuesto que me decantara por una inminente declaración de guerra y la ruptura (de todas las hebras) del cordón que nos ata (que no nos ahoga ni mata) o junta. Había pensado recordar en mi apostilla la celebérrima frase (con varias variantes) de don Santiago Ramón y Cajal de que “hay tres clases de ingratos: los que olvidan el favor, los que te lo hacen pagar y los que se vengan”, pero acaso hubiera echado más gasolina al fuego. El susodicho parágrafo de tu anterior comentario (así lo colegí) parecía pugnar por aspirar a ser el candidato a merecer el peor de mis baldones, por aglutinar, arracimar o aunar, a todas luces, los tres tipos de desagradecidos en uno solo.

Ando muy ocupado; así que los sonetos franceses o en francés deberán hacer cola y esperar, pacientemente, su turno.

He venido al Centro Cívico “Lourdes” tras salir de la biblioteca pública de Tudela y callejear por varias avenidas y rúas tudelanas (he entrado en un comercio a saludar a un amigo y me he acercado hasta la casa de uno de mis hermanos para entregarle dos documentos).

¿Qué consideras más favorable para que un alumno aprenda? ¿Que el profesor sea bueno y aun excelso, quiero decir, que domine el grueso de las técnicas didácticas conocidas y sea un hacha en la materia que imparte, adicto a la interacción en clase, creativo, despertador de los dones y/o las virtudes de sus alumnos, o que el alumno venga a clase con ganas y voluntad de aprender? Para mí propicia más el acto educativo o formador la segunda opción, pero acepto discrepancias. Yo, como sabes, soy un defensor a ultranza del DES, acrónimo de Dedicación, Esfuerzo y Sacrificio (porque lo he probado conmigo mismo: de nada sirven las condiciones innatas que uno tenga si uno mismo, ayudado o no por otros, no las espabiló), pero acepto que otros opinen de forma distinta a la mía, siempre y cuando cumplan la condición inexcusable, sine qua non, de que hayan pensado, claro.

Ciertamente, cualquier esquina de mercado (con puesto para vender o no) puede ser una magnífica biblioteca. Eso mismo (con leves variantes) he escrito aquí, en la bitácora que gestiono, en varias ocasiones.

Puede que la doble opción que propones sea la certera, mayoritaria y/o válida. No te objetaré, pero lo que yo leí o escuché (no podría asegurar si fue lo uno o lo otro; ahora bien, si me pidieran que me decantara por una o por otra, diría que la noticia la leí en alguna página de la revista de EPS, El País Semanal, por cierto, esta semana estupendamente remozado) fue lo que aparece en mi espinela y motivó la urdidura (o urdiblanda) de la misma, que conste.

Si hubieras leído “Las ratas”, que Delibes publicó el año que fue alumbrado el menda, y las hubieras probado asadas, con unas lágrimas de vinagre aliñadas, tal vez tu parecer fuera el mismo que es, una “marranada” o, tal vez, un manjar exquisito. Los prejuicios, que todos acarreamos, suelen tener y traer estas cosas, devenir en estos tan dispares corolarios.

Pues, como habrás advertido, o te pones pronto a ello, o, me temo, la redacción no se compondrá sola.

Indudablemente, ese fue el título (“¿Programada obsolescencia?”) que coloqué a la de décima que publiqué aquí el 18 de marzo de 2013.

Te saluda, aprecia, agradece y abraza

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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