El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

El puzle

EL PUZLE

(UN EJERCICIO PRÁCTICO DE AUTORÍA CORAL)

“¿Qué se ve en un espejo que se mira en otro espejo? ¿Lo sabes tú, Señora de los Deseos, la de los Ojos Dorados?”.

Escribió el Viejo de la Montaña Errante en “La historia interminable” (1979), de Michael Ende.

Don Jesús Manuel Piérola Gracia, que disfruta como un enano fantaseando, quiero decir, imaginando (esa es, al menos, la única conclusión que he sacado en claro yo, después de contar, medir y pesar, o sea, valorar, todos los piropos que nos ha echado últimamente a nosotros, sus alumnos, dentro y fuera del aula) que le ha tocado la lotería al tener que impartir las asignaturas de Lengua y Literatura a cuantos conformaremos, dentro de una década, poco más o menos, la que terminará llamándose, seguramente (si a mí me acaece tres cuartos de lo mismo que al Viejo de la Montaña Errante —“todo lo que escribo ocurre”—, esto es, si el sueño profético que he tenido durante la pasada noche se cumple tal cual lo he soñado), “Generación de Plata del siglo XXI”, nos puso ayer, como un ejercicio práctico de solidaridad, empatía, cohesión y autoría coral, una extraña tarea. Nos dividió a los veinticuatro alumnos de la clase en tres grupos de ocho y nos propuso que en cada uno de ellos sus integrantes escogiéramos a un vocero y cada alumno escribiera un párrafo que formara parte del cuento en el que teníamos que encajar, de manera coherente, los otros siete parágrafos. En nuestro grupo hemos elegido como portavoz a Álvaro Santallana y a mí me ha tocado redactar este, que da inicio al relato.

Un libro es ese inmenso espejo donde se refleja el conjunto formado por todos los lectores, sin excepción, que leyeron, silabearon y hasta rumiaron sus páginas, porque un libro sin lectores, qué es, sino un montón de símbolos sin sentido, a la deriva, a la espera de que alguien, palabra singular que agrupa en este caso a un coro, los lectores efectivos que tenga, los hallen y los salven (o viceversa). Aunque el autor es el primer lector (y) crítico del libro, este impar (por estupendo y aun óptimo) amigo del hombre necesita que se implique, al menos, otro lector (otros lectores) para que sea este (sean estos) el que convierta (los que conviertan) la historia que narra el non en otro espejo, en otro libro. Autor, obra y lector/es son los componentes imprescindibles, necesarios, para que se dé esa misteriosa alquimia que la lectura produce en todo ser humano que lee con atención y se esfuerza por aprehender y explicar, cuando comprueba, de manera fehaciente, que su propia identidad se ha visto metamorfoseada por el arte literario.

Ante el inmenso dédalo de desdichas que es la existencia humana, ante el mundo inmundo en el que nos ha tocado en suerte (por desgracia) vivir, hay quienes buscamos a todo trance regresar cuanto antes al paraíso del que fuimos expulsados otrora. Las diversas experiencias de la enfermedad, propia o ajena, la angustia, cercana o lejana, la muerte de los seres queridos, la búsqueda infructuosa o frustrante de la identidad y el sentido existencial,… solo se ven atenuadas, mitigadas, por la lectura silenciosa, solitaria. Está claro, cristalino, que en ese lato laberinto de mentiras, que acarrean o contienen verdades como puños, podemos encontrar, además de la desolación auténtica, que bulle por cualquier esquina o rincón real (que ocupa y hasta llena páginas y más páginas de periódico), símbolos, prosopografías, etopeyas y cuadros admirables, donde parecen gravitar, ora la salvación, ora la magia, ora la gracia, que no son más que los aspectos o disfraces con los que suele presentarse la bendición, poliédrica, proteica, versátil.

Quien haya leído “La historia interminable” (sin término o fin, sí, mientras haya lectores que la lean, relean e interpreten, según su criterio o parecer personal, coincidente o discrepante con el de otro/s) habrá colegido lo recto, obvio y correcto, que es un libro que se contiene a sí mismo.

Soy consciente de que en algún otro lugar he escrito, con parecidas palabras, la misma idea que me dispongo a expresar aquí: que “Don Quijote” es la novela que contiene todas las novelas habidas (hasta entonces) y por haber (que se han escrito desde entonces, verbigracia, la de Michael Ende, que acabo de mencionar, por cierto, en el párrafo de arriba). Como a todo atento lector (ella o él) de la inmortal, citada y cervantina obra le consta, en el capítulo tercero de la segunda parte de su “Don Quijote”, el bachiller Sansón Carrasco, tras investir y reconocer a don Quijote como “uno de los más famosos caballeros andantes que ha habido”, añade: “Bien haya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas dejó escritas, y rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo en nuestro vulgar castellano, para universal entretenimiento de las gentes”. Unas líneas más abajo se lee el argumento de don Quijote, que he espigado y elegido como una de las razones irrefutables, de peso, por las que escribo:

“—Una de las cosas —dijo a esta sazón don Quijote— que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa. Dije con buen nombre, porque, siendo al contrario, ninguna muerte se le igualara”.

Como hemos fundido tres párrafos en dos y consideramos que el de la cita cervantina no es, en sentido estricto, un parágrafo más, este es el resultado de nuestro trabajo en grupo. Así han quedado encajadas, engarzadas, las ocho piezas del puzle. Así que a usted, atento y desocupado lector (sea hembra o varón), le atañe, incumbe y/o toca valorar ahora, si no formula objeción, causa de inhibición, que le obligue a abstenerse, qué le parece nuestro ejercicio práctico de autoría coral.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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