El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Que la literatura no es profética?

¿QUE LA LITERATURA NO ES PROFÉTICA?

¿EL INCESTO? ¡UN SECRETO INCONFESABLE!

Por un cúmulo de circunstancias, que el mero hecho de vivir se encargó de agavillar por su cuenta y riesgo, y abastecerme o proporcionarme al azar, hace años supe de un escritor que fijó su residencia en el mismo barrio donde vivía y aún sigo viviendo yo, el Encanto, en Algaso. Como muchos días coincidíamos, ora en la panadería, ora en el café “Picasso”, ora en el casino “La Fuerza”, cuando nos veíamos en la calle, en el parque, en la plaza de la Constitución o en cualquier otro lugar algasiano, ambos nos sentíamos en la obligación de ser educados y, por ende, de saludarnos. A mí, he de reconocer, sin ambages, que Fermín me cayó bien desde el principio; puede que contribuyeran decisivamente a incrementar mi aprecio por él dos circunstancias o debilidades suyas, que fuera tímido y que, de ordinario, pareciera como arrumbado, desubicado, desplazado, exiliado. Un día, mientras él se estaba tomando un café en el “Picasso” (lo vi, a través de la amplia cristalera del citado local, desde la calle Miguel de Unamuno), entré, me acerqué a la barra, donde se hallaba, y entablamos conversación. Le dije que vivíamos en la misma Avenida de Zaragoza, él en un edificio de los pares y yo en otro de los impares, a una distancia no superior a los ochenta metros, a ojo de buen cubero.

Le aduje la información que había acopiado o reunido aquí, ahí y allí sobre él, que éramos colegas, filólogos, literatos. Le pregunté qué escribía, de qué, a lo que él me contestó que “de todo” y… “de nada”, agregó, tras dejar que pasaran dos o tres segundos, entre una y otra respuesta, semejando, tal vez, los tres puntos suspensivos que acabo de colocar yo arriba (aunque haya quien disfrute de lo lindo sumando a los tres, de rigor, algunos más). En esa primera charla, corta, porque él tenía que acudir sin demora a la estación de Renfe a recoger a una hermana de su esposa Sofía, Rebeca, que venía de Calatayud, me dijo entonces. O puede que su nombre lo mencionara o profiriera otro día, al recordar el hecho de nuestra prístina conversación en el “Picasso”. Si un juez me preguntara al respecto, me decantaría por la segunda opción aducida, pero, la verdad sea escrita, sin ninguna seguridad de que esta fuera, ciertamente, la fetén, la que con absoluta certeza acaeció.

Un fin de semana, sería sábado o domingo, porque soy suscriptor del finde del prestigioso diario EL PAÍS, y uno de esos dos días, como llevaba el periódico susodicho doblado, bajo el brazo, Fermín me preguntó si podía dejárselo para confirmar si había oído bien, esto es, si era cierta una de las noticias, pues había creído escuchar en la radio que aparecía, precisamente, en su portada, y le dije que no tenía inconveniente, y se lo cedí gustoso. Como, mientras él le echaba un vistazo a la primera plana y al resto del periódico global, yo gozaba dándole a la mui o sin hueso con Sofía y Rebeca, no recuerdo si le pregunté por la nueva de marras. Acaso lo hiciera en la siguiente charla. Al parecer, la noticia refería que había vuelto a aparecer o hacer acto de presencia la violencia en y entre Israel y Palestina. Un nuevo atentado terrorista se había cobrado media docena de vidas de inocentes más la del palestino, que había disparado, de manera indiscriminada, a la gente que salía de una sinagoga, y que fue abatido. El acto fue la contestación o respuesta a la muerte de dos palestinos en una redada en Cisjordania. En plata; a una acción violenta, indefectiblemente, le había seguido una reacción violenta. Y así seguimos y seguiremos, si el único camino razonable de la paz no se impone.

Fermín estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza, como yo, pero él inició la carrera tres años antes. Fermín, que padecía miedo escénico, me lo confesó en la enésima conversación, solo se presentó a una encerrona y, habiendo descartado ser profesor, se dedicó a escribir. Yo solo impartí clases durante dos años, porque dos cánceres incipientes habían arraigado en mi colon y en mi recto y tuve que pasar diversas veces por el quirófano; tras un montón de operaciones, llegué a la conclusión refractaria de que había fungido involuntariamente de conejillo de Indias; dije “hasta aquí hemos llegado, basta” y me concedieron una pensión por incapacidad permanente absoluta, magra, pero, desde entonces, no he dejado de trenzar textos en prosa y en verso. En mi bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro, ya han aparecido publicados más de siete mil.

Fermín hizo bien, lo correcto, al decidir lo que convenía a su matrimonio, acompañar a Sofía, que había aprobado las oposiciones y había obtenido plaza fija en el Instituto de Enseñanza Secundaria Obligatoria (IESO) “Juan de Mairena”, de Algaso, donde, de manera extraordinaria (ella suele aducir que es “todo un milagro”), aún sigue impartiendo clases de griego y latín. Fermín, que nació en Estella/Lizarra, a pesar de los siete largos años que llevaba residiendo en Algaso, se sentía más de fuera que de casa. Aunque el grueso de los lugareños lo había acogido y recibido con los brazos abiertos, él se sentía un extranjero.

Un día me habló de la novela que estaba escribiendo, a la que todavía no le había puesto título, pero llevaba muy avanzada. Javier, el protagonista, para ocultar a su mujer un secreto inconfesable, tras no verle al asunto, un caso de incesto, mejor salida o solución, se suicidaba tirándose de un puente. Hoy, en la primera plana del Diario del Norte, mientras me tomaba un café en el “Picasso”, leía la noticia y no salía de mi asombro: Fermín Sanz Rojas se había arrojado la tarde anterior desde el puente sobre el río Ebro. Cuando se logró recuperar su cuerpo, Fermín ya era cadáver.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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