El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Quién le saca a saber todo el sabor?

¿QUIÉN LE SACA A SABER TODO EL SABOR?

UN OTOÑO REPLETO DE RETOÑOS

El peripatético filósofo estagirita afirmó que “en el cerebro del más sabio hay un rincón para la insensatez” (bueno, pues he tecleado la entrecomillada frase en el buscador que más utilizo, el de Google, y, al parecer, yo he colocado el aditamento o complemento circunstancial antes de lo que lo hizo él, Aristóteles, pero el presunto axioma es el mismo, salvo por una mínima variante). Una vez he constatado el hecho, que el autor de la susodicha sentencia fue discípulo de Aristocles, Platón, preceptor de Alejandro Magno y fundador del Liceo, me he preguntado, porque cabía hacer tal cosa, qué podía realizar con ella. Y, tal vez, como lo primero que me brota culminar es ponderarla (pesarla, medirla, calibrarla), procedo a valorarla a conciencia, para conjeturar si el mencionado aforismo que contiene es verdadero o falso, sabio o insensato.

Desconozco cuál es el parecer del atento y desocupado lector (bien sea o se sienta ella, bien sea o se sienta él) de estos renglones torcidos sobre el asunto en cuestión, pero, por si le sirve, solo por ese motivo específico, para mí dicho apotegma es válido, eso sí, sin haber llevado a cabo el preceptivo, inexcusable y concienzudo estudio al respecto, cuyos resultados lo sostengan. Así que he de reconocer que, solo por mi notorio y público prejuicio, mi juicio es correcto. Iba a apoyar mi opinión con otro criterio, pero me temo que carece del mismo procedimiento sistemático que le faltaba a la precedente. Con todo, se lo brindo a continuación, por si usted u otra/o logra extraerle más jugo del que le he conseguido exprimir yo.

Admito que he sido o me he comportado varias veces en mi vida como un idiota, pero eso, está claro, cristalino, no quiere decir que yo dé por supuesto que sea un genio, ni siquiera sabio. De lo que sí estoy seguro es de que en este mundo hay miles y hasta millones de personas más inteligentes que yo. Ahora bien, que yo reconozca dicho extremo no quiere decir tampoco que yo no les pueda enseñar algo o no puedan aprender de mí, porque, si a mí me consta que yo otrora aprendí e incluso ahora aprendo ideas, extraje y saco enseñanzas de personas que consideraba o reputo menos espabiladas que yo, mutatis mutandis, quizás ese caso quepa extrapolarlo ahora a otros ámbitos o contextos, sin perder un ápice o pizca de su supuesta validez.

Me considero una persona normal, con estudios de Medicina (escasos) y de Filosofía y Letras (soy filólogo) y, más que sabio (que algo sé, aunque poco, pero, al menos, no ignoro cómo plagiar a Sócrates), estoy interesado en saber y en aplicar el DES, acrónimo de dedicación, esfuerzo y sacrificio, para sacarle a cuanto sé todo su sabor.

Desconozco por qué Aristóteles no lo hizo; al menos, a mí no me consta que lo hiciera (ergo, no descarto estar equivocado; si lo estoy, no me duelen prendas pedir perdón todas las veces que haga falta), pero, buscando complementar, más que completar, su adagio, me nace probar a ver si es o no una mentecatez aseverar que en el cerebro del más sandio cabe hallar un recoveco donde pueda guarecerse una genialidad. Acaso la fábula del burro flautista, de Tomás de Iriarte, valga o nos sirva como ejemplo. Nada me permite darle validez absoluta, irrefutable; tampoco, asimismo, negársela.

Si ahora formara un grupo humano con diez personas, tomadas al azar de la calle, y, tras exponerles mi pretensión, aceptaran, de buen grado, echarme una mano, voluntariamente, hasta coronar mi experimento, les preguntaría qué persona es para ellas la más sabia del mundo actual. Me temo que, con la exagerada afición o manía que hay de conceder a Dios facultades que son humanas, pero perfeccionadas, perfectas, perfectivas, alguien me saliera con el cuento de que el más sabio es Dios; de hecho, eso es lo que significa, concretamente, el vocablo “omnisciente”, que todo lo sabe (incluso antes de que ocurra), que todo quisque creyente le aplica, y, además, acostumbra a sumarle el adjetivo “omnipotente” (que todo lo puede; y aquí advierto una inconcusa contradicción, pues, si Dios todo lo puede, no le cuesta nada dar ni darse; y cabe aseverar, por ende, que su generosidad es de pacotilla). Por mucha, firme y excelente fe que se tenga, ¿alguien puede creer en un Dios que todo lo sabe y todo lo puede y permite que sucedan en el orbe las barbaridades, desgracias y miserias sin cuento que vemos en los noticiarios de la tele un día sí y otro también? Desde el punto de vista lógico de un ser humano, demasiado humano, al menos, no.

Bueno, lector, pues sorpréndase, sí, porque los demás (le incluyo entre los tales y me sumo a los susodichos) también acarreamos contradicciones, no solo se las concedemos y/o tiene que soportar Dios. Yo, verbigracia, creo que le tengo que agradecer a Dios un montón de milagros, cuya causa última (si la causa de la causa es causa del bien causado) cabe identificar y hallar en Él, y, por esos prodigios, precisamente, sigo vivo; y, sobre todo (es lo que barrunto o intuyo), que me tenga reservado un futuro dichoso, un otoño repleto de retoños de papel, junto a una mujer mejor aún que Iris.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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