HE URDIDO UNA ZUMBONA NOTA BENE
Dilecta Pilar:
Así es, como dices. El conocimiento sobre la persona o el suceso que sea requiere días, meses, años. Con el primer vistazo acertamos pocas veces; las más nos damos un porrazo.
No te quito más tiempo, que ambos andamos atareados. Lo que me dispongo a ultimar se va a titular “Un buen símil con fama/forma de misil”. Lo publicaré, seguramente, el próximo viernes.
La nota bene, que lo corona, que he urdido mentalmente, mientras bajaba a la biblioteca, promete ser muy zumbona.
Te consta que el tiempo (en sentido estricto, el lento o raudo —depende de cada situación o de cada quien— paso o transcurso del mismo) es el que da y quita razones a las personas (indefectiblemente, a las que acostumbramos a apostar nos las suele restar con más frecuencia, claro, por supuesto, que a las que no hacen tal cosa). Cierto, no tenemos paciencia, porque el que espera desespera. Hay pocos pacientes que sean ídem, pacientes, a prueba de bombas. Entre los tales, los que abundan son los impacientes.
Conociéndote (como te conozco; aunque a dicho conocimiento cada día agrego un cono —debe ser que cada domingo me sorprendo contemplando el Macanudo de Liniers en El País Semanal— o cimiento más), seguro que me gusta tu artículo de mañana en el Heraldo. Estoy dispuesto a apostar doble contra sencillo a que es muy humano. Lo habitual en ti y tus textos.
Al menos, lo son para mí, que cumplo con la tarea de trenzarlos lo mejor que sé y puedo (y ya sabes que el que hace todo lo que puede no está obligado a hacer más).
Como abundo contigo en cuanto razonas, seamos coherentes, consecuentes, e intentemos coronar con diligencia lo que nos acucia o ambos tenemos entre manos, tú el encargo de Bermejo y yo quince versos sobre una anécdota en torno a Laputa, la isla flotante y volante de “Los viajes de Gulliver”, de Jonathan Swift.
Esta mañana he leído tu columna del Heraldo, “Misioneros”. En los tiempos que corren, en los que se conocen o no dejan de aparecer en los mass media los pésimos (delictivos) modos (comportamientos) pasados de un rosario de miembros del clero, es bienvenido que también se descuellen o destaquen las actitudes de muchos otros representantes religiosos que tuvieron procederes, amén de empatizadores, generosos y humanamente impecables, dignos de elogio, como vienes a hacer tú en tu artículo hodierno. Gracias, por ocuparte con arte de la parte positiva del asunto, que también merece ser contada.
Mencionas en tu correo a Jesús (Arteaga). Qué suerte o fortuna tuve al tenerlo como formador y profesor. Cuánto aprendí de él. Y lo propio cabe decir de Pedro María (Piérola). Ambos protagonizan varios de los textos que trencé otrora y ya han salido a relucir en mi blog y de otros que estoy ultimando y publicaré, Deo volente, durante el próximo verano.
A veces pienso que el grueso de la clase política debería volver a las aulas, a clase, a aprender qué no deben hacer; para, de este modo, no soliviantar a la ciudadanía, que está de uñas con ellos.
Buen finde.
Otro (de tu amigo Otramotro).
Ángel Sáez García
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