El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Mi prima reflexión sobre política

MI PRIMA REFLEXIÓN SOBRE POLÍTICA

(MÍA NO, DE ISABEL LESBIA BELISA)

Hoy he recibido, en mi dirección de correo electrónico más usada en Gmail, un nuevo envío de Isabel Lesbia Belisa, pero este no se parece a los anteriores, por lo general, escuetos, porque es, sencillamente, prolijo (en las dos primeras acepciones que el Diccionario de la lengua española, DLE, da y recoge de dicha voz, o sea, largo o dilatado, y cuidadoso o esmerado).

Procedo a hacer, a continuación, un extracto del susodicho, sin olvidar sus partes más enjundiosas:

“Sé que mi texto es un bodrio, manifiestamente mejorable (como sueles escribir tú), pero ya le he dedicado tres días, y me veo incapaz de salir airosa, victoriosa, del brete en el que me he metido. Hazte cargo del hecho, Otramotro”.

“Aunque yo ya leí esos textos tuyos anticipadamente (gracias, por considerarme tu amiga —permíteme, por favor, que siga guardando cierta información sensible en la caja fuerte de mis secretos y no te revele si soy ella o él, aunque tú barruntas que soy varón; sí debo confirmar o ratificar, sin rectificar, empero, que tienes buenas intuiciones o sospechas, pero puedes errar, no lo olvides— y mandármelos con un día de antelación, como haces, me consta, con una veintena más de amigos y deudos) y, asimismo, en tu bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro, cuando aparecieron publicados, ¿sabes la razón por la que no se pueden leer los que titulaste así, “Si lo impensable fue suceso cierto,…”, “¿Quién le saca a saber todo el sabor?”, entre otros más?”.

“Con la pretensión única y honesta / de que te des descanso impar mañana, / ya sea martes, miércoles o jueves, / he decidido así darte las gracias, / por todo el bien que has hecho a mi intelecto. / Ergo, para que guardes fiesta, envío / el texto que, con mucho sacrificio, / he logrado firmar, tras enmendarlo / entre catorce y diecisiete veces; / entre esos límites la horquilla se halla”.

“No entiendo cómo puede ser posible, / de veras, escribir, como haces tú, / sin nada percibir por ello, nada”.

Le he contestado a Isabel esto:

Mi dilecta Isabel Lesbia Belisa (que conste en acta: sí puedes ser fémina). He comprobado el hecho y, en mi caso, en la computadora que utilizo en “Yanguas y Miranda” (biblioteca), tres cuartos de lo mismo ha sucedido. He pedido un favor a Andrea, amiga, y, por arte de magia, ella ha podido y, asimismo, a renglón seguido, yo.

A tu solicitud accedo, guapa, por los endecasílabos usados por ti en los dos parágrafos postreros, de los que he destacado, cuatro, un póquer. Y no por los elogios que contienen, sino por las que he puesto barras, varias, a fin de que los tales sean obvios. Del esfuerzo invertido me hago cargo. Y no pongo objeción a tu amasijo.

Salvo satisfacciones personales, no he recibido nada por ahora; igual, en un futuro no lejano, me caen los dineros a mansalva.

Procedo, entonces, a saldar la deuda:

NADIE OYE QUÉ NOS DICE EL MUNDO INMUNDO

“ME SIENTO DEFRAUDADA POR VOSOTROS;

NO SOIS, COMO PENSABA, INTELIGENTES”

El mundo en el que vivimos actualmente, en pleno siglo XXI, no ha evolucionado o progresado (científica y tecnológicamente, sí, una barbaridad, o dos, o más), humana, moral y socialmente hablando, tanto como algunos creen (mas no a pies juntillas; solo de boquilla) y propagan y propalan por doquier (¿porque eso les beneficia?).

Hace dos siglos y medio, los reyes podían decidir el destino y un sinfín de aspectos de las vidas de sus súbditos (a quienes hoy llamamos ciudadanos, pero, básicamente, somos los mismos). Hoy, aquí, en el primer mundo, las muchas atribuciones que tenían los reyes (en algunas naciones, siguen existiendo, pero, a Dios gracias, solo tienen la alta representación de la Nación en las relaciones internacionales, y ser símbolo de la unidad y permanencia de la nación, y el árbitro o moderador del funcionamiento normal de las instituciones estatales, aunque en muchas, continúen ostentando, además de la jefatura del Estado, la de las Fuerzas Armadas) han pasado a los representantes de los partidos políticos democráticamente elegidos, pero estas son similares (resulta llamativo que algunos primeros ministros, presidentes del Gobierno, cumpliendo la ley, eso sí, que conste en acta, han adquirido tal condición sin haber pasado por las urnas).

Si hay (que ojalá no la haya) una guerra entre los países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Rusia, ¿a alguien le cabe la menor duda de que quienes no han hecho la mili, porque dejó hace la tira de años de ser obligatoria, y sean considerados aptos para empuñar un cetme, sean llamados a filas, si se decreta una leva, y obligados a ir a la guerra (siempre que esta no sea nuclear, porque, si eso ocurre, ya podemos decir adiós al planeta azul, la Tierra, tal y como lo conocemos)?  A mí, al menos, no. Y, por supuesto que, si eso pasa, la objeción de conciencia no se respetará y habrá desertores, a quienes, si se les coge, se les aplicará la ley para estados de guerra.

El ordeno y mando, que otrora pasaba del rey a las personas en quienes delegaba sus funciones, es básicamente, el mismo que ahora ostenta el presidente de Gobierno y este transfiere a sus subordinados.

Hoy, el pueblo soberano, elige, sí, y delega su poder en quien luego hace de su capa un sayo, sin contar para nada con quien lo eligió, hasta que haya nuevas elecciones. Un candidato pudo presentarse a los comicios prometiendo que haría esto, eso y aquello, pero, por circunstancias sobrevenidas, por motivos imprevistos, no las ha llevado a cabo y procura razonar (eufemismo del que se echa mano para no usar el verbo apropiado que le cuadra, mentir, de manera bellaca) para convencer por qué no las ha hecho. Y es que, de verdad, el poder desgasta a quien lo ostenta, pero aún desgasta más a quien aspira a obtenerlo, porque carece de él, como sostuvo Giulio Andreotti.

Johann Gottlieb Fichte aseveró que el don de la libertad va acompañado de deberes éticos (me brota y apetece agregar que no he sido ni soy ni seré la única que vio, ve y verá en esos deberes éticos el látigo, pareja de baile de la virtud, del que habla Truman Capote en el prólogo que antepuso a su “Música para camaleones”) que nos colocan a los seres humanos por encima de las bestias y demás brutos animales y sus instintos. Este pensamiento que puede ser una mera consecuencia o correlato del imperativo categórico de Immanuel Kant, es lección que muchos de nuestros representantes políticos han olvidado (algunos, a sabiendas, porque no les beneficiaba rememorar tal cosa), pero otros tantos ciudadanos críticos no. Y, una vez más, aquí estamos para recordarlo.

Nuestra libertad está en juego, porque no estamos atentos a lo importante; estamos más pendientes de leer y contestar los “guasaps” que de ver qué pasa a nuestro alrededor, que nos estamos cargando la Tierra, cada día un poco más. ¿No nos da alipori, vergüenza ajena, ver qué mundo más inmundo vamos a dejar o legar a nuestras próximas generaciones? O cambiamos nuestra forma de vida de forma masiva, radical, o el orbe no tendrá arreglo posible.

   Isabel Lesbia Belisa.

   Ángel Sáez García

   [email protected]

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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