El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Por qué es útil potencia la memoria?

¿POR QUÉ ES ÚTIL POTENCIA LA MEMORIA?

Estando en Navarrete, en sexto curso de la extinta EGB, yo me aprendí, en la segunda clase de latín, siendo de Daniel Puerto buen discípulo, guía excepcional, sí, el avemaría. Y no he olvidado aún esa oración. Tres cuartos de lo propio decir cabe de dicho rezo igual, pero en francés, materia que impartía Salvador Pellicer. Ni las reglas, singulares, de recta ortografía, diseñadas por ese ilusionista o mago cura camilo que nació en Ázqueta, Pedro, a quien por su apellido todo el mundo allí, en el seminario, en el edén, conocía al tal, Piérola, sin duda.

Hoy hay (y abunda a gogó) por ahí mucho pedagogo de tres al cuarto, ya suelto, ya reunido, al que otros han dado en llamar “pedabobo”, que asevera, sin sonrojarse una migaja, esa soberana idiotez, imbecilidad o tontería supina de que la memoria no es importante en cualesquiera procesos de enseñanza/aprendizaje. Puede que no lo sea para él (ora hembra, ora varón), pero lo es, sin ninguna hesitación para quienes, aun peinando canas, deseamos seguir aprendiendo y sabiendo nuevas cosas. ¿Cómo no va a ser útil la memoria? ¡Que vayan con esa cantilena o cantinela insulsa a cuantos (ellas y ellos) han advertido su potencial! Recibirán el correspondiente y oportuno varapalo. La memoria es la potencia del alma que nos permite escudriñar qué acaeció en el pasado, más lejano o más cercano, ya que esa colección o panoplia de recuerdos ¿fidedignos? nos ayudarán a comprender el presente y prever qué nos puede deparar el devenir, o sea, qué puede acontecernos en el futuro.

¿Cómo no va a ser útil la memoria? ¿Acaso no fue Mnemósine (o Mnemosina), personificación de la memoria, hija de Gea y Urano, la madre que, tras nueve noches seguidas de conocimiento carnal con su sobrino Zeus, concibió a las nueve musas (Clío, de la historia; Talía, de la comedia; Melpómene, de la tragedia; Euterpe, de la música; Terpsícore, de la danza; Polimnia, de la poesía sacra; Erato, de la poesía erótica; Calíope, de la elocuencia; y Urania, de la astronomía), inspiradoras de cuantos saberes, a la sazón, se enseñaban y aprendían entonces en Grecia?

¿Cómo logré aprenderme de memoria las tres obras de teatro que, junto con mis compañeros de reparto, representamos y estrenamos sendos días de San José, festividad del padre y del seminario, en Navarrete? Con la inestimable ayuda de la iteración, de la repetición, ensayo tras ensayo (ergo, el método científico de ensayo y error no faltó), de esas dramáticas piezas.

Si no hubiera ejercitado y especializado los diversos mecanismos de la memoria, ¡cuántos textos en verso (sobre todo, décimas o sonetos) que ideé, estando tumbado decúbito supino en la cama (casi siempre con los ojos cerrados), hubieran quedado en el limbo, sin enterarse de que a este menda se le ocurrieron, hallándose en la susodicha posición, sin ser escritos a posteriori y, por ende, sin ver la luz en su bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro!

Si una novela es un saco en el que cabe de todo, que vino a sentenciar Camilo José Cela, autor de dos obras excelentes, magníficas, “La colmena”, y “Viaje a la Alcarria” (acepto discrepancias), la memoria es la bolsa o talega de la que se van extrayendo las experiencias habidas, vividas, soñadas, fantaseadas o imaginadas, que nutren el saco de la novela.

Mientras no me visite el imaginario hombre del saco, con el que, regularmente, se nos asustaba a nosotros, mientras éramos niños, que otrora llamaban sacamantecas y ahora los infantes hodiernos conocen con un apellido alemán, Alzhéimer (entiéndase, por favor, la sorna/ironía), recordaré un montón de líneas inolvidables de una pila de textos ajenos, verbigracia, de “Don Quijote”, en concreto, estos renglones, que aparecen en el capítulo III de la Segunda parte de la inmortal obra cervantina, imborrables:

—Una de las cosas —dijo a esta sazón don Quijote— que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa. Dije con buen nombre, porque, siendo al contrario, ninguna muerte se le igualara.

A pesar de que tengo una memoria estupenda, no soy Ireneo Funes ni mi memoria se parece un ápice o pizca a la completa, íntegra, total, que gastaba y gestaba el memorable y memorioso personaje literario que salió del magín creativo de ese genio que fue Jorge Luis Borges. Hoy, aquí y ahora, recuerdo, por ejemplo, qué relata el escritor turinés Primo Levi, a quien le tatuaron el número 174.489 en Auschwitz, en su obra “Si esto es un hombre”, cuando enviaron y recluyeron en dicho campo de exterminio. En el mentado erebo se lo quitaron todo: ropa, libros, comida, pelo…; lo único que no pudieron arrebatarle los nazis fueron las cosas inmateriales, cuanto había aprendido de memoria. Y así, por la noche, les recitaba a sus compañeros el Canto XXVI del Infierno, más conocido por el “Canto de Ulises”, de Dante Alighieri, y aquello suponía un diminuto rayo de luz en el infierno polaco de Auschwitz, inicua y tristemente afamado campo de exterminio alemán.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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