El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Por qué me enamoré al instante de Iris?

¿POR QUÉ ME ENAMORÉ AL INSTANTE DE IRIS?

Hoy, martes 3 de noviembre de 2020 (fecha en la que redacto estas líneas, que puede que vean la luz en el mes de febrero del año que viene), a las 7 y veinte de la mañana, tras escuchar cómo sonaba la alarma de mi teléfono móvil y, como lógica y normal consecuencia, despertarme, me he incorporado y, una vez sentado en la cama, mientras intentaba calzarme la zapatillas, me ha brotado o surgido mentalmente la cuestión que me ha servido para rotular el texto que usted, atento y desocupado lector (ella o él), ha empezado a echarse a sus ojos. ¿Por qué me enamoré al instante de Iris? A la del título le ha seguido otra interrogación, que acarrea e incluye dos endecasílabos más. ¿Por qué nos escogimos mutuamente: / ella a mí de amanuense y yo de musa? Intentaré dar cumplida respuesta a esas dos preguntas en los renglones torcidos que contienen los parágrafos que siguen, recordando o teniendo presente la lección que otrora me impartió Karl Raimund Popper, eso sí, sin que servidor hubiera asistido nunca a ninguna de sus interesantes clases, de que la verdad, toda verdad, gasta carácter interino, o sea, es provisional, pues dura hasta que es abatida, derribada y/o refutada por otra, que viene a ocupar en ese mismo momento el trono donde acostumbra a tomar asiento la certeza.

Recomienda encarecidamente un adagio oriental (si la memoria no me juega ahora una mala pasada) que no abra negocio o tienda quien no sonría. Cuando vi a Iris por primera vez, comprobé cuánta razón le asistía a William Makepeace Thackeray cuando trenzó esto, que “una sonrisa es un rayo de luz en la cara”. Y es que su sonrisa me deslumbró; y cada vez que rememoro ese episodio crucial de mi existencia, esa inolvidable epifanía, vuelvo a ser momentáneamente cegado por la potente luz que, a la sazón, salía por la puerta que había dejado inopinadamente abierta, de par en par, su alma. Aunque las circunstancias actuales, las espaciotemporales, que a mí me gusta llamar en singular “cronotopo”, me impiden asistir (carezco de la herramienta cibernética apropiada, acceso a Internet, para poder alcanzar dicho fin o propósito) a ese espectáculo innegable, me queda el recurso de echar mano de la memoria para revivir (varias veces al día, si hiciera falta) esa placentera función que fue contemplar una sinestesia, esto es, cómo una sonrisa llega a descomponerse o metamorfosearse en armónicas notas musicales de colores. Esa, poco más o menos, es la misma o parecida clave que le suministra William Forrester (papel que interpreta Sean Connery) a su inesperado alumno e insospechado amigo Jamal Wallace (Rob Browm) en el filme “Descubriendo a Forrester” (2000), dirigido por Gus Van Sant: “La llave del corazón de una mujer es un regalo inesperado en un instante inesperado”. Por cierto, mutatis mutandis, he advertido o identificado varios paralelismos entre la susodicha cinta, cuyo magnífico guion firmó Mike Rich, y mi propia experiencia, que juzgo una revelación. Tengo para mí que una frase feliz e inmarcesible de José Ortega y Gasset las explica y abraza a ambas, película y epifanía: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Puesto que, si es verdad que Jamal salva a William de las garras de la soledad y de la incomunicación y de las fauces de su agorafobia sobrevenida, no es menos cierto que el insigne y anciano novelista saca al joven del brete o pozo en el que este había caído, al leer públicamente, en el 110 Simposio de Escritores de la escuela privada Mailor-Callow, el texto que Jamal ha escrito tras fallar los dos tiros libres y, como corolario, perder su equipo la final del campeonato de baloncesto y ha titulado “Perder a la familia” y confesar que el joven, de 16 años, es, amén del autor de dicha pieza, su amigo.

La carta que, antes de fenecer de cáncer, William escribió a Jamal y lee este en soledad (heredará de su amigo y profesor, recién finado, además de su piso del Bronx, donde departían y escribían, el encargo dulce de redactar el prólogo de su novela póstuma “Ocaso”), me dan ganas de plagiarla en su integridad y dirigírsela así, tal cual, a mi amada musa tinerfeña, Iris:

“Querido Jamal:

“Alguien que conocí escribió que ‘abandonamos nuestros sueños por miedo a poder fracasar o, peor aún, por miedo a poder triunfar’. Quiero decirte que, aunque supe muy pronto que tú harías realidad los tuyos, jamás imaginé que yo, una vez más, haría realidad los míos. Las estaciones cambian, jovencito, y aunque puede que haya esperado hasta el invierno de mi vida para ver las cosas que he visto este pasado año, no cabe duda de que habría esperado demasiado de no haber sido por ti”.

   Ángel Sáez García

   [email protected]

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

Lo más leído