LA SEGUNDA DOSIS

Catar 2022: el Mundial de la vergüenza que blanquea a un régimen atroz

La ignominiosa bajada de pantalones de Gianni Infantino, presidente de la FIFA, permite al régimen de Catar aplicar el 'sportwashing'.

Comenzó el Mundial de la vergüenza.

La ignominiosa bajada de pantalones de Gianni Infantino, presidente de la FIFA, permite al régimen de Catar aplicar el ‘sportwashing’. Es decir, mejorar su imagen internacional a través del deporte, mientras que dentro del país se siguen sumando diariamente el número de violaciones a derechos humanos.

No en vano, la competición ya mostró parte de esa oscura cara de Catar tras conocer que más de 6.000 inmigrantes habían fallecido durante la construcción de los estadios donde ahora se disputan los encuentros del torneo internacional.

No es la primera vez que se utiliza una competición para intentar contentar a un líder autoritario o dictador, pero puede ser una de las que más críticas está recibiendo por parte de la opinión pública.

No es un secreto para nadie que en el emirato gasístico rige la Sharia, la ley islámica. Esto se traduce en que está prohibido el alcohol y, como se ha encargado de advertir el propio Khalid Salman, embajador del Mundial, la homosexualidad es rigurosamente castigada.

En Catar no cuelgan a los gays de grúas, como hacen en el vecino Irán los amigos de Podemos; ni los despeñan desde las  azoteas de los edificios al estilo talibán, pero los arrestan, los juzgan y los mandan a centros de ‘reeducación moral’, como los que Irene Montero y su panda quieren para los jueces españoles.

Catar 2022

Catar 2022

El propio portavoz del evento, Nasser Al-Khater, anunció hace unas semanas que portar banderas LGTBI durante el Mundial podría ser castigado con penas de hasta once años de prisión. Once años. La FIFA ha permitido esto.

¿Imaginan el papelón de Sánchez si, con la que esta cayendo, encima le trincan a un ministro del PSOE porque ha tenido un desahogo, lo llevan a comisaría y lo sientan ante de un magistrado con turbante?

No pasará, pero lo que les he contado nos obliga a una reflexión.

¿Es de recibo que las democracias Occidentales, las mismas que con un cinismo irritante han prohibido a los campeones rusos de tenis jugar en Wimbledon y eliminan al ballet Bolshoi de los programas de sus teatros oficiales como castigo a Putin, asistan mansamente a un Mundial de fútbol que se celebra en un país que trata a la mujer como un burro, persigue con saña al movimiento LGTBI, explota de forma inicua a los trabajadores inmigrantes de bajo nivel, que han muerto a miles en la construcción de los estadios, y logró ser sede a golpe de talonario y corrupción?

Como si fuera poco Human Rights Watch o Amnistía han documentado desde tiempo atrás que las leyes, reglamentos y prácticas cataríes imponen “normas de tutela masculina discriminatorias”, que “niegan a las mujeres el derecho a tomar decisiones clave sobre sus” vidas. Tienen dinero, sí, sus vidas son relativamente acomodadas o estables, pero ¿dónde están sus derechos?

Las mujeres de Catar están absolutamente en un segundo plano, porque como ciudadanas de segunda son tratadas. El país trata de lucir la imagen sonriente y pulcra de sus azafatas de Qatar Airways o de esas diseñadoras que le dan un toque moderno y colorido a los velos, pero la realidad es que se las tapa y se las cohíbe.

Informes como el demoledor Everything I have to do is tied to a man, publicado en 2021 por HRW, explican que las mujeres necesitan obtener el permiso de sus tutores masculinos (los miembros masculinos de la familia, esto es, su padre o marido, quizá un hermano dado el caso) para casarse, estudiar en el extranjero (incluso si ha pasado un proceso de selección del Gobierno para becas) o en la universidad, trabajar en la mayoría de empleos públicos, viajar al extranjero hasta ciertas edades y recibir determinados cuidados de salud reproductiva. Hasta tienen vetado coger un taxi solas sin él.

Estos asuntos serán tratados en ‘La Segunda Dosis’ de este lunes, 21 de noviembre de 2022, junto a Fernán González, el subinspector de la Policía Nacional, Alfredo Perdiguero; y la periodista Patricia Malagón.

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