¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE NAVARRETE
EN EL QUEHACER FÉRTIL DE OTRAMOTRO?
Porque allí despertaron sus talentos quienes sus duchos profesores fueron.
Fueron tan numerosas y resultaron tan fructíferas, meritorias y robustas (allí, verbigracia, pronto arraigó en él este latinajo: non scholae sed vitae discimus, o sea, no aprendemos para la escuela, sino para la vida) las lecciones, de todo tipo, que asimiló en el seminario menor navarretano, durante tres cursos indelebles, los últimos de la extinta Educación General Básica, EGB, que permaneció interno, entre las paredes de sus edificios y las canchas de juego de dicho colegio, bajo la tutela, la motivación, el buen ejemplo y la atenta supervisión de los inmejorables religiosos camilos, que a nadie le extrañará, si es lector habitual y continúa pasando su vista a diario por cuanto trenza y publica en su bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro, este menda, que la pequeña localidad riojana aparezca con tanta asiduidad o frecuencia en sus urdiduras o “urdiblandas”.
Porque cuántos orígenes se observan, un hontanar repleto de ene fuentes.
En esta vida hay gente para todo. Hay quienes tienen la inteligencia a flor de piel, o sea, a ras de poro, y en acto, y quienes la tuvimos durante algunos años en potencia, hasta que, por uno, dos o varios agentes externos, que influyeron decisivamente en el hecho, su eclosión, nos la espabilaron y se nos despertó; y, cuando esta se actualizó e hizo patente, tras transcurrir el inexcusable tiempo necesario, disfrutamos de lo lindo de los beneficios que acarreaba disponer de un talento lento, pero que, a la postre, se muestra o sale a relucir, porque nosotros nos encargamos de extraer cuanto barruntábamos que había, y confiábamos en que el deseo deviniera en realidad palpable, y la esperanza tuviera lógico corolario; así que, entre nuestro cacumen y nuestro magín, de mancomún, crearon y le insuflaron vida diuturna, casi eterna, a partir de la fusión o unión de dos azquetanos de pro y navarros geniales, Jesús Arteaga Romero y Pedro María Piérola García, al personaje proverbial de fray Ejemplo, a quien juzgué oportuno otorgarle la gracia de pila de mi piadoso progenitor, Eusebio.
En el susodicho seminario navarretano aprendimos que era precipuo, primordial, principal, estar atento a la explicación que nos brindaba el profesor en clase, porque eso facilitaba mucho el aprendizaje, ya que era como llevar o tener la lección medio asimilada. Tanta importancia le daban nuestros religiosos docentes a la atención, que esta se puntuaba con nota, y encabezaba el boletín o listado de las calificaciones (expresadas numéricamente) de las asignaturas, terminada la correspondiente evaluación o acabado el curso, que se exhibía en un panel para público conocimiento de las mismas.
Estamos completamente convencidos de que, si aún siguieran ejerciendo las tareas didácticas de antaño y nosotros hubiéramos dispuesto otrora de los teléfonos de quinta generación, que hoy todo quisque porta en uno de sus bolsillos (en la regla susodicha cabe identificar, porque las hay, nos constan, sus correspondientes excepciones), no nos hubieran dejado usarlos en clase. ¿Por qué? Por lo obvio; la respuesta es fácil, porque la experiencia es, además de madre y maestra de la ciencia y de la conciencia, un grado o dos, o más, y habrían notado, con la misma inteligencia que se le supone y adjudica al rayo, que el útil puede devenir en un inútil total, completo, si no se usa correctamente, con sentido común, que es, por cierto, el menos común de los figurados sentidos humanos. Y que la atención puede escaparse o irse entre los dedos de las manos, si no los juntas, como el agua que sale a chorro por uno o varios de los caños de la fuente de un pueblo, de cualquier pueblo. ¿¡Cuánto han tardado las autoridades educativas del Estado en darse cuenta del grave problema de atención y concentración que deparaba el uso indiscriminado de los smartphones por parte de los alumnos en el aula!? Los profesores se habían percatado y reparado en ello, pero la decisión gubernativa ha tardado en ser consensuada y adoptada; sin embargo, más vale tarde que nunca.
El pasado verano se cumplió medio siglo cabal de las fechas de apertura y cierre de nuestro cursillo, que acaeció o tuvo lugar en el mes de julio de 1974 en el mencionado colegio navarretano (en cuyas instalaciones se levanta hoy el hotel “San Camilo”). Se trataba de quince días de ejercicios académicos y deportivos (fútbol, sobre todo), un curso propedéutico o preparatorio, para que nuestros religiosos docentes pudieran entrever si quienes habíamos acudido allí teníamos alguna condición para ser en el futuro religiosos de la orden mentada, o no, y nosotros comprobáramos in situ, si aquel modus vivendi y aquel entorno nos placían.
Parafraseando a Jorge Luis Borges, cabría afirmar, en este caso, el que nos ocupa, que cuarenta y nueve años de indiferente olvido y uno de párvula atención es lo que por medio centenario se conoce. Así resumiría el clásico hacedor argentino la hipocresía evidente de celebrar cincuenta años de algo que, para la inmensa mayoría de los desplazados otrora ha significado, qué pena, nada (de nada).
Está claro, cristalino, que de bien nacido es ser agradecido, pero, asimismo, que la tragedia “Áyax”, de Sófocles, se lee poco.
Ángel Sáez García