El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

…Y ninguna/o para sí

… Y NINGUNA/O PARA SÍ

“Hombres conocemos para quienes sería cosa imposible empezar un escrito cualquiera sin echarle delante, a manera de peón caminero, un epígrafe…”.

Mariano José de Larra, que echó mano de estas y no otras palabras para arrancar su artículo “Manía de citas y epígrafes”. A las susodichas he intentado cepillarles su parte más hiriente o lacerante (si lo he logrado o no, usted, atento y desocupado lector, sea ella o él, dirá, decidirá, argumentará), el cilicio que, sin duda, acarrea su evidente sarcasmo.

Como no somos nada, pero nada de nada, apenas una gota de agua perdida en medio de un chaparrón, quiero decir, como no poseemos nada, salvo el polvo de estrellas en el que han devenido nuestras antepasadas celebridades, oro molido que pisamos con más o menos indiferencia, me pondré de rodillas y besaré el suelo, esto es, remedaré el gesto que he visto hacer en la tele a varios pontífices tras haber descendido la escalera del avión papal y recordaré la declaración de principios y propósitos de “Fígaro”, uno de mis docentes más dilectos, aunque, en sentido estricto, no asistiera nunca a ninguna de sus clases y él jamás fungiera de profesor en ninguno de los colegios o facultades donde cursé estudios: “Reírnos de las ridiculeces: esta es nuestra divisa; ser leídos: este es nuestro objetivo; decir la verdad: este es nuestro medio”.

En la actualidad, época en la que impera la “posverdad”, signifique lo que signifique este término para quien lo use de manera habitual o esporádica (me niego en redondo a utilizarlo en este sentido, en ese o en aquel, y aún más, si es que cabe, que parece que sí, que cabe, a divagar sobre él, mientras no se pronuncie al respecto la RAE e incluya la susodicha dicción y el recto significado de tal vocablo en su diccionario), porque el abanico de sentidos que he advertido en los diversos autores que han echado mano de él es amplio y hasta contradictorio, algunos lectores asiduos (no uno, ni dos, ni tres) de mis textos semejan niños recién destetados. Al parecer, no obstante llevan bastante tiempo (alguno más de una década) leyéndome, necesitan de manera perentoria que haga, mutatis mutandis, puré con mis escritos para que, así, ellos los puedan tragar o comprender luego sin dificultad (se nota que no han leído a José Lezama Lima, autor y/o padre de esta frase inmarchitable: “Sólo lo difícil es estimulante”). Han sido varios los que, habiendo mediado “emilio”, correo electrónico, o llamada telefónica (porque, aunque soy un guasón, no “guasapeo”) no se han resistido a preguntarme a qué político, en concreto, llamo Pinocho.

Bueno, pues aprovecho la ocasión para contestarles aquí a todos ellos, sin hacer distinción o excepción. Si entonces no dejé especificados el nombre y los apellidos del político mendaz (hembra o varón) fue por esta argucia, que aprendí otrora tras pasar mi vista por las páginas que conforman la novela que contiene, en estado embrionario al menos, todas las novelas habidas y por haber, todas, y debo, cambiando lo que debe ser cambiado, al oxímoron andante, al manco de Lepanto, que no era manco, a don Miguel de Cervantes, y/o por esta razón de peso, por que son legión los susodichos y, en el supuesto de que mi golosina literaria por un casual cayera entre los dedos de las manos de alguna/o de ellas/os y se decidiera a leer mi textillo, se sintiera la/el destinataria/o única/o, exclusiva/o, concernida/o, del mismo.

Ahora bien, acaso peque, además de prejuicioso, de presuntuoso, porque, si he de decir lo que tengo para mí por verdad, que noto que estoy obligado a ello, si he de aseverar cuál es mi criterio, que ídem, debo afirmar qué barrunto, intuyo o sospecho, esto, que la crítica acerada que contiene, el látigo que hace restallar en el aire mi “Para Pinocho”, unas/os politicastras/os la/o leerán referida/o a otras/os y viceversa, otras/os a unas/os, en definitiva, ninguna/o para sí.

Parafraseando la cita de arriba, de Larra, concluiré esta chuchería literaria reconociendo que conozco personas comodonas para quienes sería un imposible comprender, de cabo a rabo, lo que he querido decir aquí, ahí o allí, o sea, deglutir un escrito cualquiera mío si no hiciera antes papilla con él. Y es que, como leí hace mucho tiempo en el “Libro del desasosiego”, de Fernando Pessoa, “para comprender, me destruí. Comprender es olvidarse de amar. No conozco nada más al mismo tiempo falso y significativo que aquel dicho de Leonardo da Vinci de que no se puede amar u odiar una cosa sino después de haberla comprendido”.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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