¿EN QUÉ CONSISTIRÁ LA ETERNIDAD?
La noche pasada (no tan pesada como se han empeñado en hacérmela pasar los vecinos del piso de arriba, habitantes de “la casa de los ruidos”, al que conozco de esa guisa, con el sintagma nominal entrecomillado, porque sus inquilinos son capaces de generarlos, voluntaria e involuntariamente, de cualesquiera tipos, habidos o por haber), de madrugada, tras soñar que acababa de hacer un sesenta y nueve (veo lógico y normal que la ausencia física del susodicho en el mundo real se vea compensado con la presencia del mismo en el onírico) con mi novia actual, Paula (aunque ella ignore que lo es, pues ni siquiera ha dado su preceptivo consentimiento para serlo, yo ya la he tomado por tal; alguna ventaja había de tener la capacidad de imaginar, donde puede suceder el milagro, lo imposible y hasta lo impensable), he tenido una polución nocturna y, sin querer queriendo, como solía decir el chavo del Ocho/8, he tenido que ducharme a deshora, las cuatro de la madrugada.
Tras secar con una toalla la piel que cubre mi anatomía y proceder a hacer lo propio con el aparato de aire caliente el pelo de mi testa, me ha dado por pensar que, si existe la eternidad, además de como concepto, como realidad palpable, tangible, debe ser algo parecido a lo vivido mientras servidor se hallaba descansando en los mullidos brazos de Hipnos o Morfeo, teniendo la cara escondida entre los apetentes muslos seductores de Paula.
Barrunto, intuyo o sospecho que la vida de ultratumba es una entelequia o quimera, esto es, que no la hay, una vez acaecida la muerte; y es que siempre he recelado o me ha dado mala espina que la misma palabra en castellano, escatología, sirva para referirse a dos realidades tan diferentes (algunos me han objetado que no, que no son tan distintas ni distantes, y entonces he acertado a columbrar o vislumbrar dicha refutación como lógica, por supuesto) como son: “Conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba” y “Coprología”, o sea “Estudio de los excrementos sólidos con diversos fines científicos” y “Uso de expresiones, imágenes y temas soeces relacionados con los excrementos”; y por eso no faltan quienes aducen que la vida post mortem es una auténtica mierda.
Ahora bien, como no tengo ninguna seguridad de que no la haya, es decir, como no descarto la posibilidad de que sea cierta. Me ha dado por elucubrar y fantasear (más que por pensar) en cómo podría ser dicha eternidad.
Como a mí no me gustan las carreras de coches ni de motos (me he cansado de enmendar o corregir a cuantas/os creían y decían que, en lugar del fetén Otramotro, mi seudónimo era otra moto), no le solicitaría a Dios que me dejara visionar algunas de las que han resultado más emocionantes durante las últimas décadas o años. Pero eso no me ocurre con las de bicis y las pedestres. Salvo algún episodio ciclable o pedalista (me sobran dedos en una mano para computarlos), he andado poco en bicicleta, pero de las carreras a pie fui otrora un experto, sobre todo, durante los tres años que estuve estudiando en el seminario menor navarretano.
Como habría mucho tiempo para contemplar a Dios (¿no se cansará el Ser Supremo ni le hartará que todo quisque que se halle en el cielo lo esté adorando a todas las horas —iba a añadir “del día y de la noche”, pero dudo que allí los haya; no sabría decirle la razón, acaso se trate de una mera revelación o epifanía—?; lo pregunto porque a mí eso me pondría de los nervios, y no me extrañaría nada que me brotara plagiar a Lola Flores, aduciendo su misma expresión defectiva: “si me queréis, irse”), no me molestaría hacerlo de vez en cuando, aunque esta expresión, estando disfrutando de la eternidad, acaso significara casi, sin casi, siempre.
Como me he divertido y he aprendido tanto leyendo a otros, estoy completamente seguro de que el lector avezado, empedernido, redomado, que ha sido este menda, sacaría (acaso no habría que extraerlo, sino disponer de él, ad libitum, a voluntad) todo el tiempo posible para leer cuanto no pude hacer tal cosa en vida y para releer los textos que me hicieron sumamente feliz.
Recuerdo que en la urdidura que titulé “Pasé de la lectura a la escritura”, recogí unas líneas que dejó escritas en letras de molde Jane Austen, en el capítulo 11 de su “Orgullo y prejuicio”, estas: “Bien mirado, creo que no hay nada tan divertido como leer. Cualquier otra cosa enseguida te cansa, pero un libro (bueno, aquí, en esta oportunidad, servidor podría poner alguna objeción o haría alguna salvedad, porque reconozco que no faltó el que fue, una de dos, o cargante, o soporífero) nunca. Cuando tenga una casa propia seré desgraciadísima si no tengo una gran biblioteca”. Bueno, pues, doy por sentado que, en la eternidad, por fin, tendré una casa en propiedad (pues el piso donde vivo no me pertenece; es de mis hermanos y mío, a partes iguales, aunque yo soy el usufructuario, mientras cumpla dos condiciones), que será de todos; y, como confiaba, deseaba y esperaba Jane Austen, yo también tendré en ella una gran biblioteca, que será común, y en un puesto de la susodicha, podré leer y releer libremente, sin agobios (pues allí no habrá que solicitar ejemplares a bibliotecarios ni plazos, o sea, fechas de entrega que cumplir a rajatabla) a los autores y libros que considero clásicos y, aunque algo de ello intuí mientras vivía, allí, en el cielo eterno (puede que tras pasar una breve estancia o temporada en el purgatorio), intentaré comprender lo que Italo Calvino dejó escrito en su opúsculo “Por qué leer los clásicos”, en concreto dos de las definiciones que dio de clásico, la 6 (VI) y la 9 (IX), que: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”; y “Los clásicos son libros que, cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos, resultan al leerlos de verdad”. Y, asimismo, lo que Jorge Luis Borges dejó escrito, negro sobre blanco, en el breve ensayo que rotuló así, “Sobre los clásicos”, e incluyó en el libro “Otras inquisiciones”: “Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”, y “Clásico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”.
Ángel Sáez García