El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Mientras dormía, mi padre era un genio

MIENTRAS DORMÍA, MI PADRE ERA UN GENIO

#historiasdepadres

Hoy, domingo 19 de marzo, festividad de San José, día del padre y del seminario, he comprobado, de manera fehaciente, que son innumerables los sitios de la red de redes donde se da por cierto que, en una reunión social, tuvo lugar un supuesto encuentro entre el Premio Nobel de Física de 1921, Albert Einstein, y Norma Jeane Mortenson, más conocida por su nombre cinematográfico o artístico, Marilyn Monroe. ¿Qué he sacado en claro o podido confirmar, tras haber procedido a confrontar las múltiples variantes sobre el mismo y presunto hecho? Que los falsificadores o fingidores (ellas y ellos) de anécdotas apócrifas son legión (o pocos, pero tienen la rara habilidad de convencer con sus razones o sinrazones a una amplia audiencia, debido a un doble motivo, su capacidad persuasiva y su extensa claque o cortejo de crédulos, varones y hembras, incluso entre gente que considerabas inteligente, solvente). Según cuentan, de manera parecida, unos y otros (poco importa aquí el sexo), tras dicho encuentro, en el que debieron cruzarse algunas palabras las dos personalidades mencionadas arriba, circuló el rumor (habrá quienes sigan dando validez y verosimilitud a la anécdota, habrá quienes se la continúen negando) de que Marilyn le comentó a Albert que, si un día se casaran y tuvieran descendencia, ambos podrían ser padres de unos hijos que, amén de brillantes, como él, fueran guapos, como ella. Si seguimos haciendo caso a lo que narran, Einstein se limitó a asentir, pero sin mostrar ningún convencimiento. Acaso calló cuanto pensaba; como sean tan listos como tú (que Marilyn, aunque rubia, no era tonta; hay quien apunta que incluso su cociente intelectual superaba al del genio) y tan bellos como yo, ¡que Dios los coja confesados! Al parecer, la anécdota es cierta, pero los actores verdaderos de la susodicha fueron otros: la bailarina estadounidense Isadora Duncan y el único (por el momento) Premio Nobel de Literatura de 1925 y Oscar al mejor guion adaptado en 1939, por “Pigmalión”, el escritor irlandés George Bernard Shaw.

Si no hubiera hecho las averiguaciones anteriores, pertinentes, seguiría insistiendo e iterando cuanto me constaba hasta entonces, que había escuchado narrar la anécdota, pero ignoraba a quién y dónde. Y hubiera rogado encarecidamente al atento y desocupado lector (ora fuera o se sintiera ella, él o no binario) que, ante dicho y sincero reconocimiento, no aprovechara la ocasión (pintiparada para él, pero desfavorable para mí, que andaba indefenso, sin la debida protección) para sacarme los colores. Yo no soy ni pienso, de veras, que nadie pueda llegar a ser jamás como el personaje literario que se sacó del saco de su magín Jorge Luis Borges, su memorable (cómo poder olvidarlo, ¡imposible!) y memorioso Ireneo Funes.

El episodio susodicho me sirve de apoyo o base para referirme a la inteligencia de mi progenitor, Eusebio, de la que bebí (estoy completamente seguro de ello) varios sorbos en diversas ocasiones y he heredado, genéticamente hablando. Eso es lo que creo, a pies juntillas, pero puedo estar equivocado, ya que, tal cosa quizá en otro tiempo fuera comprobable, pero hoy, estando él hecho cenizas, lo considero meramente imposible.

Otro tanto o lo propio cabe hacer con las virtudes que atesoró mi madre, Iluminada, y yo advertí en ella y juzgo, asimismo, que he heredado, junto con sus genes, la generosidad y la laboriosidad (ciertamente, en otros ámbitos, no en los mismos terrenos, pues la autora de mis días se desvivía por llevar a su marido y a sus hijos limpios y bien planchados, como una patena; y por su piso, siempre reluciente, como los chorros del oro; ¡qué rapapolvo me echaría, sin duda, si aún viviera y viera el polvo acumulado que hay en algunos muebles!; yo, sin embargo, trabajo sin descanso, sin desmayo, por crear todos los días uno o varios textos, en prosa o verso, que merezcan la pena leer, por canalizar del mejor modo posible mi desbordante y feraz creatividad).

Desde que empecé a escuchar a mi padre con suma atención (comprobé que ese doble requisito fue fundamental e imprescindible para salir airoso de un montón de aprietos o bretes), comencé a pensar por mí mismo, a tener criterio propio. Sus sustitutos en mi formación en el seminario menor navarretano, los padres Camilos (Piérola, Arteaga, Puerto, Pellicer, López, Sánchez, etc.), que me abastecieron o suministraron otras enseñanzas precisas y preciosas, contribuyeron a conformar el ser que era entonces en potencia y hoy soy en acto.

Mi padre tenía un don característico, especial. Mientras dormía, durante las horas de sueño (este, amén de excelente aliado, pues favorecía el descanso, era el mejor fautor para hallar soluciones), era capaz de resolver problemas intrincados de todo jaez, a los que, en estado de vigilia, por la razón o razones que fueran, no conseguía solventar. Y lo comprobé, de manera fidedigna, en varias oportunidades. Bueno, pues ahí va la bomba; a mí eso me ocurre con asiduidad, desde que me acaeció, por primera vez, estando estudiando Sexto curso de la extinta Educación General Básica, EGB, en el colegio de Navarrete. A un problema de matemáticas, al que, según el docente de dicha asignatura, le faltaban datos para poder encontrarle la solución, yo se la hallé mientras dormía, tras una deducción insólita. Al día siguiente, el profesor se hacía cruces; sin entender cómo un adolescente le había dejado en feo en clase. El alumno estaba en el recreo, dando patadas a un balón, y él en el aula intentando entender mi razonamiento. A nadie le pareció excesivo, ilógico, que me pusiera un diez en dicha evaluación.

Hoy, verbigracia, acaso la mitad de mis textos estén inspirados en la realidad del día a día, en cuanto me acontece, a lo que suelo sumar o aportar algunos datos falsos, mendaces, para agregarles un ápice o pizca de chispa, pimienta o sal; la otra mitad, en los sueños, haciendo, en este caso, todo lo opuesto, restándoles fantasías, o sea, haciéndolos más creíbles o verosímiles.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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