El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (XVI)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (XVI)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

Mi discrepancia, por lo que colijo de lo que leo, tu oportuna y clarificadora apostilla, hincaba sus raíces o venía motivada por un prejuicio (o quizá fueran dos). Ignoraba (todos los seres humanos tenemos en los diversos ámbitos del conocimiento, en los variopintos campos del saber, grandes lagunas, quiero decir, ignoramos muchas cosas, pero no todos desconocemos las mismas tales —criterio semejante sostenía Albert Einstein—; todos —el menda, también, por supuesto— somos unos empedernidos ignorantes, unos nescientes redomados) que existieran esos principios de un noviciado “opusdeísta” (creí que era una coña tuya). Y tres cuartas partes de lo mismo cabe argüir en lo tocante a “panfleto”. Como también adujo el genio que nació en Ulm (para mí y otros como yo, obstinados “prejuzgadores”), “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.

A veces, en mi mente bulle, si no el mismo o idéntico, parecido pensamiento al que le empujó u obligó a Jorge Luis Borges a reconocer lo que sigue: “Si de algo soy rico es de perplejidades y no de certezas”.

No has marrado a la hora de escoger el camino a seguir, ni al deducir lo que cuadraba o encajaba como la alianza en el dedo anular.

Grosso modo, pretendía retrotraerme en el tiempo a fin de hallar en mi adolescencia un imposible, mi ucrónica y utópica versión, variante o parte femenina. Por eso archivé la décima de marras, entre otros, en el apartado de “Ficciones”.

Creo que, con voluntad consciente o sin ella, haces lo que “Voltaire” y el menda, que te inventas, como don Quijote, pasiones para ejercitarte.

Ojalá un día (mejor mañana que dentro de una semana, o que dentro de un mes, o que…) no consideres ni importante ni interesante volar como lo hago yo (a ratos lo hago de manera torpe), sino, sencilla y simplemente, volar. No esperes a que nadie te conceda las alas para ejercer con arte (que no otra cosa significa “ejercitarte”) de ángel; otórgatelas tú a ti mismo. Estás capacitado para ello.

De nada. Me gusta que seas agradecido, porque eso es índice de que eres, además de buen cornagués, bien nacido (acaso sea batología, redundancia), pues obras con nobleza.

Celebro que celebres. Puede ser que por estas líneas y/u otras lindezas ambos seamos un día conocidos y aun célebres. Es normal que quien usa las palabras, como el alfarero la arcilla, juegue con ellas. El filatélico, verbigracia, ídem de ídem, juega (imagina con conseguir lo que desea, ser propietario un día de la estampilla por él más anhelada) con los sellos.

Mi pasión, y acaso también mi impulso o pulsión, es crear (o, si lo prefieres, recrear), ser algo parecido a un semidiós.

Hace la tira de años, soñé con un ángel alado (que no era yo, no; al menos, no tenía ni mi semblante ni mi timbre de voz) que me hizo la siguiente recomendación: “Si de verdad quieres ser creativo, reserva un gran cajón en tu mente para guardar el montón de errores o estupideces que vas a cometer, porque vas a fallar (mucho ojo, que la vista engaña; con dos aes) en extremo”.

Aquí y ahora deseo lo que, a la par, espero, que, tras leer el párrafo anterior, hayas extraído, como consecuencia lógica o corolario, lo que sigue: ya dispongo de otro ejemplo para explicar, siempre que venga al caso, el “utile dulci” (“o delectando pariterque monendo”) horaciano.

Te agradece (hoy con más razón, si cabe; que, evidentemente, sí, cabe) tus pintiparadas apostillas quien te aprecia y abraza,

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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