El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

La mano es la expresión del intelecto,…

LA MANO ES LA EXPRESIÓN DEL INTELECTO,

AMÉN DE SU INSTRUMENTO MÁS PERFECTO

PARA AGRADECER SIRVEN NUESTRAS MANOS

“Justo es que el hombre agradezca el buen trato que haya recibido, porque el agradecimiento es siempre el que engendra agradecimiento. Quien se olvida del bien que se le haya hecho no es posible que sea nunca un hombre bien nacido”.

Le dice a Áyax su esposa, Tecmesa, en “Áyax”, tragedia de Sófocles.

Supongamos que, tras recibir la citación pertinente, he acudido como testigo de un proceso a una Audiencia provincial. Si me hallara ahora mismo delante de un tribunal de justicia en una sala de dicha Audiencia, y el abogado o el fiscal me preguntara “¿a quién le escuchó, nombrar, por primera vez, y/o referirse a la localidad riojana de Navarrete como “el pueblo de los botijos?”, le contestaría, sin dudarlo un segundo, lo que tengo por verdad irrefutable e incuestionable, que al esposo (entonces, acaso aún novio) de mi prima Pili, Ermelo; y si, además, “¿cuándo?”, que en el viaje de ida a Navarrete, un día de San José, festividad del padre y del seminario, que nos desplazamos desde la capital de la Ribera de Navarra mis padres, mis citados primos y yo, en el coche de Ermelo, a fin de estar unas horas en la compañía de nuestro deudo, mi hermano José Javier, interno, a la sazón, en el seminario menor que los religiosos Camilos regentaban otrora en la villa navarretana.

Supongamos que me hallo en similares circunstancias a las descritas arriba, en el caso y párrafo anteriores, y uno de los dos señalados, fiscal o abogado, me interrogara “¿dónde leyó u oyó que en la mano humana reside, radica, estriba o descansa la expresión de la inteligencia del hombre (hembra, varón o no binario), amén de ser el instrumento más perfecto para dar cuenta de ella?”, bueno, pues no mentiría si respondiera lo que sigue, que en la facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza, durante el curso 1981-82, en concreto, en clase de Anatomía I, cuya asignatura nos la impartía el catedrático José Escolar (cómo dibujaba en el encerado, ayudándose de una panoplia de diversas tizas de colores, arterias, huesos, músculos, nervios, tendones, venas… ; qué magnífica mano tenía; aunque, al parecer, por comentarios que escuché a compañeros de otros grupos entonces, la de su hija no le iba a la zaga).

Lo dicho no empece o impide que hoy haya en el mundo personas a las que les faltan (por las razones que sean) las dos manos, y, echando mano de sus pies (expresión cabal), valiéndose de ellos, consiguen llevar a cabo acciones (tocar instrumentos musicales, verbigracia) y/u obras (que aún admiramos más cuando sabemos que no fueron coronadas con los diez dedos de las manos, sino por sus ¿sustitutos?) insólitas, sorprendentes.

Antaño, en Navarrete (durante los años de mi estancia allí, de 1974 a 1977), un número no despreciable de navarretanos (ellas y ellos) se dedicaban a hacer con la arcilla figulina botijos y otro variopinto tipo de recipientes y vasijas. Algunas de esas piezas habían sido realizadas con un primor y un gusto exquisitos; así que a nadie le extrañaba que fueran muy cotizadas en el mercado por su excelente relación calidad-precio.

Si en el pueblo algunos lugareños se dedicaban a modelar la arcilla de alfarero, en el colegio que regentaban, de manera desprendida, los Camilos, estos se dedicaban, en cuerpo y alma, a desasnarnos y, sobre todo, a despertar y espabilar las adormecidas capacidades, dones y/o virtudes de los postulantes que habíamos acudido allí para formarnos como futuros Camilos (aunque muchos nos quedamos en el camino, sin poder llegar a ser un  ejemplo y un espejo del patrón de los enfermeros, San Camilo de Lelis). Los tres años que pasé en aquel edén fueron cruciales en mi vida. Eso me lleva a generalizar (y, por ende, quizá también a errar) que el trato que recibimos de los estupendos religiosos que nos tocaron en suerte fue beneficioso para el grueso (como el número de adolescentes que pasamos por dicho seminario menor fue tan grande, seguramente, no faltarán las excepciones a dicha regla, pero, aun así, aventuro que los casos serán eso, escasos).

Hoy, cosa rara (no es extraño, al ver el inmenso mundo inmundo que nos rodea), como me siento optimista, me atrevo a aseverar (¿marraré morrocotudamente?) que allí donde se halle quien estuvo con ellos, quien los frecuentó a diario y pudo asimilar un montón de bondades y conocimientos sin cuento, y corregir algunos malos modos que traía de casa, demostrará que el poso que dejó su estancia allí aún pesa en su conciencia y no pasó de largo; y  es que, como dice Tecmesa con otras palabras a su esposo Áyax (véase el epígrafe que encabeza este texto), en la tragedia del mismo título, de Sófocles: de bien nacido es ser agradecido.

Para agradecer sirven nuestras manos.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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