El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Ni miedo a recordar ni a olvidar miedo

NI MIEDO A RECORDAR NI A OLVIDAR MIEDO

En esta vida (a la que le extraemos el jugo o zumo mientras estamos vivos, ora despiertos, ora dormidos) no hay que tener miedo a recordar ni tampoco a olvidar, porque nuestra mente (seamos plenamente conscientes de ello o no), más despierta de lo que nosotros (algunos) creemos, de manera involuntaria, sin pedir nuestra aquiescencia o consentimiento, es lo que viene haciendo desde ni se sabe cuánto tiempo: recordar y olvidar. Aduzco algo más. No hay idea más fija ni recuerdo más firme y sólido que aquella o aquel que queremos olvidar cuanto antes, motu proprio. Lo sé por propia experiencia (“madre de la ciencia”, según el criterio que acostumbraba a propalar mi progenitor, Eusebio). Así que la mejor forma de olvidar acaso sea olvidarse de la obligación, autoimpuesta o no, de olvidar.

Tengo para mí que es bueno recordar cuanto conviene que rememoremos. Y, asimismo, no es malo que olvidemos lo que, más que beneficiarnos, nos perjudica y hasta daña nuestra dignidad. Otrora, mientras estudiábamos la carrera de Filosofía y Letras (Filología Hispánica), puede que sucediera lo que me dispongo a contar en el último año, en Quinto, Jesús Manuel Arellano Barja (a quien le estoy muy agradecido por muchos gestos, pero si debo destacar una proeza concreta, me decanto hoy por esta hazaña o gesta: él hizo solo el trabajo de Psicología que presentamos ambos, mancomunadamente, para superar dicha asignatura del Certificado de Aptitud Pedagógica, CAP, que cursamos en el Instituto de Ciencias de la Educación, ICE, de la Universidad de Zaragoza; estuve tan ocupado intentando coronar con éxito otros trabajos, que me requirieron tiempo y más tiempo —estoy muy orgulloso de ellos, porque me salieron de modo inmejorable—, que, salvo para diseñar o estructurar el trabajo, no le pude echar otra mano; él lo pudo comprobar de manera fehaciente, con sus propios ojos), compañero de facultad y piso (a quien conocía desde Séptimo de EGB, que los dos cursamos en el colegio de los Camilos, en Navarrete), me afeó un comportamiento que él no entendía o lograba tamizar entonces, porque no le encajaba o cuadraba en su mente, que este menda invirtiera tiempo en aprenderse de memoria el primer capítulo de la Primera Parte de “Don Quijote” (1605), de Cervantes. Él lo consideraba una evidente pérdida de tiempo (y, si este es oro, servidor derrochó una fortuna). Qué equivocado estaba (en este caso específico) el bueno de Arellano. Hice bien, lo correcto, al seguir el dictado de mi intuición o corazonada (que, aunque sean muchos lo que lo aireen o prediquen a los cuatro vientos, no es patrimonio exclusivo femenino), porque, ¡cuánto me instruí mientras hacía el esfuerzo de aprenderme de memoria el arranque de la inmortal novela cervantina! Mutatis mutandis, yo lo comparo con cuánto le benefició a mi intelecto haberme iniciado en la práctica de traducir latín en Sexto de EGB, bajo la experta batuta y guía de Daniel Puerto, y haber asimilado los rudimentos del juego del ajedrez a tan temprana edad, en Navarrete.

Para las personas que ven en el pasado lo que tuvieron y hoy han perdido, sea esto algo personal o material, es normal que lo identifiquen con una mochila o joroba, y el camino por el que peregrinan con una pendiente o cuesta que, como le ocurría a Sísifo (en el mito del tal), cuando estaba a punto de llegar a la cima o cumbre, la mochila o joroba se metamorfoseaba o devenía en una roca, de forma redonda, que rodaba más fácilmente por la vertiente, ladera abajo, hasta el valle de las lágrimas.

Aunque sé (me consta) que no me conviene enojarme, porque suele cursar en mi caso o cuerpo con una subida de la tensión arterial, me enfado; no lo puedo evitar. Otras/os consiguen disfrutar a tope de una estupenda salud física y mental viviendo sin sobresaltos entre quienes aman de veras o, en el supuesto de que medie un mar u océano, donde puedan recordar y hablar por teléfono con quienes aman de veras.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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