El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Relato de mi vida por extenso

RELATO DE MI VIDA POR EXTENSO

Si no recuerdo mal, en el Libro de Familia de mis padres, Iluminada y Eusebio, en el apartado referido a la profesión de ella, el funcionario del Registro Civil había anotado “sus labores” (y en su casa y con seis hijos, evidentemente, había un montón de tareas que llevar a cabo a diario) y en el espacio de la de mi padre “mecanógrafo” (¿cuántas veces nos contó, mientras formábamos sus hijos un corro silencioso en derredor suyo, que se pasó el servicio militar, antaño obligatorio, en el Ejército del Aire, en Torrejón, haciendo las nóminas de los militares de su cuartel o regimiento?, ¡innúmeras!); así que no debe resultar extraño que hoy haya soñado servidor con que mi progenitor había resucitado con el objeto de echarme una mano, a fin de ayudarme a pasar a ordenador la novela que andaba urdiendo (él, que había trenzado tantas suelas de alpargatas durante una etapa de su vida para sobrevivir; y escribo esto por si aún queda por ahí alguien que no entienda ni haya sido persuadido de que el hombre, hembra o varón, ha sido alumbrado o venido al mundo para lograr tal menester, entre otros muchos más, sí, pero no voy a abrir ese melón o empezar a hacer dicho listado ahora aquí) a mano sobre otro mecanógrafo, que no es él, no, sino un excompañero mío, que también pulsaba las teclas de su máquina de escribir sin mirar, porque había aprendido a hacerlo con método. Estando estudiando tercer curso del Bachillerato Unificado Polivalente (BUP) en el seminario zaragozano, recuerdo fielmente cómo él le daba al teclado mientras yo le cantaba (y, a veces, hasta le silabeaba), de segundas, los apuntes de Filosofía, tras confrontar, como una centella o rayo, los de ambos, similares, casi idénticos. A la sazón, era habitual tomar apuntes casi al dictado del profesor de turno; en el caso que nos ocupa, la asignatura mencionada, común (él estudiaba Ciencias y yo Letras), nos la impartía el docente a quien conocíamos y llamábamos con el hipocorístico Paco, pues su gracia o nombre de pila era Francisco.

Desde la ventana de mi despacho/escritorio se divisa “la dársena de Marisol”. Mi padre la conoce de esa guisa, desde que a mí me dio por aducirle un día que lo que más me gustaba observar, desde el amplio y susodicho ventanal, era la línea del horizonte, donde, al atardecer, a la hora del ocaso, se hermanaban o juntaban el mar y el sol. Quien tiene la dicha de contemplar dicho espectáculo de colores y formas es normal que goce sobremanera y se sienta feliz, como cuando yo era un crío de corta edad (menos de diez años) y, antes de entrar al patio de butacas de los cines tudelanos de Jesuitas o de las Monjas a ver una película tolerada para todos los públicos, había hecho lo mismo que mis amigos de otrora, el preceptivo acopio de barquillos, regalices rojos y maíces en el carrito de las chuches que se colocaba en sus inmediaciones, porque las pipas, que tanto nos gustaban a tantos entonces, estaba prohibido comerlas en los cines (seguramente, por las cascas, los residuos que generaban y tanto costaba barrer y limpiar).

Mi padre me ha preguntado con qué arquetipo y de qué obra literaria cabía comparar al protagonista de la novela que andaba urdiendo en mi telar sobre el citado excompañero, y a mí me ha brotado contestarle la verdad, sin ambages, que con el Lazarillo de Tormes, personaje principal de la inmortal novela picaresca anónima. Es mi propio excompañero el que escribe su autobiografía y me manda a mí los folios que va llenando o sumando al montón (y es que ha elegido el siguiente epígrafe de Ovidio, en latín, “adde parvum parvo, magnus acervus erit”, o sea, “añade un poco a otro poco y, al final, el montón será grande”, como dinámica, mecánica o motor para coronar con éxito su obra) para que yo supervise, pruebe y compruebe, de manera fehaciente, que cuanto narra en la misma es una certeza tras otra y no un embeleco tras otro. Todo lo que ha contado, por el momento, es real, veraz y nada he hallado fingido.

Luego me ha preguntado por dónde voy a empezar; y le he respondido lo obvio, que por el principio, que no será, en el caso que nos concierne, por su nacimiento, no, sino por los quince días del cursillo preparatorio o propedéutico al que ambos acudimos y seguimos, durante el mes de julio del verano del año 1974, en Navarrete, pero, antes de que ese arranque tenga lugar, he decidido (con irrefutable criterio, por ahora) colocar en el frontispicio, en vez de un cuadro, foto o grabado, un epígrafe clarividente, el último párrafo del prólogo que el autor anónimo del “Lazarillo” colocó a su inmortal obra, como mera declaración de intenciones (cito, según la versión actualizada de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes): “Suplico a Vuestra Merced reciba el pobre servicio de mano de quien lo hiciera más rico si su poder y deseo se conformaran. Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, parecióme no tomarle por el medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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