OBTENDRÁS LAMETONES, SI ACARICIAS
AL CAN DE LA FAMILIA, AL NEGRO/FEO “SÓBER”
Como las circunstancias nos propenden a hacer cuanto debemos coronar, Félix no se libró de esa impar ley y regresó al hogar de sus ancianos padres para asistir a las exequias de su tío Ezequiel, que murió ayer, en la noble y leal ciudad de Algaso.
Apeado del bus, mochila al hombro, encaminó sus pasos a la casa, donde quienes a Félix le pusieron el nombre que aparece en su carné, quiero decir, la “Primi” y el Eusebio, residen desde que se jubilaron de los oficios que en Madrid fungieron, tornero y auxiliar de enfermería.
Finalizado el Tour de France en julio, y no empezada aún la Vuelta a España, en el edén, como también se nombra a la ciudad septentrional de Algaso, a dicha hora cabal, las tres y media, todos, sin excepción, duermen la siesta.
Llegado a la cancela, Félix mete su diestra entre dos barras o barrotes, al objeto de abrir, sin hacer ruido, el chirriante cerrojo de la puerta. El silencio, en agosto, es una norma que respeta en la villa todo quisque; lo/a incumplen solamente las mascotas. Como los animales son conscientes de cómo actúan otros, se preparan para lo previsible y sin remedio: Félix se pone rápido en cuclillas y espera que a él acuda, como el rayo, el fiel guardián de aquel entorno, “Sóber”. El can de la familia lame a Félix y este, bajo la boca, le acaricia, mientras le llama “perro negro y/o feo”, que el can acaso toma por piropo, pues el recién llegado así lo ha dicho, usando la figura literaria que tanto llena a Félix, la ironía.
No dista la memoria de los amos tanto como (no sé cómo llamar) a la que muestras de ella dan sus perros.
Firma, lector/a atento/a, esta urdidura quien nació en Zaragoza y se llama Ángeles.
Ángel Sáez García